Viaje al último país de la tierra sin internet

Detrás de un "muro" de la Guerra Fría aún sin derribar, una Nación de la que mucho se habla y poquísimo se sabe. Abierta a los visitantes occidentales hace sólo 5 años, ¿cómo es el turismo en una sociedad donde todo está bajo control?

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"Corea del Norte es un país que da muchos títulos y muchos récords y sin embargo es el màs hermético, es un país del que no se sabe bien qué pasa, en una época en la que prácticamente sabemos lo que pasa en todos lados", dice Florencia Grieco quien, desde sus tiempos de editora de noticias internacionales en diarios como Crítica e Infobae América, siente fascinación por el proceso norcoreano; tal vez justamente porque es un desafío para los profesionales de la información. Se trata de esos países de los que la mayor parte de las noticias que trascienden son difícilmente chequeables, teñidas como están de intención propagandística, tanto negativa como positiva.

"Es como viajar a la Guerra Fría", dice Florencia Grieco, que hoy trabaja como editora para un importante sello editorial.

La República Popular Democrática de Corea es uno de los últimos bastiones comunistas en el mundo, rémora de los tiempos en que el mundo estaba dividido en dos bloques políticos, ideológicos, económicos y militares. Una división que atravesó en dos a la península de Corea y la mantiene partida hasta hoy.

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A imagen y semejanza de China hace algunos años, Corea del Norte empezó a entreabrir la puerta y desde hace cinco años autoriza viajes de turismo, regulados y controlados hasta en el último detalle, en los que muestra sólo aquello que desea.

Florencia Grieco, que acaba de regresar de uno de esos tours, contó a Infobae sus impresiones de las peculiaridades y anacronismos de un país que impresiona por sus periódicas exhibiciones de poderío militar que contrastan con su estancamiento en el pasado.

—Parece mentira que todavía existan en el mundo países cerrados al exterior. Con el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, casi el único que va quedando es Corea del Norte.

—Sí, otros países se han ido abriendo en mayor o menor medida, pero Corea del Norte sigue siendo el más hermético, un país del que no se sabe bien qué pasa, lo cual es muy extraño en una época en la que sabemos prácticamente lo que pasa en todos lados. Uno no tiene prácticamente información de lo que sucede ahí.

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—¿En calidad de qué es posible visitar Corea del Norte recientemente?

—No es muy sencillo pero tampoco imposible. Lo difícil es entrar en calidad de periodista. En ese caso, hay muchísimas restricciones y de hecho no se puede tomar el tour con el cual regularmente cualquier extranjero puede visitar el país. Si uno es periodista tiene que tomar otro tour que se hace una o dos veces por año y que es muy caro, y está bastante regulado. Lo otro es viajar como turista, para lo cual hay que contratar un tour, muy regulado también, y uno no puede salirse de ese esquema. Más allá de eso, no hay forma de visitar el país; uno no puede viajar de forma independiente, tomar un avión y aterrizar en Pyongyang, la capital.

—En tiempos de la Guerra Fría, para viajar a los países comunistas había que dar unas vueltas tremendas…

—Bueno, de hecho, no se puede llegar directo a Pyongyang. Yo viajé a Beijing, la capital de China, que es el principal punto de partida y conexión con Corea. Hay también una parte de frontera entre Corea del Norte y Rusia, en Vladivostok, desde la que también se puede cruzar, pero es menos común. Desde Beijing se puede viajar en avión o en tren, pero los estadounidenses solo pueden ir en avión, tienen prohibido ingresar por tren, lo que es una restricción más para ellos. Yo tomé el tren de Beijing a Pyongyang que son 25 horas. El avión tarda 2 horas.

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—¿Cómo se tramita la visa?

—Como Corea del Norte tiene representaciones diplomáticas con muy pocos países y con Argentina ningún tipo de trato -Argentina tuvo relaciones diplomáticas con Pyongyang durante el último gobierno peronista, antes de la dictadura, pero ahora no las tiene-, se contrata una agencia, de las pocas autorizadas a llevar extranjeros al país, y ellos tramitan la visa, se paga todo por anticipación y se viaja con el paquete armado y cerrado.

