Macri y sus dos Cristinas

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Suele afirmarse que todos los gobiernos que se presentan para una reelección someten el resultado de su gestión a los comicios. Las elecciones son, bajo esta hipótesis, una suerte de plebiscito en el que la continuidad del mandatario depende de lo que el electorado perciba en relación a sus cuatro años de gestión.

Siguiendo esta línea de razonamiento, a once meses de las elecciones presidenciales Macri debería procurar estabilizar su gestión de manera apresurada, sobre todo en lo que respecta a la situación económica. Poder mostrar algunos éxitos, percibidos como tales por el electorado, es, entonces, una condición necesaria para aspirar a concitar el apoyo en las urnas.

En este camino, el gobierno se vio forzado a lanzarse a los brazos del FMI. Un verdadero "abrazo de oso" de Christine Lagarde que, al mismo tiempo que permitirle contar con divisas para sortear el escenario de incertidumbre económica, implica aceptar condicionamientos en las decisiones económicas del país que pueden impactar negativamente en la opinión pública en el marco de un proceso electoral en curso.

La otra Cristina -Fernández de Kirchner- parece ser, en este marco, la pieza clave para la reelección de Macri. Sin dudas, se trata de una apuesta riesgosa en un escenario en el que el peronismo avanza hacia un proceso de unidad que, semana a semana, suma nuevos capítulos en la búsqueda de construir una nueva alternativa alejada del gobierno y del kirchnerismo.
Macri y Christine

La titular del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, le aseguró al presidente una inyección de fondos con el cual el gobierno busca estabilizar la situación económica. La anunciada ampliación del acuerdo original con el organismo de crédito le permitirá al gobierno aumentar el financimiento previsto no sólo para este año, sino para un 2019 que será clave para las perspectivas reeleccionistas.

Sin embargo, esta supuesta "gentileza" de la ex ministra del presidente francés Nicolas Sarkozy es para el gobierno tan necesaria en lo inmediato como dañina en términos electorales. Se trata de un organismo internacional que ostenta niveles de rechazo altísimos en términos de opinión pública, en cuanto activa marcos de referencia que remiten a los momentos más aciagos de la historia reciente, como la profunda crisis social, ecónomica y política del 2001.

Pero, sobre todo, se trata de un camino para la economía del país que es harto conocido por todos, y se caracteriza por una política de ajuste fiscal que tiene drásticas consecuencias en el plano social.

Macri y Cristina
Desde 1987 a la fecha, el kirchnerismo se caracterizó en términos de comportamiento electoral por dos jugadas recurrentes: la primera, que siempre hubo un "Kirchner" en las boletas (Néstor como intendente, gobernador, presidente y diputado; Cristina como diputada, senadora, presidenta y nuevamente senadora; Máximo como diputado). La segunda, retardar los anuncios sobre candidaturas al límite del cierre de la inscripción de las listas.

En este marco, el Gobierno apuesta sus cartas a que Cristina sea candidata, a fin de intentar recrear el escenario de polarización que tantos réditos electorales le granjeó en los comicios presidenciales de 2015 y los legislativos de 2017.

Si algo es evidente tras treinta años de exposición pública, ya sea como Presidenta, lesgisladora o primera dama, es que Cristina no necesita hacer una campaña de posicionamiento a fines de instalarse en el esenario electoral, porque todos saben quién es y de dónde viene.

Cristina necesitaría encarar una campaña de depuración de su imagen negativa, hoy muy superior a su imagen positiva, lo que implicaría necesariamente construir un discurso más enfocado al futuro que anclado en el pasado.

Lejos de transitar ese camino, la difícil estrategia que asumió Cristina consiste en no priorizar las acciones propias, sino acompasar la marcha del gobierno. Aferrada cada vez más al axioma pronunciado por el propio Juan Domingo Perón –"No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores"- la ex mandataria deposita su esperanza electoral en los pasos en falso que lleven al gobierno a su desprestigio. En términos emocionales, si la esperanza fuese el motor del proyecto electoral del gobierno de Macri, es la desilusión lo que escogió Cristina para que motorice el suyo.

