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Bioterror pulp y mutantes de medianoche: cuerpo, cosmos y conspiración
Bienvenidos a Retrocultura Activa, ese rincón donde lo bizarro se viste de ciencia y lo orgánico se retuerce en el lienzo del celuloide. Hoy nos metemos en el territorio del bioterror pulp, ese subgénero donde la carne, la mutación y la ciencia fuera de control se combinan para provocar pesadillas inolvidables y reflexiones incómodas sobre qué somos en realidad.
La historia del cine nos regaló obras que exploran el cuerpo humano no como un templo, sino como un campo de batalla donde las obsesiones científicas, las conspiraciones secretas y los experimentos fallidos mutan lo que creemos inmutable. Desde sustancias que se rebelan hasta cuerpos que se deforman, hoy repasamos esas películas que mezclan terror, ciencia y pulp con una estética que oscila entre lo grotesco y lo fascinante.

David Cronenberg: el padre del horror corporal
Nadie puede hablar de bioterror sin mencionar a David Cronenberg. Este canadiense llevó el horror corporal a otro nivel, explorando la intersección entre tecnología, enfermedad y deseo con una mirada siempre provocativa y perturbadora. Obras como Videodrome (1983) ya nos mostraban la carne como receptáculo y víctima de una señal invasora, donde la mente y el cuerpo se convierten en un campo de batalla que cuestiona la realidad misma.
Pero fue con The Fly (1986) donde Cronenberg alcanzó un punto cumbre. La historia del científico Seth Brundle, interpretado magistralmente por Jeff Goldblum, que accidentalmente fusiona su ADN con el de una mosca y su transformación progresiva en un híbrido grotesco es a la vez trágica y aterradora. Los efectos prácticos, obra de Chris Walas, crean una metamorfosis visceral e inolvidable, mientras que Goldblum y Geena Davis sostienen una historia que, más allá de la mutación, es un drama romántico marcado por la pérdida de humanidad.

Además, Crash (1996) adaptó la polémica novela de J.G. Ballard, llevando al cine una obsesión extrema: personas que encuentran placer erótico en los accidentes de auto y las cicatrices de la colisión. James Spader y Holly Hunter protagonizan este viaje incómodo por la atracción entre metal retorcido y carne herida, un manifiesto enfermizo sobre cómo la tecnología penetra —literalmente— en la intimidad.
Y eXistenZ (1999) cierra este tríptico de mutaciones y órganos expuestos, en una distopía gamer donde los videojuegos se enchufan al cuerpo como prótesis orgánicas. Jennifer Jason Leigh y Jude Law nos arrastran por túneles de realidad virtual húmeda y pulsante, donde la biotecnología es casi un parásito que se confunde con el deseo y la identidad. Para Cronenberg, la frontera final no está en el espacio, sino debajo de la piel.

Tetsuo: el hombre de hierro y la fusión hombre-máquina
Desde Japón llega Tetsuo: The Iron Man (1989), un torbellino audiovisual dirigido por Shinya Tsukamoto que es una oda salvaje al cyberpunk corporal. Aquí la mutación es metal y carne retorciéndose sin control. Un hombre común, el Salaryman típico de la sociedad japonesa de posguerra, se infecta —literalmente— de chatarra y tornillos hasta volverse una criatura biomecánica que desafía toda lógica. La película es rápida, sucia, cruda y obsesiva, con un montaje frenético en blanco y negro granulado que transmite la angustia de una transformación que devora cuerpo y mente.
The Iron Man se convirtió en un clásico underground y marcó a toda una generación de cineastas que entendieron que el cuerpo podía ser territorio de pesadillas industriales. Tsukamoto, influenciado por el manga de terror y la estética punk de finales de los 80, construye una pesadilla urbana que recuerda a la paranoia tecnológica de Akira (1988, Katsuhiro Otomo), donde la carne y el metal también se funden en un Tokio caótico.
No está basada en ninguna novela específicamente, pero comparte espíritu con la obra de autores de ciencia ficción obsesionados con la fusión entre cuerpo y máquina como J.G. Ballard o incluso con el manga BLAME! de Tsutomu Nihei, donde la arquitectura, las máquinas y los cuerpos son parte del mismo monstruo. Tsukamoto volvería al tema con secuelas como Tetsuo II: Body Hammer (1992), expandiendo la idea de la mutación mecánica como metáfora de la alienación urbana.
Aún hoy, Tetsuo es punto de referencia obligado para cualquier amante del cine experimental y de culto, con una experiencia breve —apenas 67 minutos— pero tan intensa que uno sale de verla sintiendo que el metal le late bajo la piel.