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—¿Ponen condiciones? ¿Hacen advertencias de lo que se puede y no hacer?

—Sí, uno viaja con un guía occidental de la agencia y allá hay dos guías norcoreanos y un chofer. Esos guías te cuentan las restricciones que hay: no se puede sacar fotos a militares, en general no se puede sacar fotos a gente trabajando… La explicación que me dieron es que a ellos les gusta que todo se vea bien, no les gusta mostrar cosas a medio hacer. En casi todos los sitios públicos, subtes, bibliotecas, están los retratos de Kim Il-sung, que fue el fundador de la República, y Kim Jong-il, su hijo, que murió hace 4 años; bueno, cualquier foto o video de ellos hay que tomarlos enteros, esos retratos no se pueden cortar, tampoco los nombres. Esas son las restricciones, que a uno le sorprenden, pero no hay mucho más que eso, básicamente porque el resto está bastante controlado. Uno no puede ir a un supermercado a comprar solo, siempre se mueve con el grupo, al final del día, te dejan en uno de los hoteles que usan para extranjeros, y a eso de las diez de la noche los guías se retiran, pero nadie sale porque sería meterse en problemas o causarles problemas a los guías. Las restricciones son pocas en palabra pero en la práctica el viaje está muy controlado.

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—¿Cómo fue el viaje en tren?

—Se va en tren hasta la última ciudad china y luego se pasa a un tren coreano. Allí mi primer contacto fue con un coreano que vio mi pasaporte argentino y me pregunto si podíamos conversar en castellano. Era el hijo de un diplomático norcoreano nacido en Cuba y educado en Venezuela. Fue una sorpresa este primer contacto con los sectores privilegiados , diplomáticos, comerciantes, militares, esa elite que tiene más acceso al mundo exterior, educada, que habla otros idiomas, que vive en Pyongyang, lo que de por sí es un privilegio, porque la ciudad tiene muchas más cosas que el resto del país. Pero después lo que me impresionó en el trayecto es que era mucho más lindo de lo que yo esperaba. No hay mecanización del campo, todo el trabajo es a mano, se ven bueyes y personas caminando y en bici, muchos dicen que es como China en los años 60, eso es muy impresionante, pero también es bello.

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—No es miserable…

—No es miserable y hay pobreza rural pero no más que lo que yo había visto en China, me pareció más normal de lo que me esperaba. También me sorprendió que Pyongyang es una ciudad de colores, lo que resulta raro por todo lo que se conoce de Corea del Norte, que es el programa nuclear, los campos de trabajo forzado, las ejecuciones, que algunas son ciertas y otras no, contrasta eso con la vida cotidiana. Pyongyang es una ciudad rarísima, de colores pastel, muy urbana, con edificios muy altos, tiene el estadio más grande del mundo, en el que entran 150 mil personas, es muy espectacular todo.

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—¿Es una arquitectura moderna?

—Es una modernidad muy propia de Corea del Norte. Sigue los lineamientos de Kim Jong Il, que escribió un tratado de arquitectura fijando muchos de los criterios para construir y cómo disponer los edificios en la ciudad. Entonces son modernos, muy imponentes a la vista, pero mantienen criterios de exposición, por ejemplo, de las estatuas, para que se vean desde distintos puntos de la ciudad o para que haya recorridos en los que uno observa de cierta forma la ciudad, o la exposición de los regalos que les hacían a los líderes. Es todo teatral en un punto y no es natural, no es que uno recorre y camina por cualquier lado de forma espontánea, no, está bastante regulado. Cualquier visita a uno de estos edificios monumentales es imponente, te genera un poco de conflicto, porque uno sabe que está visitando un sitio donde hay unas estatuas a las que hay que mostrar respeto, inclinarse y saludar, antes de empezar la visita, y por otro lado es emocionante, porque uno está viendo algo muy raro, imponente y de otra época.

—Esas estatuas, ¿son las de los líderes?

