
“Papá...”. Manu Ginóbili apenas puede terminar la palabra. La dice fuerte, pensando que puede seguir, pero interiormente algo se empieza a quebrar…
Hay silencio en el auditorio hasta que la gente se da cuenta qué es lo que pasa y le grita “vamoooos Manu”.
Eso le da tiempo: para tragar saliva, recostarse un poco sobre el atril y así intentar completar lo que quiere decir sobre su amado padre…
“Cómo me hubiese gustado que estuvieras acá… Y pudieras entender lo que está pasando hoy… Mi primer fiel y más grande seguidor… “.
“Te extraño mucho, viejito, te extraño mucho”…
Como puede, con la voz entrecortada y más ganas de llorar de las que se permite, el crack argentino termina su agradecimiento.
Es, por lejos, el momento más emotivo y duro de la noche en la que entró al Salón de la Fama del básquet. Ginóbili intenta no mirar hacia adelante, porque sabe que no lo verá entre el público. Es una de esas noches en la que uno quiere disfrutar con todos los suyos, con todos y cada uno de los que te ayudaron en el camino, Manu no puede y la noche perfecta deja de serlo.
Lo sabe Manu y lo saben los Ginóbili, los que están en Springfield y los que están en Bahía Blanca…
Y lo sabemos lo que conocemos lo que está pasando en la familia.
Sabíamos que éste sería el momento de quiebre para Manu. Porque la figura de Jorge, Yuyo para los amigos y todo el ambiente del básquet, es demasiada fuerte. Para Manu y para todos en la familia. Jorge Ginóbili ha sido el líder, desde siempre, desde la mirada, con actos más que con palabras. Jorge es la determinación personificada. Y, sobre todo, la pasión por el básquet. Es, en definitiva, todo lo que es Manu. Mucho de lo que tiene Manu es lo que heredó de Yuyo. Ex jugador de Deportivo Norte y primer presidente de Bahiense del Norte cuando se fusionó con Bahiense Juniors, en 1975, el padre es el resumen del fanatismo por este deporte en la Capital del Básquet.
Un apasionado absoluto que, como dice Huevo Sánchez, entrenador y amigo de la familia, prefiere hacer una hamburgueseada a la tira B de cadetes en su club que ver Lakers-Spurs pese a que su famoso hijo esté presente en uno de los estadios más famosos del mundo. El club de barrio es su pasión y de allí Manu la absorbió, como tantos otros… Por eso que él, justamente él, no estuviera anoche fue una daga en el corazón de los que sabíamos. Porque le hizo falta a Manu y le hizo falta a la justicia de una historia. Porque nadie hubiese querido estar más en Springfield que Yuyo. Raquel, la madre, tampoco estuvo, pero su caso es distinto. Básicamente no viajó porque tan leal es a su marido que no iba a estar si él no estaba. Es hasta una ausencia entendible. Estas cosas a ella no le mueven la aguja o, en realidad, no le gustan por esencia. Hablamos de una madre que siempre estuvo, desde su lugar, no en los partidos, que lo ponían nerviosa porque temía que “me lastimaran al nene”. Pero Yuyo hubiese amado estar. Y eso lo golpea a Manu, como nos pasa a todos que somos hijos. Y, además, va más allá. Porque, si no estuviera y al menos pudiera darse cuenta de dónde estaba su amado hijo, era tolerable. Pero ni eso es posible. Y duele.
Hay enfermedades demasiado crueles que llegan para apagar personalidades apasionadas. Es horrible, pero hay que aceptarlo. Así es la vida, nunca perfecta. Manu lo sabe, aunque le hubiese encantado la mirada cómplice, la sonrisa y el abrazo de Yuyo. Todos lo queríamos, todos lo esperábamos y a todos, los que hemos presenciado esta historia de amor y pasión, nos dolió. Sólo faltó eso en una noche para la historia del deporte argentino. Qué lástima. Pero Manu y todos sabemos que Yuyo está y que, sin él, nada hubiese sido posible. No es mucho y es injusto, pero es un lindo consuelo. #GraciasYuyo
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