Embarazada de su primer hijo, salió de una relación violenta y estudió para hallar el trabajo de sus sueños

Brenda tiene 24 años, es mamá de un bebé de 11 meses, y no tenía empleo poco después de dar a luz. Tuvo asistencia perfecta a la capacitación que le abrió las puertas a una oportunidad. Desde la sala de parto se conectó para dar un examen virtual, y hoy está orgullosa de todo lo que logró

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La joven de 24 años vivió en un refugio para víctimas de violencia de género durante seis meses (Fotos: Gentileza Brenda Correa)
La joven de 24 años vivió en un refugio para víctimas de violencia de género durante seis meses (Fotos: Gentileza Brenda Correa)

Faltaban tres días para el nacimiento de su hijo cuando Brenda Correa sintió que corría riesgo su vida y la de su bebé en camino. Como pudo, pidió ayuda, y consiguió asistencia en un refugio para mujeres víctimas de violencia de género. Un domingo tuvo que soportar la violencia de su expareja, mientras cursaba la semana 39 de embarazo. Tres días después, el miércoles, dio a luz al pequeño, que hoy tiene 11 meses y medio. Esa semana supo que no había vuelta atrás, que necesitaba volver a empezar y encontrar la manera de sustentarse por sí misma. En diálogo con Infobae, la joven de 24 años relata su desesperante búsqueda laboral en medio de la maternidad, y asegura que las oportunidades llegaron justo a tiempo. Con mucha perseverancia y varios obstáculos en el camino, pudo mudarse a un monoambiente, y consiguió una guardería cerca de su flamante lugar de trabajo, donde se desenvuelve en el área administrativa de una empresa.

Durante un año y medio de convivencia con su expareja, las discusiones y agresiones formaron parte de la rutina diaria. “Como yo me crié en una familia donde hubo violencia psicológica, y vengo prácticamente de un ciclo repetitivo de eso, al no haber hecho nunca terapia, no identificaba que eso estaba mal, y naturalizaba la violencia. No me sorprendía que la relación fuese así; yo pensaba: ‘Ya va a madurar, es un proceso que está atravesando’, porque él es dos años menor que yo, y como estábamos dejando de ser adolescentes para ser adultos, creía que él solo tenía que aprender a canalizar sus emociones”, confiesa Brenda.

Romper el ciclo de la violencia

Ahora interpreta todo con otra perspectiva, y se da cuenta de que no se trataba de una etapa. “De repente él rompía un interruptor de luz, o daba un golpe a la pared, y yo pensaba: ‘Por lo menos no me pega a mi y rompe otra cosa en vez de mi cara’; había actitudes violentas, venía a arrebatarme el celular para revisarlo, quería verificar si lo que yo le decía era cierto, iba a donde yo trabajaba o a la casa de mi papá para preguntar si yo le había mentido, y hoy entiendo que todo eso estaba fuera de lugar”, sentencia. Esos episodios no fueron los únicos, y se combinaban con descalificación verbal. A lo largo de su testimonio ella misma recuerda dolorosas frases que le quedaron selladas en la memoria.

El noviazgo venía en declive, y Brenda presentía que estaban más cerca del final que de recomponer el vínculo. “Me había enterado de una infidelidad de mi ex, y pensé ‘esto se va a romper’, encima estaba saliendo de una crisis asmática muy fuerte por la que perdí mi trabajo y dependía absolutamente de mi pareja”, explica. Por una serie de complicaciones todavía no tenía el certificado analítico del secundario completo, y eso la limitaba mucho a la hora de continuar con sus estudios o de acceder a empleo formal. Buscó en diferentes plataformas de internet, y le interesó una capacitación laboral gratuita en recursos humanos, administración de empresas y herramientas de gestión.