—Hasta la muerte de Kim Jong Il, solo había estatuas de Kim Il sun, que es el presidente eterno. Aunque esté muerto, es considerado el presidente de la República Popular Democrática de Corea, como es el nombre formal. Hay estatuas de él en diferentes lugares, la principal está en una plaza central, es de bronce y mide 20 metros. Hasta 2011 estaba esa sola, pero cuando murió Kim Jong Il mandaron a construir otra igual al lado. Entones ahora están los dos; lo mismo pasa con los retratos, en todas partes están los dos.

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—¿En qué consiste el tour?

—Depende mucho de la agencia occidental que uno contrata, de sus vínculos con la agencia central norcoreana que es la que regula y controla todo, pone micros, hoteles, guías, comidas. Mi agencia evidentemente tenía buena relación entonces tuvimos acceso a más cosas. Además de lo normal, que es visitar el mausoleo donde están los cuerpos de los Kim embalsamados, y se los puede ver, como a Lenin, como a Mao… de hecho están en muy buen estado porque los mandaron a hacer a Rusia que tiene una tradición mejor que la de China. Se visita el mausoleo, diferentes edificios, el estadio, pero nosotros hicimos algunos recorridos fuera de lo habitual. Por ejemplo, fuimos a la playa donde veranea una incipiente clase media, fuimos al subte de Pyongyang, que se supone es el más profundo del mundo, está a cien metros bajo tierra porque es un refugio nuclear. El subte tiene dos líneas. En general los extranjeros pueden visitar tres estaciones de una línea y nosotros recorrimos las dos… (risas). En la línea 2, donde no están acostumbrados a ver occidentales, nos miraban con sorpresa.

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—Eso iba a preguntar, ¿cómo reaccionan ante un occidental?

—Hasta hace 5 años no había turismo extranjero, así que es novedoso para ellos. Pero son muy amables, saludan, sonríen, aceptan sacarse fotos, pero por otro lado son muy tímidos, tienen cierta reserva.

—¿No hablan inglés?

—No, español desde ya que no, pero ni siquiera inglés. Los guías sí, hablaban muy bien inglés.

—Ahora, aunque se empieza a permitir el ingreso de turistas, ¿qué pasa con los norcoreanos? ¿Ellos pueden viajar al exterior si lo desean?

—Oficialmente nadie va a decir que no se puede, pero en la práctica, está por un lado el tema del dinero y por el otro que hay muchas regulaciones, hay que hacer un pedido especial, explicar por qué, es complicado. La mayoría de los turistas son chinos y China es el principal socio comercial y el principal aliado político y militar, entonces muchos norcoreanos, hablo de la elite o de los sectores más privilegiados, viven en China pero por cuestiones de negocios, la idea de turismo por ocio por ahora prácticamente no existe. Lo que hay son muchos norcoreanos viviendo en zonas cercanas a la frontera tanto china como rusa. Además, con Corea del Sur, con quien tienen una disputa de 60 años, comparten una zona donde trabajan juntos, donde hay fábricas surcoreanas que emplean a unos 60 mil norcoreanos que viven en esa zona de la frontera. Pero, nuevamente, es por trabajo no por ocio.

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—¿Tienen acceso a internet?

—Una de las razones por las que quería ir a Corea es que es el último país del mundo en el que no hay internet. Me parecía interesante estar 10 días sin disponer de internet y de todos los medios de comunicación a los que uno está acostumbrado. Desde hace 3 años hay una internet medio extraña, es una empresa coreana que junto con una egipcia provee servicios de 3G pero solo para extranjeros que pueden acreditar residencia, trabajo o un vínculo estable con Corea. Después hay una intranet, como si fuese una empresa. Hay casi 3 millones de celulares pero funcionan solo para llamadas y nacionales porque las internacionales son carísimas porque son por satélites.

—¿La información que reciben entonces es sólo nacional, interna, la que el régimen quiere?

—Sí, en las estaciones de tren hay unos paneles de vidrio frente a los que la gente se amontona para leer el diario, pero es el diario oficial. Ahora bien, en los últimos años se empezaron a filtrar muchas más cosas, sobre todo relacionadas con el entretenimiento, el k-pop surcoreano, novelas surcoreanas, música de occidente, música china, películas chinas… Todo eso empieza a llegar; nada es oficial, un poco de contrabando, un poco que circula de mano en mano, pero eso está creciendo mucho. Por supuesto que la mayor disponibilidad de información tiene que ver sobre todo con el espectáculo, no tanto con cuestiones políticas.

