En 2015, la poeta estadounidense Anne Boyer escribió: “La estrella del pop anarquista ha tenido un bebé con el hijo del multimillonario. Es un fajo gris verdoso de armas y billetes. Es la prueba, para quienes la necesitaban, de que ella realmente no quiso decir lo que decía”. ¿Se imaginaba la escritora que ese “bebé del capitalismo” con el que fantaseaba traspasaría los límites de la poesía y nacería en el mundo real algunos años después?
En su nuevo libro, “Maquillada”, la poeta y traductora canadiense Daphné B. parte del nacimiento de X Æ A-Xii, el hijo del multimillonario Elon Musk y la “antiimperialista” artista musical Grimes, para ahondar en las contradicciones del mundo moderno en un ensayo que desafía la rigidez de los géneros literarios. Pero lejos de observar estas incongruencias desde un pedestal de superioridad, las tamiza desde su propia experiencia y admite: “Deseo el fin del mundo con el mismo fervor con el que lo temo”. ¿Se puede escapar de la paradoja en la que nos encierra nuestro siglo?
Con el foco puesto en la industria cosmética y el maquillaje, Daphné B. aborda el mundo moderno en un libro que oscila entre el ensayo y la poesía, entre influencers y filósofos, entre el maquillaje como dispositivo de sumisión y como arma de resistencia y de rebelión. “Me da vergüenza consumir y desperdiciar mi vida en sitios que alimentan mis deseos inagotables (...). Pero me gustaría dejar de barrer mi vergüenza con cigarrillos o arrebatos suicidas. Me gustaría escuchar hablar a mi vergüenza y aprender de ella”, escribe.
Maquillada, editado por Blatt & Ríos y traducido por primera vez en español por la poeta argentina Cecilia Pavón, es un ensayo confesional en el que lo personal, además de político, es poético. Con una prosa ágil y entretenida, este libro hará pensar y reír al lector, además de replantearse sus consumos sin el filtro difuso de la culpa.
En un texto publicado en la revista LQ, escribió: “Sueño con un mundo en el que las categorías literarias queden abolidas, en el que todas las chicas que sueñan puedan dedicarse a escribir sin aspirar a un género concreto, sin intentar ajustarse a una idea de lo que constituye la literatura ‘publicable’. Eliminar las etiquetas literarias del discurso quizás nos permitiría potenciar a esa chica. La obligaría a perseguir su deseo, a escuchar su intuición. Soñaría con algo más que con cumplir las expectativas. Y sólo entonces la chica que sueña tendrá la libertad de hacer aparecer aquello que aún no tiene nombre”.
Así empieza “Maquillada”, de Daphné B.
Schmoney.
La estrella del pop anarquista ha tenido un bebé con el hijo del multimillonario. Es un fajo gris verdoso de armas y billetes. Es la prueba, para quienes la necesitaban, de que ella realmente no quiso decir lo que decía.
A menudo pienso en el bebé que tuvieron la estrella del pop y el rico heredero.
Pienso en el fajo gris verdoso de dinero y armas, ese color en el que se cruzan la riqueza y la violencia, fibras indisolubles de un mismo tejido. Intento comprender el color, expresar su confusión con palabras. Es un fajo turbio, como el agua sucia. De una opacidad muy práctica que le ayuda a ocultar su banal verdad: no hay billetes sin armas. Tener un fajo de algo es tener mucho. Pero la opulencia presupone escasez, porque florece sobre la miseria de los demás. De esta relación cercana y esencial nace la violencia. Este bebé está disparando un arma.
El bebé que describe la poeta Anne Boyer no es gris, sino grisáceo. No es verde, sino verdoso. De hecho, su tono desafortunado e inacabado cambia constantemente. De ahí los sufijos áceo y oso. Siempre está tomando otro color y mutando, como un órgano en descomposición. El riñón de un cadáver cambia de marrón a negro. La tráquea, primero blanca, se vuelve roja, luego olivácea. El color traza un movimiento, nos encierra en un ciclo. Y nadie escapa a su danza.
Durante mucho tiempo creí que los poemas eran pequeñas profecías, que contenían presagios: una muerte, un concepto científico, un elemento que faltaba en la tabla periódica. Pero ahora pienso que lejos de predecir el futuro, las imágenes de los poemas cristalizan un fenómeno que ya existe y que siempre debe encontrar nuevas palabras para decirse a sí mismo. En este sentido, la poesía no es vidente, sino que está fuera del tiempo. Más precisamente, la poesía no se corresponde con lo que está sucediendo; es siempre inactual. De hecho, es más probable que te suceda [la poesía], mientras que muchas otras cosas que parecen más importantes no te sucederán nunca, dice Jean Cocteau, en un video donde le habla al año 2000. La poesía, por lo tanto, no es actual. Pero la actualidad, por su parte, no acontece sin poesía.
