El reality del Mundial

El fútbol atropella con todo y es uno de los poderes en la Tierra, de modo que a un lado el resto de las cuestiones y a jugar

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Queremos, con corazón ardiente y el placer, la gracia del fútbol, que Lionel levante la copa (AP/Natacha Pisarenko)
Queremos, con corazón ardiente y el placer, la gracia del fútbol, que Lionel levante la copa (AP/Natacha Pisarenko)

Avanza la Scaloneta y la mayoría la sigue a distancia, por televisión, con el mecanismo de un reality a escala planetaria.

El anfitrión es en cada caso Gran Hermano de una gran casa donde, reunidos, impone en la vida de cada uno un relativismo cultural que llega desde la ablación femenina -aceptada o callada como expresión de lo diverso, como corrección política de tipo miserable- que no excluye decapitaciones abundantes en algún seleccionado proveniente de las cimitarras veloces, hasta el trabajo semi esclavo como ocurre con los que llegan a Doha con método llamado kafala. Se les retiene el pasaporte y se obliga a los extranjeros llegados de Pakistán, Sudáfrica, varios, a aceptar un empleo bajísimo, irregular en los pagos y jergón para los huesos molidos, que ya sería banquete el salpicón las noches de Alonso Quijano, Don Quijote de La Mancha, para alimentarse.

No importa. El fútbol atropella con todo y es uno de los poderes en la Tierra, de modo que a un lado esas cuestiones y a jugar, a regocijarse no solo con los nuestros, sino -globalización tecnológica y financiera– con todo lo que se pueda ver. La globalización no es un fenómeno de este tiempo: Colón llevó a España tomate, tabaco (¿la venganza de Moctezuma?), el maíz y algunos indios para examinar si tenían alma, doctos sacerdotes y médicos, que los había.

El reality del Mundial opera un mecanismo como el de la idea tomada de George Orwell y de los que tiene como centro la supervivencia de un grupo abandonados en lugar hostil y desconocido. Los reality de supervivencia se ven en dificultades, pierden el equilibrio, comen bichos, se detestan y se atraen, pero sin la manta agitada bajo los encuentros presumiblemente sexuales de Gran Hermano. Como en esos formatos, el reality del Mundial tiene que ver a la vez con la eliminación y la supervivencia, con la diferencia de que no se trata en gran medida de la voracidad del voyeur –no es un reproche ni una sanción moral, no es el caso decirlo-, sino de la voluntad fervorosa y la entrega absoluta a la hinchada de mujeres y hombres -gran cantidad de ellos, chicos-, allí donde los argentinos parecen necesitar el combustible del equipo.

El Mundial y su tautológico reality resulta subyugante, con la familiaridad global de llamar por sus nombres a jugadores como Harry Kane, Mbappé, Lewandosky, Casemiro, o el fabuloso arquero de Polonia, Wojciech Szczęsny, mientras a espaldas de el que escribe, ahora la tele entrevea o gira para ver ratos entre Inglaterra y Senegal. La gran olla alquímica contribuye a erradicar el racismo –aunque no conseguirá liquidarlo-: la repugnante discriminación que en el fútbol en ocasiones se hace presente contra los jugadores negros. Aquí no ha ocurrido, tal vez porque el juego tiene que ver con la gracia y la capacidad y no con ninguna clase de desprecio o supremacía.

Otro reality -la de la Scaloneta será bravo-, será, disculpen, aún más real que cualquier reality: el martes se fallará después de tres años sobre la acusación por presunta defraudación al Estado y –cuidado- como también presunta jefa de una asociación ilícita contra la vicepresidenta del país, Cristina: son varios los que escucharán las sentencias, desde el momento en que se descuenta la absolución.

Con el resultado y las condenas, quedan frente a frente la Ley y la posición de Cristina, una conjura constante y en escala obra sobre ella, por lo que describió como partido judicial, equivalente al partido militar, muy activo en nuestra historia. A partir de lo determinado, se sabrá si aun con declaraciones retóricas, protesta, desorden o movilizaciones, no puede saberse ahora quiénes habrán de plegarse de manera retórica o en las calles, durante cuánto tiempo y con qué consecuencias.

Los bravos de Scaloni con el casi irreal Messi tendrán que verse en la cancha con el espíritu de la gran Naranja Mecánica. Queremos, con corazón ardiente y el placer, la gracia del fútbol, que Lionel levante la copa. Pero con tal delicia posible, con todas las heridas de la autoestima, la decadencia social y económica, y aun la pobreza agobiante y la inflación, no repararía, no cambiaría la gran crisis.

El fútbol mundial y la sentencia del juicio oral, el martes, nos pondrán a vivir horas, quizás, históricas delante de un jardín que se bifurca.

No hay eliminados como pasa con el implacable Gran Hermano. Jugamos todos.

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