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—¿Existe la posibilidad de ver algún tipo de descontento?

No, no pasa, está muy controlado, los coreanos que uno puede conocer trabajan para el gobierno. En general hay un guía masculino y otra femenina porque hay hombres y mujeres en el grupo. No estaban todo el tiempo diciendo "el querido líder", "el brillante camarada", pero cuando uno les preguntaba rescataban las cosas que para ellos estaban bien.

—¿Y qué cosas destacaban por ejemplo?

—Les pregunté qué pensaban del nuevo líder, Kim Jong un, y lo pensaron un poco, creo que para darme una respuesta sincera y a la vez no crítica, porque no es la imagen que quieren dar nunca, de un país con conflicto o con crisis, y me dijeron que les gustaba mucho que estuviese retomando algunos principios del abuelo, que era híper popular, como que se estaba acercando mucho a la gente, cosa que el padre, el del medio, definitivamente no hizo, además cargó con la peor época, la de las hambrunas, por las que se dice que murieron 600 mil coreanos, entonces reforzó mucho el régimen, creó una doctrina política que era "el ejército primero", entonces el ejército tenía todos los recursos y la gente quedó bastante relegada; el líder actual está volviendo a las bases del abuelo, a quien se parece mucho físicamente, y lo debe estar explotando, de volver a la gente, de darle cosas al pueblo. La vivienda es gratis, en general, sobre todo en Pyongyang, la educación y la salud también son gratuitas. Y ahora hay algo que ellos destacaban como un logro de Kim Jong Un, que a nosotros puede sorprendernos, y es que está desarrollando la industria del entretenimiento para los norcoreanos: construyó por ejemplo un delfinario de gran lujo, una especie de parque acuático, muy impresionante, muy nuevo, al que los coreanos pueden acceder de forma gratuita; cine 3D, varios parques de diversiones, a los que la gente puede ir a relajarse y a pasar un buen momento. La disciplina es muy rigurosa, trabajan 10 horas por día, entonces la idea del esparcimiento tiene para ellos una carga que para nosotros no tiene. Es algo excepcional, por eso lo valoran como un avance, como nosotros podríamos valorar ciertas políticas sociales.

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—Además de no tener internet, tampoco existe la contaminación visual de la publicidad en la vía pública, ¿no?

—Corea del Norte es un país que da muchos títulos y muchos récords. Y este es otro. No existe la publicidad y no hay marcas. Es algo que cuesta imaginar. Por un lado es muy relajante, uno ve la ciudad y no se distrae con eso; lo que sí hay es propaganda política, carteles con ilustraciones de soldados, de cohetes, de campesinos, de otra época. Pero no hay publicidad ni marcas.

—Me hizo gracia ese diccionario de frases…

—El diccionario forma parte de los pocos suvenires que se puede traer, porque no hay mucho que se pueda comprar, no tienen merchandising; de hecho todos los coreanos usan un pin con la cara de uno de los líderes, que es obligatorio, y yo quise comprarlo y no pude, porque no se comercializa. Venden este tipo de diccionarios o libritos de turismo, cosas muy sencillas para lo que nosotros tenemos en la cabeza. Este diccionario no es tanto de palabras sino de frases de uso, de expresiones, y muchas son saludos a los líderes, como "Larga vida al líder camarada Kim Jong Il", que son saludos que ellos esperan que un extranjero haga o diga. Esto es muy de fines de los 80. Está cambiando mucho Corea, no para nuestros estándares, pero sí para los de ellos, se está modernizando, esto es algo antiguo.

—Además de ver un país sin internet, ¿qué otra motivación había en conocer Corea del Norte?

—Ojo, lo de internet era una muy buena motivación… (risas) Bueno, pero además yo trabajé como editora en un diario, también fui editora aquí en Infobae América, y siempre seguí el tema de Corea del Norte, como una curiosidad un poco graciosa, y me parecía una anomalía en un montón de cosas, además de lo de internet, y siempre creí que no se podía viajar, hasta que el año pasado me enteré de que era posible y decidí hacerlo.

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