Brenda y su hijo durante un paseo juntos
Brenda y su hijo durante un paseo juntos

Se trataba de una iniciativa de la Fundación Empujar (Empresas Unidas por Jóvenes de Argentina), una organización sin fines de lucro creada en 2013, conformada por un grupo de empresas y equipo de voluntariado que capacita y fortalece a jóvenes de entre 18 a 24 años en competencias y habilidades para su inserción laboral formal. “Me pareció que me podía servir para sumar al CV, me inscribí, y a la semana me enteré de que estaba embarazada”, revela. Cuando la llamaron para preguntarle si iba a asistir al curso, no dudó en confirmar su vacante, y les explicó su situación. “Al mismo tiempo empecé a trabajar en una verdulería para afrontar los gastos que se me venían, y les dije que me iba a arreglar como sea en cuanto a los horarios, que necesitaba esa oportunidad, y mucho más en ese momento”, sostiene.

Luchar contra el tiempo

De lunes a lunes, trabajaba desde las siete de la mañana hasta las 13.30 del mediodía, se iba al curso, y a las 17 volví a la verdulería para completar su horario hasta las 21. “Así era el traqueteo de todas mis semanas, y mi relación iba de mal en peor, él no quería que yo trabaje ni que estudie, y a los ocho meses de embarazo nos separamos”, cuenta. Previo a eso habían tenido muchas discusiones, y la gran mayoría ponían en jaque las decisiones de Brenda. “Me decía: ‘¿Ahora que viene el bebé recién se te da la gana por estudiar? ¿Ahora querés trabajar? ¿Ahora querés todo? ¿Por qué no lo hiciste antes? Si prostituirte es lo único de lo que vas a poder trabajar después del embarazo’”, relata.

Entre ofensas y gritos ella le explicaba que antes no había tenido las posibilidades de continuar su formación académica y profesional, y que durante la gestión, después de cinco años de espera, por fin había llegado a sus manos el certificado analítico que la habilitaba a anotarse en cursos, terciarios y hasta una carrera universitaria. “En mi casa siempre me dijeron que dejara el colegio, que lo hiciera nocturno cuando fuese mayor de edad, pero yo seguí igual, y pasé por cuatro colegios distintos”, comenta. Cuando pidió el pase para la cuarta escuela en la que estudió le explicaron que faltaban los analíticos de todos los años anteriores, y ella no tenía idea de qué era ese papel ni dónde tramitarlo.

Hoy trabaja en el sector administrativo de un laboratorio veterinario internacional
Hoy trabaja en el sector administrativo de un laboratorio veterinario internacional

“Me explicaron que tenía que pedirlo en cada colegio al que fui, y en cada colegio la demora era de entre seis meses y un año, y si lo perdían había que volver a pedirlo, y esperar otro año”, indica. Siguió cursando, y cuando llegó a sexto rindió las dos materias que se había llevado, y así culminó la secundaria. “Para colmo, la dirección del colegio donde terminé de estudiar aparecía como inexistente cuando la buscaban en otras instituciones donde quise anotarme a cursos y terciarios, y era porque habían cambiado el número de la escuela hacía poco, porque antes era solo primario, el secundario se agregó después, y puede tardar hasta siete años en aparecer en Google Maps”, detalla.

Ningún argumento alcanzaba cuando discutía con su expareja, y supo que había llegado el momento de la ruptura. “Él me decía que yo era una tonta, que era una boluda por confiar en gente que me traicionaba por la espalda, e incluso llegó a decirme que las únicas tres amigas que estuvieron apoyándome durante el embarazo se habían acostado con él”, se lamenta. En retrospectiva siente que tuvo mucho que ver todo lo que escuchó en una de las primeras clases de la capacitación en la que se anotó, donde hablaron sobre violencia de género.

“Nos dieron 17 casos de diferentes situaciones, y nos dijeron que los dividiéramos en un semáforo rojo, verde o amarillo, dependiendo qué nivel de violencia era para cada uno, y al final de esa clase la profesora nos dijo: ‘Violencia es violencia, no hay más, menos, ni nivel intermedio, más o menos grave, sea cual sea, es violencia’”, rememora. Esa idea quedó resonando en su cabeza, y se preguntó si no había justificado y tolerado varias acciones de las que leyó durante el trabajo práctico.