Re-Animator: locura científica y risas macabras
En otro extremo del horror corporal, tenemos Re-Animator (1985), dirigida por Stuart Gordon, que adapta libremente el relato Herbert West - Reanimator (1922) de H.P. Lovecraft, donde el autor se burlaba de la obsesión científica por vencer a la muerte, parodiando el mito de Frankenstein. En la película, Herbert West —interpretado por un inolvidable Jeffrey Combs— es un estudiante de medicina obsesionado con devolver la vida a los muertos mediante un suero fluorescente. Lo que arranca como experimento clandestino termina en un carnaval de cadáveres resucitados, caos, miembros descabezados y humor negro a litros.
Re-Animator también respira la misma idea de “vida suspendida” que Lovecraft tanteó en Aire frío, otro cuento donde un científico desafía la muerte con métodos antinaturales. La diferencia es que acá la irreverencia pulp convierte cada escena en una fiesta gore, mezclando ciencia loca, cuerpos putrefactos y carcajadas incómodas. Es un clásico de culto que muestra cómo el terror corporal puede ser tan absurdo como espeluznante, recordándonos que la carne, a veces, no quiere volver… pero vuelve igual.

Society y The Stuff: la paranoia en la carne
Brian Yuzna, productor de Re-Animator y colaborador frecuente de Stuart Gordon, también se consolidó como un maestro del horror corporal con sello satírico. Society (1989) es su ópera prima como director y funciona como una fábula delirante sobre la alta sociedad de Beverly Hills: un adolescente (interpretado por Billy Warlock) empieza a sospechar que su familia y sus vecinos de clase alta ocultan un secreto grotesco. La verdad se revela en una orgía mutante y viscosa, donde la élite literalmente se funde y devora a los cuerpos “inferiores”, en una secuencia final que se volvió legendaria gracias a los efectos prácticos del mago Screaming Mad George. Society nunca tuvo secuelas directas, pero dejó una marca imborrable en el subgénero del body horror por su mezcla de sátira, conspiranoia y repulsión pura.
En paralelo, The Stuff (1985), dirigida por Larry Cohen lleva la crítica social hacia el consumo masivo y la paranoia corporativa. Aquí no hay aristócratas mutantes, sino un postre cremoso —“The Stuff”— que arrasa en supermercados de todo Estados Unidos, convirtiendo a quienes lo prueban en zombis sonrientes dominados por una sustancia extraterrestre. La película se burla de la publicidad, la codicia empresarial y la obsesión norteamericana por consumir sin mirar qué hay dentro del envase.

The Stuff mezcla terror y humor negro con un héroe improbable: Michael Moriarty interpreta a un investigador privado sarcástico que intenta detener la invasión de este “yogur viviente” mientras la paranoia crece como un hongo dentro de la sociedad de consumo. Aunque la idea parezca absurda, comparte ADN con otras fábulas de “comida viva” y conspiraciones alimenticias, anticipando obsesiones modernas por la comida ultraprocesada.
Ambas películas confirman que lo verdaderamente terrorífico no viene de fuera, sino de lo que consumimos —ya sea un snack pegajoso o una mentira social que devora desde dentro—. Son delirios pulp que demostraron que la carne, el plástico y la sátira pueden mezclarse para dejar al espectador igual de incómodo que fascinado.

From Beyond (1986): el cuerpo y lo invisible
Otro título clave dentro del horror corporal es From Beyond (1986), dirigido por Stuart Gordon y también basado en un relato de Lovecraft. La historia sigue a un científico que crea un aparato capaz de estimular una glándula cerebral para percibir dimensiones paralelas invisibles al ojo humano. Sin embargo, al activar esta percepción, abre la puerta a criaturas y energías que empiezan a afectar el cuerpo y la mente de quienes lo experimentan.
La película explora cómo la realidad puede desmoronarse al entrar en contacto con lo desconocido, y cómo el cuerpo se convierte en un campo de batalla donde fuerzas invisibles alteran la percepción y la integridad física. Con efectos prácticos muy elaborados para su época y una atmósfera opresiva, From Beyond combina ciencia, horror y locura, reflejando la constante idea lovecraftiana de que lo invisible puede ser también lo más peligroso.
Las actuaciones de Jeffery Combs y Barbara Crampton, colaboradores frecuentes de Gordon, aportan intensidad a este relato de paranoia y transformación. Además, la película no solo muestra mutaciones grotescas, sino que también juega con la idea de que fuerzas invisibles, científicas y sobrenaturales, pueden alterar nuestra realidad y transformar la carne en algo extraño y amenazante.

Entre la fascinación y el horror
Estas películas forman un mosaico fascinante donde el cuerpo humano es un territorio en disputa, ya sea por la ciencia, la tecnología o fuerzas incomprensibles. La mutación y la transformación no son solo trampas para el terror, sino también metáforas poderosas sobre el miedo a lo desconocido y la pérdida de control sobre nosotros mismos. El bioterror pulp, con su mezcla de efectos prácticos, narrativa exagerada y temáticas profundas, sigue siendo un laboratorio para explorar lo que significa ser humano en un mundo donde la carne y la máquina cada vez están más entrelazadas.
Y esto ha sido todo, nos volveremos a ver en la próxima dosis de Retrocultura Activa, donde seguiremos buceando en las profundidades del cine que nos desafía y nos fascina. Hasta entonces, cuidemos nuestro cuerpo… mientras siga siendo “nuestro”.
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