Eran las seis de la tarde del 23 de agosto de 1923. Los presos confinados a la Penitenciaría Nacional se aprestaban a recibir sus clases escolares. Mucho movimiento en el penal; poca atención en las celdas. Un boquete; bomberos a cargo de la seguridad del lugar. Todo muy fácil.
Sin embargo, algo salió mal, y los casi cien delincuentes que estaban preparados para el escape fueron descubiertos. Sólo catorce lograron evadir a la Justicia.
Una cárcel modelo
Ubicada en lo que hoy es el Parque Las Heras, la Penitenciaría Nacional era considerada una cárcel modelo. Allí, los presos realizaban labores comunitarias como fabricar escobas, polainas para el Ejército, libros y una gran variedad de artículos, entre los que se encontraban los ?en aquella época- famosos panes dulces, que se comercializaban a fin de año.
Fue construida el 28 de marzo de 1877 en las afueras de la ciudad. Sin embargo, con el tiempo y el crecimiento demográfico ésta la fue cercando, dejándola formar parte del corazón urbano.
Ocupaba cerca de 10 hectáreas, y sus edificios estaban protegidos por una muralla con torres de vigilancia, de acuerdo al modelo panóptico de Bentham. Contaba con cinco pabellones de dos pisos y 120 celdas cada uno, y dos más de 52 celdas. Todos ellos confluían en una garita central.
En el subsuelo se encontraban los talleres y los depósitos de comida. Ésta era transportada mediante zorras subterráneas.
Durante el siglo XIX se aplicó el régimen del "silencio absoluto": de día se trabajaba y se prohibía hablar, y de noche se confinaba a los presos en celdas individuales. Esto cambió entrado el 1900.
Crónica de una fuga
Nunca nada es perfecto. Que los presos realizaran tareas comunitarias y fuesen educados dentro del penal no significó la aceptación del sistema.
Por eso, durante meses los detenidos llevaron adelante un plan de fuga que se iba a implementar, justamente, el 23 de agosto de 1923, cuando la mayoría de los reclusos estuviesen tomando sus clases de las seis de la tarde.
El lugar elegido para hacer el boquete fue el baño del taller de escobería, que daba a la calle Juncal y era usado como depósito de materiales. "Allí se practicó la excavación subterránea, utilizando una pala de puntear y un balde común, en cuya asa tenía una cuerda de más de treinta metros de longitud, por la cual desde el cuarto de baño era tirado el balde a la superficie, guardándose la tierra en bolsas que eran luego apiladas allí", consignó el periódico El diario el día siguiente a la fuga.
Por un túnel de 55 centímetros de diámetro, que corría a casi dos metros por debajo de la superficie y tenía su orificio de salida a un metro y medio del murallón, catorce presos peligrosos lograron escapar del penal.
Cuando el delincuente número 15 (Adolfo Wolff, alias "El Alemán") salió a la calle, el bombero Roque Sánchez, que ocupaba su puesto de vigilancia en una de las garitas exteriores al penal ?y a escasos 20 metros del agujero-, vio lo que estaba sucediendo, y sin perder tiempo se aproximó al lugar y lo apuntó con su pistola máuser. Lo obligó a volver a entrar al túnel y arruinó así la huida masiva.
El bombero dio la voz de alarma. Cuando el resto del personal de seguridad se acercó al baño de la escobería, cerca de treinta presidiarios estaban apiñados, escondidos y preparados para escapar.
Se especuló luego con que los fugados habían logrado conseguir ropa "de civil", que se pusieron apenas salieron. También que los "puestos" de salida estaban predeterminados: "Acaso en un sorteo que practicaran con anticipación, todos ellos sabían la ubicación que debían ocupar en el momento decisivo de la fuga, y para evitar la violación del convenio, cada uno defendía con exposición de su propia vida su lugar" (Diario La Nación, 24 de agosto de 1923).
Otros comentarios hablan de las complicidades dentro del penal (sobre todo, del jefe del taller de escobería, que era el único que tenía la llave del baño), y también de afuera; de que los reclusos portaban armas blancas ("navajas, cuchillos y trozos de acero afilados") y que ni siquiera ellos conocían el horario exacto del escape, porque era un secreto "exclusivo" de los organizadores.
Sea como fuese, esta fuga frustrada llevó a que el mismísimo presidente en funciones, Marcelo T. de Alvear, se acercase al penal para interiorizarse de los pormenores del suceso.
Este fue el principio del fin de la "cárcel modelo" argentina, ya intervenida desde hacía un tiempo y que fue demolida en 1962.
FUENTES: Diario La Nación del 24 de agosto de 1924; periódico El Diario del 24 de agosto de 1923
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