“Ahí hice un clic, y lo terminé de entender cuando tuvimos un episodio violento con mi ex, estando yo de 39 semanas, estábamos a los empujones, y más que nunca supe que estaba en riesgo de vida”, expresa. Al día siguiente se presentó al curso con la idea de abandonar, y le explicó a la docente los motivos. “Le dije: ‘Voy a dejar porque me tengo que ir lejos, voy a ver a dónde huyo, no sé a dónde, pero tengo que huir porque mi vida y la de mi hijo corren peligro’, y en vez de aceptar que renunciara al curso, recibí mucho apoyo y me dijeron que iban a hablar con la la Fundación Empujar para buscar un lugar, un refugio para mujeres, y eso nos salvó la vida a mí y a mi bebé”, manifiesta. Tres días después de esa conversación, Brenda estaba en la sala de parto a punto de dar a luz.

“Justo ese miércoles, tenía que dar un examen virtual, y en plenas contracciones me conecté igual para rendir”, dice entre el asombro y la incredulidad de su propio accionar. “Creo mucho en la fuerza de voluntad como la clave de todo, porque la vida siempre va a poner obstáculos, y yo podría no haberme conectado desde la sala de parto, que hubiera sido lo lógico, pero a mí nada me detenía porque necesitaba ese certificado y progresar para valerme por mí misma”, remarca. Y lo logró, porque tiene un diploma por asistencia perfecta en toda la cursada, incluso durante su recuperación posparto.

En la oficina, junto a sus compañeros de trabajo durante la celebración de un cumpleaños
En la oficina, junto a sus compañeros de trabajo durante la celebración de un cumpleaños

“Fue un parto difícil porque mi bebé pesó 4 kilos, lo tuve por parto natural, y tuve una rehabilitación bastante lenta, pero aún así, cuando no podía ir presencial le pedía a mis compañeros que me hicieran videollamada para poder participar y no perderme ningún contenido”, cuenta. Cuando su hijo cumplió su primer mes de vida trató de ir en persona a las clases, pero tuvo que volverse antes de que terminara la jornada porque el bebé no se adaptaba a la mamadera y la llamaban desde el refugio para que fuese a alimentarlo. “Tenía que estar cerca suyo para poder amamantar, y estaba muy preocupada por el tema laboral, pensaba a futuro cómo iba a hacer porque solo podía quedarme en el refugio por seis meses, que es el máximo de estadía”, aclara.

Empezar de cero

Buscaba ofertas de trabajo en distintas plataformas digitales, pero muy poca eran de disponibilidad de medio tiempo o jornadas reducidas de cinco horas. “Me puse a estudiar acompañante terapéutico, un título que me podía ayudar a trabajar por hora, pero estaba contra la espada y la pared porque el curso era pago, así que empecé a trabajar limpiando casas tres veces a la semana”, revela. Y agrega: “Como no podía hacer trabajo comercial en la verdulería, mis excompañeros me ofrecieron que vaya a ayudarlos en sus casas y así yo tenía un ingreso al menos”.

A pesar de todos sus esfuerzos, el dinero no le alcanzaba para afrontar un alquiler, y habló con su familia antes de que se terminara el plazo del refugio, para evaluar opciones. “Apoyo familiar no tuve ni tengo, solo cuento con su presencia, pero hasta ahí”, aclara. De todas maneras, habló con su papá para alquilarle un espacio del terreno y edificar una pieza ahí. “Le estuve alquilando el espacio, y le pagaba por mes, pero al poco tiempo me dijo que me tenía que ir porque la convivencia no funcionaba”, indica. Como si ese panorama fuese poco, en paralelo enfrentó el juicio que le inició su expareja.

“Como yo me fui al refugio, él no conocía mi paradero y me inició acciones. Cuando nuestro hijo tenía cuatro meses tuvimos la primera audiencia virtual, donde lo autorizaron a ver al bebé, y yo no podía estar presente porque tenía la perimetral, y se agendó una fecha para el encuentro”, relata la joven. Después el proceso judicial pasó a ser presencial, y ahí se vieron frente a frente. “Aunque la ubicación del refugio tenía que ser secreta, durante el juicio le dieron mi dirección y mi teléfono, y se desvalorizó mucho la violencia psicológica, porque como a mí no me rompió una costilla, les pareció que no era suficiente violencia; cuando en realidad es igual de relevante, y yo pasé violencia financiera también, porque no podía tener mi propia vida laboral”, enfatiza.

