El 7 de agosto de 2014, Nélida Fátima Sérpico se sentó en la sala del Tribunal Oral N°1 para convertirse en un símbolo, una historia recurrente. El Tribunal, integrado por los jueces Martín Vázquez Acuña, Luis Salas y Alberto Huarte Petite, con la fiscal Mónica Cuñarro como acusadora, condenó a 15 años al asesino de su hijo, Facundo Emanuel Caimo, un matón del Barrio Rivadavia I, cerca de la Villa 1-11-14 en el Bajo Flores.
La prensa había llegado con cámaras el día del veredicto, con un particular interés: un artículo en la revista Noticias, escrito por el autor de esta nota, detalló la historia detrás del caso, quizás insólita. Nélida misma lo había capturado a Caimo, ella misma había sido la detective, no la policía, ni nadie. Nélida, que trabajaba en la zona del Congreso limpiándole la casa a una mujer, haciéndole los trámites, solía ocultarse la boca con la mano en aquel entonces, tenía dos huecos donde podría tener dientes.
Se los había arrancado ella misma. Era parte del disfraz.
Durante seis años, sin que su marido Miguel Ángel lo supiera o lo adivinara, caminó el Bajo Flores haciéndose pasar por una adicta al paco hasta que encontró a Caimo, un delincuente violento que ya había sido vinculado a otros dos homicidios, parte de una bandita local llamada despectivamente “Los Quebrados”, que odiaba a Octavio, el hijo de Nélida y Miguel Ángel, porque le había ganado en dos peleas mano a mano.
El 22 de diciembre de 2005, Caimo cruzó a Octavio en un pasillo. “¿Viste cómo te regalás?”, le dijo, y le disparó, un tiro de una 9 milímetros en el cuello. Nélida llegó poco después para ver el cadáver de su hijo tumbado en el pasillo, desangrado, el menor de sus cuatro hijos, que estudiaba en el secundario, que había conseguido una pasantía en el supermercado Coto. Octavio tenía un compañero esa noche, llamado Patrick, un amigo, que también recibió un tiro que le costó un riñón. En el hospital Piñero, Patrick le dijo a Nélida el nombre del que había matado a su hijo.
Así, comenzó a buscarlo. “Me habían contado que paraba por ahí, y fui a seguirlo”, contaba Nélida. Una noche lo vio y lo marcó, Gendarmería lo arrestó en el acto.
Así, lo condenaron. Nélida se convirtió en un símbolo, una historia recurrente para revisar el Día de la Madre. Caimo, hoy con 34 años, sigue preso en el penal de Marcos Paz.
Nélida, por su parte, no está en su casa. Su familia asegura no saber dónde está.
Desapareció, supuestamente.
En su familia relatan que la vieron por última vez el 27 de octubre, cuando dijo que se iba a votar y dejó el departamento que compartía con su familia en Flores: la información del padrón señala que su mesa estaba en el colegio Instituto Medalla Milagrosa en la calle Curapaligüe al 1100. De ahí en más, nada. Llevaba “un bolsito”, dice un familiar cercano, que asegura que Nélida en los últimos tiempos solía ir a ver a una amiga en General Rodríguez, una mujer para la que trabajaba. No hablan de amenazas recientes.
Su familia, en casi todo un mes, no realizó una denuncia para averiguar su paradero. Uno de sus hijos dice haber recibido un mensaje con un pedido de llamado de un teléfono que es de ella, llamó sin que nadie atendiera.
Hoy por la tarde, la denuncia fue finalmente realizada en una comisaría de la Policía de la Ciudad. El caso recibió la calificación de averiguación de ilícito y quedó a cargo del fiscal Marcelo Ruilópez y su equipo y el Juzgado N°43 con el doctor Pablo García de la Torre.
El protocolo de búsqueda de personas comenzó de inmediato. Una hora después de firmada la denuncia, un patrullero llegó a la puerta de la casa de Nélida en Flores. Su marido será el primero en declarar.
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