Entre esos tipos y yo

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(Télam)
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Lo primero que me hizo el peronismo fue arruinar la provincia en que crecí. Más porteño hoy que bonaerense, nací en la Capital porque el sindicato al que estaba afiliado mi padre tenía sanatorio en la calle Alberti. Así fue que mis viejos cruzaron el Riachuelo en un Ford "a bigote" y volvieron a cruzarlo en la dirección contraria cuando a mi mamá le dieron el alta. Crecí en Piñeyro, en la lejana época en que la Escuela Normal Próspero Alemandri (ENPA) era nuestro Nacional y Avellaneda era la locomotora industrial que arrastraba al país hacia el progreso. Nuestro libro de cabecera era el Manual del Alumno Bonaerense, y conservo de él imágenes fuertes: gráficos de la producción industrial en alza y tablas en las que Argentina estaba entre los mayores productores de cereales del mundo junto a los Estados Unidos, Rusia y Canadá; así como la idea de que la mayor parte de esa producción salía de la pampa bonaerense y la afirmación, sostenida en varios puntos del Manual, de que la Provincia de Buenos Aires era la más rica y próspera del país. El Manual lo decía en tono de disculpa, con temor a sonar jactancioso ante los argentinos que no habían tenido la suerte de nacer en ella. Hasta el fútbol confirmaba el esplendor de la Provincia y de Avellaneda: ¡dos equipos campeones del mundo en una ciudad de 300.000 habitantes! Nunca visto.

Me fui de Avellaneda en 1987, cuando Cafiero le ganó la gobernación a Casella y abrió una larga dinastía hecha de siete gobiernos peronistas: Duhalde, Duhalde, Ruckauf, Solá, Scioli y Scioli. Gobernación y casi todas las intendencias. Las siete plagas de Egipto. Veintiocho años de peronismo explícito. Los barones del conurbano tomaron la provincia más rica de la Argentina y dejaron una en la que todos los índices estaban por debajo de la media nacional de un país que había retrocedido enormemente. Pobreza, violencia, hacinamiento, contaminación, barras bravas, policías más bravas, narcotráfico, patotas, punteros políticos y ciudades desiertas después de las nueve de la noche fue lo único que quedó del paraíso de mi infancia. Kioscos que venden droga, pibes tomando birra tirados en la vereda, tallercitos jurásicos, fábricas cerradas, casas enrejadas, basura, decadencia y marginalidad.

La segunda cosa que me hizo el peronismo fue arruinar el país. El dominio de la fábrica de pobres que había instalado en el conurbano bonaerense les dio el control político de la Argentina. La leyenda peronista sostiene que el peronismo vino a industrializar el país y darle dignidad a los pobres. Pero en 1945 la clase obrera argentina gozaba de las mejores condiciones de vida de Latinoamérica, la industria había crecido a ritmos altísimos (5.5% anual promedio) desde 1875, la inflación media desde inicios de siglo había sido del 1.2% anual, el PBI per cápita era el 11º del mundo y nos seguían llegando inmigrantes de Italia y España.

Setenta años luego en los que el peronismo gobernó la mitad del tiempo, disfrutó tres décadas de total hegemonía (con Perón, Menem y los Kirchner), gozó de los tres grandes picos de intercambios internacionales favorables (en 1948, 1973 y 2011) y controló la mayor parte de las provincias y los sindicatos casi ininterrumpidamente, el saldo fue desolador: para 2015, las condiciones de vida en Argentina habían sido superadas por varios países de Latinoamérica, la industria se había lentificado primero y desmoronado después a partir del primer ciclo peronista, la inflación le había agregado trece ceros a la moneda, el PBI per cápita era el 46º del mundo y los únicos inmigrantes que nos llegaban venían de países limítrofes muy pobres, mientras miles de los argentinos mejor preparados habían emigrado a las tierras de sus abuelos. Ni qué hablar del período 1989/2015 en el que el peronismo gobernó 24 años de 26, desperdiciando con Menem y los Kirchner las dos mayores oportunidades históricas que tuvo el país y dejando un tercio de la población en la pobreza, la infraestructura devastada, las instituciones y la Justicia derruidas, el país en déficit fiscal, comercial y energético, y el narco entrando por todos lados.

La tercera cosa que me hizo el peronismo fue arruinarme el club; el glorioso Independiente de Avellaneda, "orgullo nacional" en mi juventud. La dinámica descendente que arrastra a las cosas gobernadas por el peronismo comenzó en 2005 con la gestión de Julio Comparada, un empresario especializado en la venta de seguros a los sindicatos que terminó procesado junto a Víctor Alderete, ex titular del PAMI, por negociaciones incompatibles con la función pública. De buena relación con nuestros heroicos defensores de los trabajadores, Comparada dejó un Independiente casi sin logros en lo deportivo, desmantelado en su plantel, con una deuda altísima y en déficit, con un estadio a medio terminar y una influencia notoria y creciente de la barra brava en la vida del club. Al peronismo tradicional comparadista lo sucedió el peronismo filo-kirchnerista de Cantero, hecho de grandes relatos y poco eficaz en desactivar a la patota de Bebote Álvarez pero efectivo en mandarnos al descenso después de un siglo de historia gloriosa compartida con el Real, el Milan, el Liverpool, la Juve y los grandes del fútbol del planeta.