"Mi bebé vino con un pan bajo el brazo literal, me trajo mi certificado analítico, la capacitación y el trabajo", expresa Brenda
"Mi bebé vino con un pan bajo el brazo literal, me trajo mi certificado analítico, la capacitación y el trabajo", expresa Brenda

Durante el juicio le propusieron a Brenda que hiciera terapia familiar junto con el padre de su hijo. “Yo ya estaba asistida por dos psicólogos en el refugio, centrada en ser una buena madre para mi hijo, en la crianza y en superar todo lo que había pasado, no iba a hacer sesiones con él para reparar lo irreparable”, explica. Se dictaminó que el joven tenga un mínimo de una visita a la semana de dos horas de duración con su hijo, y que como padres del niño debían mantener comunicación constante en lo referido a temas de salud o educación del bebé. A su vez, se estableció una cuota alimentaria mensual.

“Me dio la cuota algunos meses nada más porque cuando yo conseguí finalmente trabajo, a él lo echaron del suyo”, revela Brenda. El mismo día que recibió el llamado de un laboratorio veterinario internacional para confirmarle que la habían contratado, su ex le mandó un mensaje para informarle que había quedado desempleado. “Contrario a lo que me decía, que yo lo único que iba a poder hacer era prostituirme, mientras él buscaba changas, yo ya había conseguido un trabajo en blanco, y estaba llevando adelante todo sola con el bebé”, dice con gratitud. Además, no se trata de cualquier trabajo, sino del puesto que más anhelaba.

“Durante el curso que hice de capacitación habíamos hecho un proyecto para esa empresa, y era el lugar al que yo deseaba entrar; y todos mis compañeros también, ansiábamos que nos llamaran o por lo menos ir a visitar el lugar, y ese sueño de todos se me concedió a mí, y estoy muy agradecida”, expresa emocionada la joven. Cuando le preguntaron en qué área le gustaría estar, ella supuso que era una pretensión desmedida ingresar en el sector administrativo, y si la convocaban para producción igualmente iba a estar feliz. “Estoy en el área de Asuntos Regulatorios en Administración, más de lo que soñaba”, celebra.

Una vez que tuvo su primer recibo de sueldo pudo ampliar su búsqueda habitacional y pudo mudarse junto a su hijo a un monoambiente en Villa de Mayo, partido de Malvinas Argentinas, provincia de Buenos Aires. “Cuando vivíamos juntos con mi ex, compré una cama, la heladera, la cocina, fui armando la casa, y cuando me fui al refugio pasé a buscar las cosas y no había nada, no pude confirmar si fue el dueño o el padre de mi hijo que se llevó las cosas, pero perdí todo y tuve que volver a empezar con una mano atrás y otra adelante”, confiesa Brenda. Aún en esos malos momentos se repetía a sí misma: “Quizá sea por un bien mayor, cuando pasa algo muy feo es porque algo muy bueno va a pasar, la vida compensa”.

Ir por más

Esa actitud positiva la ayudó a seguir adelante, y poco a poco, está avanzando hacia la vida que sueña. “La cocina que tenía antes no podía usar el horno porque perdía gas, ahora tengo una que anda perfecto, incluso tiene seguro de niños; la heladera que tenía era un congelador, y la que conseguí ahora tiene freezer; o sea que todo lo que perdí en comparación a lo que tengo ahora, me sirvió para mejorar”, destaca. Un ropero, una cuna, un microondas, un sillón y su cama completan los progresos para los que tanto se esmeró.

