
A la par del futbol, el ciclismo llegó a acaparar las portadas de los diarios deportivos debido a su popularidad y gran aceptación entre la afición en México. A pesar de ello, la trascendencia de atletas nacionales en el ámbito profesional no llegó a la élite mundial sino hasta que Raúl Alcalá se abrió paso de forma intempestiva gracias a su talento. Y es que el originario de Monterrey, Nuevo León fue el primer mexicano en correr las tres carreras de ruta más importantes de la disciplina en Francia, España e Italia.
La práctica de futbol y beisbol no superó una de las aficiones que Alcalá Gallegos cultivó sin saber durante toda su infancia. La bicicleta, el mismo vehículo que lo llevó a consagrarse en su primera participación de la Tour de France, se convirtió en su vehículo de confianza para llegar a cualquier lugar. Fue a los ocho años, cuando se inscribió a su primera carrera, que conoció la facilidad de triunfar en el ciclismo.
“Estando en un campo, un señor me preguntó si quería competir y le dije que sí. Me inscribí, me prestaron un casco, me arremangué el pantalón y ya salimos. Como eran varias categorías, tardó mucho la carrera. Se hizo de noche y llegué muy tarde a mi casa. Mis padres me estaban esperando para regañarme, pero les dije que había ganado una carrera, les enseñé el trofeo y se suavizaron. Les conté y vieron que tenía interés por ese deporte”, contó a Infobae México.

Según recordó, ganar la carrera no le trajo mayores complicaciones. En ese sentido, la obtención del primer trofeo desencadenó la obsesión de ir por más. A diferencia de los deportes en conjunto, el ciclismo le permitió competir y destacar a su propio ritmo y estrategia, sin depender de nadie más. Con el paso de los meses y años, conforme se adentró en la disciplina, también encontró motivación en otros atletas consagrados.
Radamés Treviño, el talentoso ciclista regiomontano que brilló con dos platas y un bronce en los Juegos Centroamericanos de 1967, fue de sus primeros referentes. Sin embargo, el deseo de escalar más allá lo llevó a encontrar ídolos entre páginas de revistas francesas que relataban las hazañas de Hinault y Thévenet en el viejo continente y el resto del mundo, quienes lo inspiraron a pedalear tras el sueño galo.
Antes de la profesionalización, fue necesario el crecimiento deportivo. Arribó a los 16 años a la Ciudad de México buscando mejorar su rendimiento. En el transcurso, llamó la atención del Comité Olímpico Mexicano (COM) y fue uno de los representantes nacionales en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984. A los 20 años destacó como el decimoprimero mejor competidor, pero el camino no finalizó ahí.

Al formar parte de la Selección Nacional, Alcalá conoció un sinfín de carreteras en Estados Unidos y destacó en vueltas nacionales como la de Chiapas, Sinaloa, México, Ovaciones y Baja California, algunas de las que conformaban el calendario de 80 carreras anuales en las que competía. Su constancia y la fama del ciclismo en México le trajeron la oportunidad de incursionar en el ámbito profesional, el sueño que se planteó como amateur.
En el siglo XX, México contaba con un gran abanico de carreras por etapas. En ese sentido, los equipos extranjeros que competían en el máximo circuito llegaban al territorio nacional para elevar su nivel. En el año de 1986, durante la vuelta a Baja California, el equipo 7-Eleven buscó apuntalar su rendimiento para realizar un digno papel en las competencias europeas, pero en el trayecto centraron su atención en uno de los jóvenes que encabezó el pelotón.

Su irrupción en el Tour de Francia sirvió de adaptación, pues consiguió finalizar en el peldaño 114. El resto de su calendario lo completó con algunas otras carreras por etapas en el continente europeo y se fijó ambiciosos objetivos para su segunda temporada bajo la bandera del equipo 7-Eleven. Para el año de 1987, Alcalá arrancó la temporada desde el mes de febrero y obtuvo su primera victoria al siguiente mes, impulso suficiente para brillar en Francia.
La dura ruta de tres semanas no mermó su ambición por llegar al liderato. Con 23 años, logró finalizar como el noveno mejor ciclista de la competencia, pero se consolidó como el mejor exponente menor de 25 años, mérito que le valió la posesión del suéter de color blanco. Cabe mencionar que dicha prenda se le otorga al mejor ciclista juvenil del Tour de Francia.
“De ahí empezaron a ver un potencial grande en mí y el equipo me comenzó a proteger y apoyar más con contratos. Ahí empezó mi carrera ya como profesional con grandes opciones y grandes apoyos”, recordó.

En su palmarés también figuró el suéter de líder de montaña y dos victorias de etapa en Francia, mismas que consolidó en 1989 y 1990. Si bien llegó a recorrer carreras como la Vuelta a España, el Giro de Italia, la Clásica Ciclista de San Sebastián, la Vuelta a Asturias, la Vuelta a Burgos y la Lieja-Bastoña-Lieja, en las cuales destacó, su preferida siempre fue el Tour de Francia, aquella que lo consagró.
Su contrato con 7-Eleven finalizó en 1988, pero las ofertas de otros equipos no escasearon. Durante los 11 años que permaneció radicado en Europa vistió los suéteres de los equipos PDM hasta 1992, World Perfect en 1993 y Motorola en 1994, donde fue compañero de equipo del legendario, y entonces joven, Lance Armstrong.
A 27 años de haberse retirado, Raúl Alcalá continúa sintiendo el arropo y admiración de las generaciones que lo convirtieron en leyenda. No obstante, considera que su lugar de privilegio se debe a que aún no sobresale alguien que pueda desbancarlo.

Pese al paso de los años, Alcalá confía en el ciclismo mexicano como una disciplina que puede ubicarse en las mejores vitrinas del mundo. De esa forma, después de haber pedaleado como el único exponente de una generación, a sus 58 años busca fomentar el deporte desde otras trincheras para que su logro no sea el único en la historia nacional.
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