Pero faltaba lo mejor; el advenimiento de los Soprano que supimos conseguir: Hugo y Pablo Moyano. Es cierto que la situación deportiva ha mejorado, no lo niego; pero el precio ha sido demasiado alto. Independiente, el club que los honestos gallegos almaceneros de Avellaneda habían llevado a la gloria deportiva se debate hoy entre vicepresidentes presos, situaciones de pedofilia en sus divisiones inferiores, allanamientos policiales a la sede y procesamientos por lavado de dinero para la mafia camionera peronista un día K, después antiK y hoy nuevamente K.

Finalmente, no contento con la provincia, el país y el club, el peronismo se ha ocupado recientemente de contaminar dos de mis mejores recuerdos de infancia. Uno, mi mítico tío abuelo Francisco Calviño. Mi tío Pancho fue el primero de la familia que llegó de Galicia, escapando de una cuestión de polleras. Desde aquí fue tirando de la piola por la que llegaron mi madre, mis tíos y mis abuelos. Obrero y delegado en la Conen de Avellaneda, fue ascendiendo por la escala sindical hasta llegar a secretario nacional de Jaboneros y mano derecha de Evita en el campo sindical.

Cuenta la leyenda familiar que discutían a las puteadas. A mí no me consta, pero sé que Pancho fue un tipo poderoso y autoritario pero honesto, y que acabó su vida en la piecita del fondo de la casa de la hermana en la modesta cortada Aldecoa, de Avellaneda. Su buena suerte se acabó con la muerte de Eva, cuando una nueva dirigencia le copó una asamblea en el Teatro Roma y él no tuvo mejor idea que sacar la pistola que siempre llevaba, ponerla sobre la mesa, y proclamar "¡Acá se hace lo que dice Calviño!". Fueron sus últimas palabras como secretario general de Jaboneros. Y bien, hace pocos días sus actuales sucesores, los secretarios generales Sergio Toro y Rubén Olalla, fueron citados a declaración indagatoria por el juez federal de Morón, Martín Ramos, sospechados de ser los organizadores de la red de trata y prostitución de adolescentes descubierta en el predio que el sindicato tiene en Villa Luzuriaga. Las contrataban como camareras y para tareas de limpieza y después las obligaban a prostituirse amenazando matarlas, y a sus familiares. Combatiendo al capital versión siglo XXI.

En cuanto a mis relaciones personales con el peronismo, va la última. Una de las mejores fotos que tengo con mi tío abuelo Pancho es en Quequén, donde mi familia pasaba amontonada las vacaciones en la casita que mi abuelo había construido atrás de la colonia de SEGBA. Allí voy todavía, todos los años, a tirar unos claveles en la escollera norte en la que arrojamos las cenizas de Pancho y la de todos los muertos de la familia junto con mi madre; que es hoy la número quince, la niña bonita, y la última en llegar de todos ellos. Pero tampoco Quequén se salvó. Según noticias reveladas esta semana, el juez federal de Necochea Bernardo Bibel hizo allanar el domicilio del operador kirchnerista Roberto Porcaro por la causa en que investiga concesiones irregulares en el puerto de Quequén, en la que Porcaro está imputado por cohecho. En su casa encontraron cuatrocientos mil dólares provenientes de la ruta del dinero K que investiga el juez Casanello. ¿De dónde salieron? Según sospecha el fiscal Campagnoli, de los sesenta millones de dólares de Lázaro Báez repatriados de Suiza, de los cuales la operadora bursátil Financial-Net habría enviado un millón a Porcaro.

En cuanto a la obra habilitada por vía de esta megacoima, pueden visitarla cuando quieran. Es un horrendo silo que debió construirse en otro lado y que completa la destrucción de las playas de la escollera de Quequén iniciada en los noventa por el dragado —habilitado por Duhalde y Menem— cuyos residuos —arrojados directamente a la playa en vez de ser llevados a alta mar— destruyeron una de las playas más bonitas del país, en la que se construyó el primer hotel turístico de la Argentina. En ellas convivieron por décadas, en asombrosa y civilizada armonía, los terratenientes que intentaban conciliar sus vacaciones con el control de sus embarques en el puerto y el Comité Central del Partido Comunista, que desarrollaba sus reuniones veraniegas en Quequén y paraba en el balneario contiguo al de la oligarquía vacuna que tanto despreciaba. Otra Argentina…

La provincia. El club. El sindicato. El país. Quequén. Ustedes me acusarán de paranoico pero allí están los hechos. Entre esos tipos y yo hay algo personal y, según sospecho, la cosa no es muy diferente para nadie que observe con atención las repercusiones en su propia vida de la decadencia en que cae todo lo que toca el peronismo. No pido persecuciones ni proscripciones, desde luego. Pero tampoco veo razones para no contar lo que he vivido ni veo a los muchachos decididos a cambiar, ni a hacerse cargo de nada, para ser sinceros.

El autor es diputado nacional (Cambiemos).

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