Con alegría da fe de que el dicho de que los bebés “vienen con un pan bajo el brazo”, se cumple. “Mi hijo vino con el certificado analítico que tanto necesitaba, con la capacitación, y con el trabajo estable, con todo”, dice con una sonrisa. Otro logro aún más inalcanzable en su mente hasta ahora era imaginar unas vacaciones con su bebé. “Vamos a ir a Misiones dentro de unos meses, y era algo que en mi pensamiento jamás iba a poder hacer, pero gracias a mi trabajo voy a poder brindarle eso”, expresa conmovida.

"Hoy mi círculo social es mi trabajo, y me ayudan mucho a ir tras mis sueños", asegura con entusiasmo (Fotos: Gentileza Brenda Correa)
"Hoy mi círculo social es mi trabajo, y me ayudan mucho a ir tras mis sueños", asegura con entusiasmo (Fotos: Gentileza Brenda Correa)

El ambiente laboral es su gran contención, y desarrolló un vínculo muy ameno con sus compañeros. Desde octubre está trabajando en la oficina, y muchos detalles la sorprendieron. El primero es que en cada cumpleaños decoran el puesto laboral del cumpleañero y lo homenajean en su día, el segundo es la comunicación con sus superiores, que más de una vez cuando su hijo se enfermó le dijeron que hiciera reposo junto a su bebé. “Al ser lactante necesitaba la teta al lado, pero no todas las empresas te dan la oportunidad de quedarte con tu bebé en el momento que está enfermo, y realmente me siento agradecida por la manera en que me tratan”, asegura.

También le dieron un presente por el Día de la Madre, y ese gesto la hizo emocionar hasta las lágrimas. “A mí hasta ese momento nadie me había dicho ‘Feliz Día de la Madre’, ni un mensaje ni nada, porque al no tener familia ni muchas amistades, era un día que pasaba desapercibido, y por primera vez me reconocieron como tal, así que para mí fue muy especial”, se sincera. El jardín al que va su nene está a solo 15 cuadras de su trabajo, así que por las mañanas puede llevarlo e irse directamente a empezar su jornada. “Gracias a Dios mi hijo es como el agua, se adapta a cualquier forma que tenga el molde, es muy compañero y cuando nos reencontramos a las tres de la tarde no nos soltamos más”, dice con orgullo.

De nuevo, Brenda no se detiene, sino que busca avanzar, y ahora va tras su sueño más grande. “Empecé a estudiar un terciario para ser docente de primaria, porque me encanta enseñar, me llena mucho ver los resultados de un arduo trabajo, el ver cómo los conocimientos que le inculcas alguien lo engrandecen”, reflexiona. “Me ha tocado enseñarle a leer a varios chicos, y me ponía muy contenta aportar mi granito de arena, verles las caritas de alegría cuando se dan cuenta que aprendieron, y ser una impulsora para que los chicos puedan crecer, eso me apasiona”, sostiene con convicción.

Está convencida de que este es el camino para alcanzar sus metas, y la caracteriza la humildad y un carisma genuino. Nadie puede quitarle la satisfacción de ver la sonrisa de su hijo cada vez que la ve llegar, el darle un hogar lleno de amor donde crecer, y donde muy pronto dará sus primeros pasos. Frente a la pregunta de si le está haciendo falta algo puntual para hacer un llamado a la solidaridad, prefiere confiar en que con los ingresos de su trabajo podrá abastecerse y seguir progresando. Aunque tiene una sola olla con la que resuelve todas las comidas, y no hay duda que volver a empezar lleva tiempo, ella conserva todo el entusiasmo.

Insistiéndole un poco más confiesa que le vendrían bien algunos materiales escolares, porque solo tiene un cuaderno y una lapicera para empezar la facultad, pero repite que tiene fe en que de a poco, todo llegará. En caso de que alguien quiera colaborar con Brenda, puede comunicarse al correo electrónico: piliucorrea@gmail.com. “Gracias a Dios estoy cubriendo el alquiler, y soy de las que piensa que hay que hacer que pasen las cosas, no van a pasar porque sí ni se van a dar solas; hay que buscar que las cosas se hagan, y yo soy la prueba de eso”, concluye.