¿Sospechaba la poeta Anne Boyer que el bebé del capitalismo, con el que ella fantaseaba, iba a nacer algún día? ¿Que un hecho se abriría paso hasta las tapas de los diarios y le demostraría que tenía razón tres años después de la publicación de su colección de poemas? Después de todo, la poeta no inventa nada, simplemente escribe lo que ya existe. Porque la actualidad, como el bebé gris verdoso, no es más que una prueba para quienes la necesitan.
En mayo de 2018, Grimes, la estrella pop canadiense autoproclamada antiimperialista, hizo pública su relación romántica con el empresario multimillonario Elon Musk, clasificado en el vigésimo tercer puesto de la lista de las personas más ricas de Estados Unidos. Antes de levantar el velo de su amor, Grimes sabiamente retira la mención “antiimperialista” de su biografía de Twitter. Ahora está saliendo con el hombre que sueña con colonizar Marte.
Grimes: la princesa del Montreal underground hecho de lofts polvorientos y sustancias químicas que usamos para aflojarnos. La chica de cabello verde, negro y rosa que trabaja sin descanso y que se encierra durante días en la oscuridad, sin dormir ni comer, para gestar sus discos de música experimental. Cyborg, pop y metálica, bañada en una nube de hollín iridiscente, la música empuña el sable y persuade a las serpientes. Sus canciones suenan como la droga que nos hace subir de repente, como la velocidad con la que volvemos a bajar.
Hablo de Grimes porque fuimos a la misma universidad, porque era amiga de una amiga, amante de otra. En un momento, antes de que saliera con uno de los hombres más poderosos de la Tierra y de que promocionara su música con carteles proclamando que “el calentamiento global es algo bueno”, la sentí cerca de mí. Uno de mis ex me describió las fiestas que hacía en su casa. Me habló de su departamento sucio, la mugre de su bañera cubierta por un agua casi negra. “Estaba roñoso”, me dijo. Era Grimes. Como sea, esa suciedad no me es ajena. Mancha todos los departamentos asequibles en Montreal. Incluso hoy, la lluvia sigue filtrándose por mi techo.
Cuando se supo del romance entre Grimes y Musk, yo estaba saliendo con un sociólogo conocido. Treintañero, con la cabeza afeitada, un “rebelde sin praxis”. El tipo de socialista que no siente nada cuando se pone un condón. Tan radical… con su ropa de lino negro y sus sacos decorados con pins. Vivía en Los Ángeles, trabajaba para una empresa que cotizaba en bolsa y conducía un BMW. Recuerdo su mirada escandalizada cuando hablaba de la ropa sucia de su amada cantante. Una Grimes capitalista era más de lo que podía soportar. Estaba decepcionado, casi asqueado. ¿Pero ese asco provenía de todas las Grimes que sentía latir dentro de sí mismo?
Porque la parte de nosotros mismos que reconocemos en el otro nos repugna. Los cadáveres, por ejemplo, nos repelen porque detectamos en ellos nuestra propia muerte. Algún día seremos nosotros, la ignominiosa podredumbre que nuestros seres queridos se encargarán de ocultar ante la vista de los sobrevivientes. Estar disgustado es tener náuseas, estar en un espasmo desesperado por distanciarse del propio ser.
¿Qué había hecho Grimes, sino visibilizar las contradicciones constitutivas de nuestro siglo, esas contradicciones que continuamente amenazan con destruirnos? Todo es tanto una cosa como lo contrario. Incluso los deseos que me impulsan se oponen entre sí. Deseo el fin del mundo con el mismo fervor con el que lo temo. Además, a menudo me sorprendo convocando a la catástrofe, abriéndole suavemente la puerta. Acepto el apocalipsis como el resultado “natural” de una existencia elástica, lista para volar en mil pedazos.
Aislada en un piso vacío, en medio de una pandemia, sólo pensaré en comprarme una vela de pomelo. Desearé que mi fin del mundo huela bien. Veré videos para aprender a decolorar mi cabello por mi cuenta. Haré el test en línea para averiguar cuántos planetas similares a la Tierra necesitaríamos si todos consumieran como yo. El test dirá: 3,6 planetas. Me disculparé por eso.
Me disculpo todo el tiempo. Incluso me disculpo por disculparme. Tengo 3,6 planetas en mi vientre y uno más atascado en la garganta. A veces deseo el apocalipsis de la misma forma en que se pide perdón. Me alivia imaginar mi desaparición.
Pienso en mi sociólogo de Los Ángeles. ¿De verdad cree que puede escapar de la paradoja en la que nos encierra nuestro siglo?
Si es así, entonces, San Sociólogo, ruega por mí.
Quién es Daphné B.
♦ Nació en Montreal, Canadá, en 1990.
♦ Es poeta y traductora.
♦ Colabora con diferentes revistas y cofundó la plataforma feminista de difusión de literatura canadiense Filles Missiles.
♦ Escribió los libros Bluetiful (2016), Delete (2017) y La pluie des autres (2022).
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