Kasch y Kabul

Afganistán demostró nuevamente que la fuerza no genera gobernabilidad

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Soldados talibanes en Kabul
Soldados talibanes en Kabul

“Se puede hacer cualquier cosa con una bayoneta, excepto sentarte sobre ella”

Charles Maurice, príncipe de Talleyrand-Périgord

La retirada de Estados Unidos de Afganistán luego de 20 años de ocupación militar y política, el colapso del gobierno local, el regreso al poder de facto de los Talibanes, el establecimiento de un emirato islámico y la revitalización de grupos terroristas -generando muy probablemente un nuevo annus horribilis- exigen una evaluación y análisis ponderado para aprehender la correcta dimensión de estos hechos, el contexto y consecuencias futuras.

El recientemente fallecido escritor y editor italiano Roberto Colasso, erudito narrador de mitos, publicó en 1989 un excepcional libro titulado La ruina de Kasch. A decir de Ítalo Calvino, “este libro tiene dos argumentos: uno es Talleyrand. El otro es todo lo demás.”

Me voy a abocar a Talleyrand, mito de la diplomacia universal, que como muy bien decía Calvino, subrayaba en cada uno de sus gestos el origen sacramental del poder, para abordar un dato esencial del actual escenario global: el uso y alcance del poder militar y su impacto en los procesos políticos.

El correcto y necesario avance de la conciencia universal a partir de la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, así como la adopción en el año 2005 por la Asamblea General de las Naciones de uno de sus más importantes corolarios, la responsabilidad de proteger, pone a la comunidad internacional frente al dilema y desafío de cómo proceder en caso de violación de derechos humanos y de encubamiento de violencia trasnacional.

El genuino entusiasmo intervencionista existente pasa por alto una lección esencial: los pueblos no se salvan sin ellos y, menos, a pesar de ellos.

En los últimos años se percibe un déficit de diplomacia y un mayor recurso a la militarización de la respuesta política, que en el corto plazo genera resultados concretos por la propia dinámica del instrumento militar, pero que no son necesariamente sustentables en el mediano y largo plazo.

La creciente deriva hacia la militarización del tratamiento de crisis políticas es un síntoma principal de la actual tetania política internacional.

Por más loable que sea el objetivo final de democratización o de la desarticulación de ámbitos de violencia transnacional, la historia demuestra que estos procesos no pueden ser impuestos por la fuerza.

Es así que, en un ámbito más amplio, que va más allá de lo puntual de Afganistán y su analogía -descontextualizada- con Vietnam, hay un desafío que debe ser abordado: la gobernabilidad y el respeto a principios básicos y elementales de convivencia humana, respetando, idiosincrasias, historia y modalidades de cada país.

La guerra contra el terrorismo, la guerra contra la pandemia, la armamentización de instrumentos económicos -sanciones- todos ellos en perjuicio de la diplomacia, del diálogo y negociación, son manifestaciones de este fenómeno mayor.

Aclaro si que en el caso del terrorismo no se trata de decir que sus causas son exclusivamente sociales; el terrorismo no constituye una reivindicación social, sino un acto criminal. No obstante, ello, hay un entorno social y cultural que facilita el reclutamiento, radicalización y posterior accionar.

Enfrentar el terrorismo global es un desafío global, por lo que hay que evitar el hubris, ya que el terrorismo se alimenta de la furia y de los errores ajenos.

Dicho esto, si hay una lección importante para rescatar es que, como muy bien dice Talleyrand, la fuerza no genera gobernabilidad. Esto es el producto y la consecuencia de acuerdos fundamentales entre todos los miembros de cada sociedad.

Más aún, en una era híbrida en la que lo inter-social tiene tanta relevancia como lo internacional, el concepto de cambio de régimen y, máxime, a través de la fuerza militar, constituye una distopía.

En última instancia, el margen para un intervencionismo humanitario debe ser generado bajo el marco legal y legítimo que prevé la Organización de las Naciones Unidas.

Esto plantea un renovado desafío: fortalecer el multilateralismo, como último y necesario mecanismo de cooperación entre Estados, a fin de revitalizar el sistema de las Naciones Unidas como principal y legítimo ámbito de gestión y de respuesta a los asuntos globales.

En este nuevo siglo XXI que emerge en el annus mirabilis de 2020 – al estilo del corto siglo XX de Eric Hobsbawm- habrá que prestar mayor atención a las dinámicas que marcarán cada vez crecientemente Nosotros El Pueblo, palabras iniciales de la carta de la ONU.

Aun en situaciones de violencia extrema -siempre aun minoritarios- debemos aprender a buscar soluciones sustentables que fortalezcan a Nosotros El Pueblo; un mayor y más efectivo compromiso global con los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable, verdadera hoja de ruta para transitar este siglo XXI en paz y generar progreso y desarrollo, constituye el camino más seguro para garantizar una convivencia pacífica global.

La globalización no implica una pretensión de homogeneidad ideología global; no hay margen para la imposición de un sistema sobre el otro; la única vía realista es la cooperación frente a los desafíos globales y la desactivación de las amenazas, a través de los mecanismos legales y legítimos del andamiaje multilateral, revitalizado y aggiornado a los nuevos tiempos.

Ojalá muy pronto, se haga realidad aquella frase de Raymond Aron, la voz de los diplomáticos irá más y más lejos, a medida que se apague el tronar de cañones.

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