La muerte de Shridath Ramphal cierra una época de entendimiento y logros entre países de menor desarrollo relativo y países industrializados. Ramphal fue el más exitoso canciller de Guyana y el líder más efectivo de un organismo multilateral en el último cuarto del siglo pasado. Su talento para comprender el desarrollo y sus complejidades así como para recurrir con efectividad a la diplomacia en conflictos intensos le ganó el respeto de 71 países ubicados en el Caribe, Asia y África y que formaban la Mancomunidad Británica de Naciones. Pero sobre todas las cosas le granjeó la confianza, el respeto y la complicidad de Isabel II del Reino Unido.
Isabel II sostuvo a lo largo de su reinado la visión de un Reino Unido fortalecido por la eventual fusión con las antiguas colonias en una organización capaz de llevar a esas naciones el progreso y a Londres la estabilidad económica. Esta visión se forjó cuando, finalizada la Segunda Guerra Mundial, la entonces princesa de Gales viajó con sus padres a África. Posteriormente este interés se solidificó con su tournée privada a Kenia y su visita oficial a Australia en 1954. Para ella fue inspirador constatar la admiración y afecto de pueblos lejanos que apenas habían tenido contacto con Londres. Y surgió allí la visión de una región del mundo unida para buscar el desarrollo y preservar la paz.
Esa visión fue compartida por el ex canciller de Guyana Shridath Ramphal quien fue además el más exitoso Secretario General de la Mancomunidad Británica de Naciones (1975-1990). La visión de Isabel II y el talento operativo de Ramphal lograron transformar la relación entre Inglaterra y sus antiguas colonias en una asociación para el progreso que sirvió para resolver efectivamente las crisis de Rodesia y Zimbabue y el Apartheid en Sudáfrica. También se suscribió el Tratado de Lomé, que otorgó ventajas arancelarias para la introducción en Europa de productos provenientes de los miembros de la Mancomunidad (71 países ubicados en Asia, África y el Caribe) al tiempo que ofrecía incentivos a las empresas europeas que invirtieran en esa extensa región.
Quizás la más conocida pero menos comprendida haya sido la alianza entre Ramphal e Isabel II para poner fin a Apartheid. Ambos se enlazaron en una sola estrategia para sobreponerse al librecambismo de Margaret Thatcher e imponer sanciones a Sudáfrica por practicar el Apartheid. Para Isabel II esta era la mejor manera de decirle al mundo que el Reino Unido no toleraría políticas reñidas con la Declaración Universal de Derechos Humanos. Para Ramphal, el fin del Apartheid era el fin del colonialismo.
Gracias al talento de Ramphal, la Mancomunidad dejó de ser un ente protocolar para comenzar a desarrollar vínculos económicos entre sus países integrantes y entre estos y la economía global. Muchas naciones miembro aprovecharon los programas creados por Ramphal para acelerar sus tasas de desarrollo. Tal es el caso de Bermuda y Barbados y, en menor medida, de Trinidad y Tobago. Pero también la India -patria de los padres de Ramphal- se benefició ampliamente de la proyección que él le dio. Gracias a los vínculos de Ramphal con las grandes empresas británicas y americanas nació el interés en ese país como usina manufacturera para servir mejor y a precios estables los mercados de los países industrializados.
La llave Isabel II-Ramphal cosechó muchos éxitos y prometía llegar a transformar las relaciones entre países industrializados y países de menor desarrollo relativo en potentes asociaciones para alcanzar el desarrollo. Pero así como Isabel II no logró comprometer a sus herederos con la idea de una Mancomunidad de Naciones fuerte y pujante, Ramphal tampoco preparó un sucesor para dirigir la Secretaría General de la Mancomunidad que estuviese comprometido con esta visión. Y en la medida que los años y los inesperados y muy públicos conflictos familiares consumieron las fuerzas de Isabel II y culminó el mandato de Ramphal, las relaciones entre el Reino Unido y la Mancomunidad cambiaron de dirección y tesitura. En Londres se impuso un enfoque pragmático de la relación, abandonando el posicionamiento de Reino Unidos para colocar a Inglaterra como interlocutor de la Mancomunidad. Asimismo, muchos miembros de la Mancomunidad comenzaron a darle mayor importancia a las relaciones entre sí y con China. El Gran Dragón asiático traía consigo una botija llena de recursos para la inversión en infraestructura arropada en el nuevo concepto de la Ruta de la Seda. Los intercambios con el Reino Unido perdieron la significación de otros días. En este poco entusiasta segmento de las relaciones surgió el interés británico por abandonar la Unión Europea. El proceso duró tres años, durante los cuales no existió interés alguno en Inglaterra por otros proyectos de política exterior.
Una vez culminado el divorcio, Inglaterra se aferró a la quimera de concluir un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Esto probó ser un verdadero autismo político. Imbuidos los descendientes de Washington en múltiples problemas domésticos que incluyen la anonimia digital, la inseguridad en las fronteras, el estancamiento económico y la polarización política, el libre comercio salió de la agenda estadounidense. Este panorama no sólo no admite sino que rechaza de plano la conclusión de tratados de libre comercio con país alguno.
Y quedó así Inglaterra flotando sin rumbo claro en un mundo de alianzas estratégicas mientras la Mancomunidad Británica de Naciones busca otra guía con la cual emprender el difícil camino de la estabilidad económica y el desarrollo. Se comenzó así a diluir una de las más valiosas y productivas ententes de la posguerra entre una soberana británica y un brillante operador internacional nacido en Guyana, país que hoy brilla en la región del Caribe por su riqueza petrolera.