
El verano siempre se ha dibujado como una de las mejores etapas en la vida de los niños y adolescentes. Sin clases, sin horarios y sin obligaciones, pueden disfrutar de todo aquello que el mundo les ofrece más allá de la rutina. Para muchos es sinónimo de descanso, para otros va más allá. Aquellos que han sufrido acoso en el aula —uno de cada diez, según la Fundación ANAR— encuentran en los meses de vacaciones el momento perfecto para crear y crecer en un entorno seguro y más controlado. Sin miedo a las burlas o el vacío de los compañeros, consiguen volver a respirar tranquilos. El aire que respiran también se vuelve más ligero para los padres, que suelen ver cómo sus hijos experimentan un cambio de actitud. Pero este lunes, la amenaza de retomar la misma dinámica se cierne sobre todos ellos.
La vuelta al colegio de los estudiantes que han sufrido bullying tras las vacaciones no solo significa acostumbrarse a la rutina, sino también enfrentarse de nuevo a sus temores. Èlia Sasot, especialista en Psicología Infantil y Juvenil, explica que el “el regreso a la escuela puede reactivar recuerdos, miedos y síntomas de ansiedad, sobre todo mucho miedo a que vuelva a pasar”.
La especialista, que es miembro de Top Doctors Group, asegura que, tras el verano, los menores que han padecido acoso escolar atraviesan un proceso de anticipación y suelen acudir a terapia: “Entre los motivos de consulta al inicio de curso están la preocupación por el reencuentro, la anticipación de situaciones de exclusión social y el temor a que se repitan dinámicas de acoso”. Por ello, el acompañamiento de la familia es una cuestión primordial. “Para los padres, sobre todo es muy importante escuchar sin juzgar ni minimizar lo ocurrido. Mostrar confianza en sus capacidades, evitando la sobreprotección excesiva”, aconseja la especialista.
Acompañar sin sobreproteger
Sasot hace hincapié en la necesidad de mantener una actitud abierta y empática: “Es fundamental que los padres aborden este momento con apertura y empatía. Lo más importante es validar cualquier emoción que aparezca: desde la ilusión hasta la inseguridad”.
Para la especialista, el mensaje a transmitir debe ser claro: “Tus emociones son válidas, no estás solo, y podemos afrontar juntos lo que ocurra” Por eso, Sasot anima a las familias a mostrar confianza en las capacidades del niño o adolescente, evitando la sobreprotección excesiva que, muchas veces, genera inseguridad y dependencia.
Las consultas sobre la evolución del menor en el entorno educativo, por otro lado, sí deben ser constantes. “Mantener comunicación fluida con el colegio para prevenir y detectar recaídas es fundamental”, afirma la psicóloga. No obstante, también destaca la importancia de reforzar actividades fuera del ambiente escolar, donde los niños puedan sentirse seguros y tejer nuevas redes sociales.
Ante todo, Sasot considera que el menor debe percibir que cuenta con un sistema de cuidado que lo respalda: “Es de vital importancia transmitir la idea de que no está solo, sino que hay un equipo trabajando unido para protegerlo y acompañarlo: tanto en el colegio como en su familia, y con los profesionales de salud mental”.
Estrategias para facilitar nuevas amistades y fortalecer la autoestima
La psicóloga también señala que la vuelta al entorno escolar después de haber sufrido bullying trae consigo el desafío de reconstruir la confianza social y generar nuevos vínculos. Para la psicóloga, es fundamental trabajar tanto en el desarrollo de habilidades sociales como en el fomento de un entorno protector que favorezca relaciones sanas. En este sentido, recomienda “dar oportunidades sociales variadas: facilitar la participación en actividades donde pueda conocer compañeros con intereses similares, tanto fuera como dentro del centro educativo”.
El fortalecimiento de la autoestima surge, además, de comprender que “tener amigos no significa aceptar todo, y que decir ‘no me gusta’ o ‘no quiero’ es un acto de cuidado propio”. Este mensaje ayuda al menor a establecer límites saludables y reconocer su propio valor dentro de un grupo. Convertir la convivencia diaria en un aprendizaje práctico acerca de la asertividad y los límites es una herramienta poderosa para los niños y adolescentes que han sido vulnerados por el bullying. De hecho, aconseja “entrenar en habilidades sociales: practicar cómo iniciar conversaciones, cómo unirse a un grupo o cómo expresar desacuerdo de forma asertiva”.
Cómo preguntar si ha vuelto a tener problemas con los compañeros
Detectar posibles problemas a tiempo es otra tarea esencial para las familias. Pero no debe realizarse de cualquier manera. Para la experta, “la clave está en no interrogar, sino abrir espacios de conversación”. La psicóloga recomienda a los padres establecer una comunicación cotidiana y abierta que no resulte incisiva, es decir, preguntar de forma general y no solo sobre el acoso. Hacer preguntas cotidianas como: “¿Qué fue lo mejor y lo más difícil de tu día?“ o ”¿Qué tal fue el recreo hoy?”, puede ayudar a los niños a expresarse con mayor libertad, sin sentir presión o miedo al juicio.
Encauzar estos momentos de conversación puede ser más efectivo fuera de los espacios formales. “Utilizar momentos relajados (paseos, cena, trayecto en coche) en lugar de conversaciones formales que pueden generar presión”, apunta. También aconseja a los padres que estén atentos a las conductas, como alteraciones del sueño, irritabilidad o somatizaciones, para detectar los síntomas de malestar, aunque el niño no lo verbalice. “Un entorno familiar atento, dialogante y empático es, muchas veces, la diferencia entre afrontar el curso con confianza o hacerlo desde la soledad”, apunta.
El papel de los profesores y los centros escolares
La protección de estos alumnos y la prevención del acoso no debe recaer únicamente en las familias. “Es clave recordar que los centros educativos están obligados a activar protocolos de prevención y detección temprana de bullying. Cuando un alumno manifiesta miedo intenso o síntomas compatibles con acoso, el colegio debe recoger información, informar a la familia y valorar si corresponde activar formalmente el protocolo de acoso escolar”, afirma la especialista. Este procedimiento institucional “evita que la responsabilidad recaiga solo en el niño y la familia, y se convierte en una respuesta conjunta”.
La visibilidad de estos protocolos y la colaboración entre escuelas y familias crean un entorno más seguro y preparado. “Si existe una coordinación efectiva, el niño percibe que no está solo ante la situación y que su bienestar es una prioridad para todos los adultos implicados, lo que reduce notablemente la sensación de aislamiento y desamparo”, concluye Sasot.
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