Se acerca el fin del bimonetarismo en la Argentina

La única forma de resolver el problema es perder definitivamente la moneda local y dolarizar la economía

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Un billete de cien pesos argentinos y un billete de cien dólares estadounidenses (REUTERS/Enrique Marcarian)
Un billete de cien pesos argentinos y un billete de cien dólares estadounidenses (REUTERS/Enrique Marcarian)

A pesar de las diferencias ideológicas que uno pueda tener con Cristina Kirchner, su carta de la semana pasada impactó en cuanto al diagnóstico del problema estructural económico más grave que tiene la Argentina: el bimonetarismo. CFK es la persona más poderosa del país de los últimos 14 años y probablemente hoy, de forma inédita para nuestra patria, aquella que no tiene la “lapicera” tiene mayor concentración de poder que el mismísimo presidente de la Nación. Por ello, valga un análisis profundo respecto a dicha reflexión.

En primer lugar, al igual que en la medicina, para curarse primero hay que tener un diagnóstico. En este caso, vemos que finalmente se entiende la gravedad y el alcance que tiene para nuestro país invertir y ahorrar en dólares y transaccionar en pesos. Es decir, no tener moneda. Por eso vale la pena analizar por qué al bimonetarismo le queda poco tiempo en Argentina y entender que la salida es el único camino posible que puede tomar la económica para erradicar el problema estructural.

Muchos economistas podrán decir que el bimonetarismo es consecuencia de indisciplina fiscal y monetaria y que logrando dicha disciplina nuestro país no necesariamente necesita perder su moneda de cambio para funcionar económicamente. Otros sumarán a dichas aseveraciones que existen varios ejemplos en el mundo de economías que funcionan con bimonetarismo. Sin embargo, lamentablemente no es así y cada país tiene condimentos culturales, experiencias económicas, y personas que lo hacen único. El mejor ejemplo de dicho problema estructural, ideológico, cultural y endémico es que un gobierno con tintes de derecha y determinada visión liberal respecto a la construcción de la política exterior de la Argentina, luego de un ajuste fiscal feroz durante 2018-2019 no logró revertir la sed por la dolarización. El resultado es más que conocido: durante esos 24 meses nuestro país tuvo uno de los mayores picos de atesoramiento de dólares en sus últimas dos décadas.

Entonces, si había un gobierno de derecha en nuestro país, que decidió abruptamente bajar el gasto público y además, tuvo una política monetaria extremadamente contractiva, ¿por qué el argentino corrió al dólar? En este caso, la respuesta más fiable es pensar que las expectativas de cambio de gobierno con visión de centro izquierda era inminente y por ello, los argentinos se estaban anticipando a dicho fracaso del gobierno de derecha. Dicha respuesta sería buscar tapar el sol con la mano, y desde hace varias décadas, con el monologo de Tato Bores respecto al dólar como bandera, es de un alto grado de incredulidad pensar que la razón estuvo dada por el cambio de un gobierno. Las razones son muchísimo más profundas y no se pueden enmarcar únicamente en una elección política.

Es por ello que a la Argentina le queda poco tiempo de una economía bimonetaria. En los próximos 12-18 meses habrá una nueva mega devaluación en el país y se volverá a minar la confianza en el peso. En otras columnas hemos explicado la posibilidad de dolarizar de forma coordinada con Estados Unidos nuestro país y acompañarlo de un programa con reformas estructurales impositivas y laborales. En este caso, el país perdería la posibilidad de tener independencia monetaria pero podría convivir en un país con estabilidad monetaria, algo tan preciado para proyectar negocios en el largo plazo. No existe ninguna economía en el mundo que tenga tantos años de inflación de dos, tres y hasta cuatro dígitos en la historia como Argentina. Venezuela es un caso aparte, dado que se trata de una dictadura.

Hay analistas que subestiman la posibilidad de dolarizar y utilizan eslóganes como “Argentina hoy tiene un superávit comercial de USD 17.000 millones”, “Argentina tiene que profundizar el modelo productivo exportador y solo se puede dar con una moneda local”. Y es cierto: nuestro país tiene en la actualidad superávit comercial, pero está dado única y exclusivamente porque la economía real está destruida. La historia demuestra que en cada ciclo de crecimiento de Argentina, las importaciones se aceleraron generando desbarajustes financieros y esto viene dado porque el argentino dolariza sus reservas, sus activos, sus ahorros y sus inversiones. En épocas de vacas gordas, importamos, en épocas de vacas flacas, cuidamos los dólares y los “fugamos”. Cabe agregar que no hay turismo en el país, y nuevamente, aunque tengamos un tipo de cambio real alto, la historia solo demuestra sangría en la cuenta de turismo cuando el país se abra nuevamente luego de la pandemia.

Respecto al mito de desarrollar un país con un modelo productivo de tinte exportador, la Argentina es el país con la mayor cantidad de unicornios, es decir, nuevas empresas que alcanzaron una valorización mayor a USD 1000 millones en pocos años en América Latina. Nuestro país cuenta con un ecosistema emprendedor distinguido y nuestra alfabetización sigue siendo destacado en el segmento de profesionales. Por lo tanto, dolarizar no significa no venderle al mundo, sino lo contrario: dolarizar con reformas estructurales que potencien al emprendedor de nuestro país solo va a permitir ampliar la matriz de riqueza y de valor agregado que podemos venderle al mundo. No confundamos conceptos, porque exportar significa no solo vender soja sino poder comercializar conocimiento, industria, valor agregado, nuevas tecnologías, etc. Y todas ellas sólo pueden desarrollarse en una economía estable, con capacidad de generar crédito de largo plazo para el sector privado y con estabilidad impositiva y laboral que beneficie aquel que decide proyectar su negocio en el país.

En conclusión, reafirmando la reflexión de CFK -el problema bimonetario de la Argentina no es de derecha o izquierda, sino un problema estructural muchísimo más profundo-, la única forma de resolverlo es perder definitivamente la moneda local y dolarizar la economía. Solo a través de una dolarización completa con reformas estructurales que impliquen una modernización del sector público acompañado de reformas impositivas que incentiven la inversión y el ahorro local, y otra de carácter laboral, para salir de la telaraña que no permite desarrollar trabajo en el sector privado, vamos a poder proyectar un país con una economía estable en el largo plazo.

El autor es director de Romano Group, profesor de la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Austral y máster en Finanzas y en Economía y Políticas Públicas (Universidad de Columbia)