Sin embargo, si algo está claro en este escenario de incertidumbre es que la presencia en el escenario electoral de la ex presidenta sigue siendo funcional a los intereses reeleccionistas de Macri que, tras los difíciles meses transcurridos de abril a septiembre, viene mostrando signos de una tenue recuperación en términos de imagen.

Sin dudas, la vitalidad política de Cristina es una buena noticia para Cambiemos. Ante la foto de unidad de un importante sector del PJ, su potencial candidatura conseguiría dividir el estratégico voto peronista en dos espacios competitivos.

Así las cosas, el gobierno confía en que lejos de amenazar el futuro electoral de Macri, una potencial candidatura de Cristina tenga el efecto de dividir al resto de las fuerzas opositoras, diluyendo su impacto electoral.

¿Y el peronismo?
En términos de comunicación política no cabe dudas de que el conflicto, la polarización y, por qué no, el "show político", terminan siendo lo más interesante en esta suerte de "batalla comunicacional" en la que se ha convertido la arena electoral.

Basta ver el caso de Donald Trump o el de Jair Bolsonaro: ambos utilizaron el impacto mediático de sus extrovertidas personalidades y su verborragia para posicionarse en el centro de la escena política. Lo cierto es que con eso solo no basta, sino que se requiere de la construcción de un "otro" con el cual discutir y polarizar.

Trump ganó gracias a Hillary Clinton, quien en su figura encarnaba a la tradicional clase política estadounidense, a la cual el electorado adjudicaba el fracaso y la acumulación de promesas incumplidas, identificando en el empresario algo diametralmente diferente.

En el caso de Bolsonaro, es evidente que el principal móvil de su voto no es él mismo, sino la desazón que existe en el país vecino respecto al PT y la larga marcha de corrupción que envolvió a los principales referentes en los últimos años. A eso se le suma una polarización social, es decir, una división manifiesta entre los brasileros que, por momentos, se expresa en racismo, sexismo y discriminación de clase. Bolsonaro recogió todas esas expresiones que hasta ahora no tenían una representación política unificada. Habrá que ver si ello le permite, como a Trump, llegar a la presidencia de su país.

Si bien la Argentina está hoy lejos de tener una polarización social tan fuerte como la que existe en Brasil, cualquier alternativa distante, tanto del Gobierno como del que se enfrenta al desafío de generar un proyecto político alternativo que logre romper con esa dinámica de competencia binaria que, casi como un fantasma, parece acechar a la democracia argentina.

El peronismo logró en los últimas días una foto importante que, más allá del impacto en términos simbólicos, es una suerte de punto de partida en el camino de un proceso de unidad de cara al 2019. Sin embargo, para romper la polarización hace falta mucho más que gestos. Es necesario construir una alternativa con una identidad única y diferenciadora, tanto del gobierno como del kirchnerismo, algo que aún está ausente.

En este escenario, parece claro que la suerte del Gobierno nacional está atada a las "dos Cristinas": al tiempo que necesita del siempre políticamente incómodo socio FMI para encarar una situación económica que aun no logra controlar, apuesta a una potencial candidatura de Cristina que le permita recrear una estrategia de polarización que obture las posibilidades de un peronismo que busca la unidad.

En otras palabras, si el Gobierno lograra sortear con relativo éxito los difíciles meses que se avecinan en materia económica y Cristina insistiera en su candidatura, la reelección sería casi inevitable. Si, por el contrario, la dimensión del ajuste fuese intolerable para la opinión pública y la ex presidenta desistiera de su candidatura -por decisión propia o fuerza mayor-, el escenario sería poco favorable para el oficialismo.

El autor es sociólogo, consultor político y autor de "Gustar, ganar y gobernar" (Aguilar, 2017)