El misterio del sombrío cuadro hallado dentro de un mueble y de su autora, cuya historia se esfumó: “Es un fantasma”

Durante más de 40 años, la familia de Alejandro Koroluk conservó la pintura de una mujer, firmada por una tal Sybil Thomas. Muertos sus padres, el hombre quiere que la obra encuentre a la familia de la artista o, en todo caso, del personaje retratado. En el medio, una historia con más preguntas que certezas y la tajante definición de un experto en arte

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Alejandro Koroluk con el cuadro que halló en un armario que compró su padre hace 40 años.
Alejandro Koroluk con el cuadro que halló en un armario que compró su padre hace 40 años.

Hay historias que son imposibles de desentrañar de un sólo tirón, de una mirada, de una única escritura. Están allí, ocultas durante años. Y de repente, buscan salir de la oscuridad. Cegarse jubilosamente con una luz que no vieron por más de 40 años, como en este caso. Pero no es sencillo. El tiempo suele volver invisibles a los que no han sido bañados por la fama o el fervor popular. Y en algún punto, la madeja de los recuerdos se traba. Esta historia comenzó -o volvió a rodar-, a partir de un posteo de Facebook:

“Buenas noches. Hace muchos años mi padre compró un ropero y una de sus puertas estaba trabada. Cuando logramos abrirla encontramos este cuadro pintado al óleo y decidimos conservarlo. Por las facciones parece una mujer Inglesa. Me gustaria encontrar a familiares o conocidos. ¿Quién firma la pintura? Se llega a leer Sybil Thomas, que debe ser quien la retrató. Mi nombre es Juan”.

La publicación, en la página “Vecinos de Temperley”, está firmada por un tal “Juan Murko”. Luego, fue reposteada en “Huellas británicas en Argentina”. Tuvo siete comentarios. Alguien adjuntó un link de Wikipedia con la biografia de Sybil Margaret Thomas, la vizcondesa Rhondda, una activista feminista inglesa nacida en 1890 que impulsó el voto femenino en aquel país: “Parece la misma mujer”, escribió. Otro arriesgó “Ahí dice que era activista, defensora de los derechos de la mujer, capaz que tuvieron que ocultarla por eso... Lamentablemente”. Pero no, no era ella. Y un tercero, más pragmático, lanzó: “Primero googleá al pintor, quien te dice tenés una pintura que vale guita en tu casa”.

Antes de continuar, habrá que aclarar un punto: Juan Murko no existe. Es el nombre que -por una vieja broma- usa Alejandro Koroluk en esa red social. El hombre tiene 61 años, y una librería en Llavallol llamada, precisamente, Murko. Es el dueño actual del cuadro. Y se lo querría sacar de encima, pero no tirándolo a la basura. Por eso comenzó a buscar respuestas sobre quién es la mujer retratada, y su autora.

El óleo, cuyo marco ya está descascarado, tiene 80 por 60 centímetros y muestra a una mujer de unos 70 años, de rostro severo, ojos oscuros y mirada torva, labios finos y apretados, tez blanca con un poco de rubor en las mejillas, con el cabello negro peinado hacia arriba, los brazos cruzados sobre el abdomen, vestida con una blusa gris ajustada al cuello con un lazo y una mantilla negra y sentada en una silla. Toda la pintura transmite enojo, es una mujer que espera a alguien para darle una reprimenda. No hay ni una pincelada de alegría. Y debajo está la firma, en letras negras y prolijas, con la “h” del apellido cayendo como una lágrima: Sybil Thomas.

La pintura, en todos de gris, tiene una atmósfera sombría. La firma Sybil Thomas
La pintura, en todos de gris, tiene una atmósfera sombría. La firma Sybil Thomas

El cuadro llegó a manos de Alejandro hace 40 años, o un poco más. Y de una forma curiosa e involuntaria. Él mismo le cuenta a Infobae: “Viste que antiguamente, cuando fallecía un familiar, la abuelita por ejemplo, vendían sus muebles. Bueno, mi papá, que se llamaba Basilio, compró un ropero. Lo fuimos a buscar y había una puerta que estaba trabada. No abría, no tenía llave tampoco”.

-¿Dónde lo compraron?

-En Temperley. No me acuerdo la dirección, nada. Pasó mucho tiempo. Era una casa donde fui una sola vez. Era como un remate donde lo compramos, una cosa así. En la zona del barrio de los ingleses, el que tiene las calles empedradas. Fuimos con una camioneta que compró mi papá para mi hermano y para mí. Calculá que yo tendría 20 o 21 años, y ahora tengo 61. Por eso digo, pasó mucho tiempo. La cuestión es que la puerta no se podía abrir, pero adentro había algo que hacía trac, trac, trac, que golpeaba. Pensamos que serían estantes que habían quedado parados y golpeaban. Pero al otro día, cuando lo abrimos, había un cuadro. Lo sacamos y no sé por qué no lo tiramos o lo devolvimos”.

Al cuadro ni lo arrojaron a la basura, ni lo colgaron de la pared. Como en esas películas de terror, en las que el espectador quiere gritar al protagonista que no vaya hacia esa puerta, o no conserve ese automóvil, o que se mude de esa casa. Si fuera éste el caso, le hubiésemos dicho a Basilio, el papá de Alejandro, que se deshaga del cuadro. Porque, en rigor de verdad, es una pintura sombría, un tanto oscura como para lucir en un living. Quedó arrumbado, durante años, detrás de un mueble. “Fue algo así como ‘no lo tiro pero no lo guardo’. Tampoco era un cuadro de una abuela como para tener en el living! -ríe Alejandro-. Mi papá era un poco acumulador, juntaba cosas. Él trabajaba en la Bieckert, acá en Llavallol. Volvía caminando las cuatro cuadras que tenía hasta casa y siempre juntaba algo, hasta un tornillo o una arandela. Teníamos una lata de dulce de batata llena: cada vez que necesitábamos algo íbamos ahí. Mi papá falleció hace 32 años más o menos, y hace poco mi mamá. Entonces fuimos a limpiar la casa y apareció el cuadro de nuevo”.

Alejandro tiene sangre ucraniana. Su padre llegó a la Argentina “a los 14, 16 años”, recuerda. Su abuela sobrevivió allí durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Y su madre es nieta de ucranianos, de los primeros que llegaron a nuestro país y se instalaron en Misiones, en la localidad de Tres Capones. José Meterchuck, su abuelo materno, donó 12 hectáreas de tierra para construir una iglesia ucraniana en Cruces de Azara. Está casado y tiene tres hijos, dos mujeres y un varón.

El programa del XII Salón de Rosario, donde participó la pintora Sybil Thomas con un cuadro
El programa del XII Salón de Rosario, donde participó la pintora Sybil Thomas con un cuadro

Con el cuadro en su casa de Llavallol, la decisión fue similar a la de su padre: no lo tiró. A diferencia de Basilio, lo tuvo un tiempo colgado y luego lo bajó. Lo guarda el garage. “No quiero que agarre humedad ni nada. Aparte, pasaron tantos años desde que se pintó, más el tiempo que estuvo en el armario y en la casa de mis padres así contra una pared atrás de un mueble. La verdad, resistió la pintura, está bien hecha.”

Pero no sólo lo posee: se puso a investigar sobre su origen: “Cuando estábamos limpiando dije ‘no, pará, hoy con Internet podemos buscar’. Pensé también ‘uy, a ver si es el retrato de una tipa famosa o lo hizo un pintor famoso’. Como me dijo uno en Facebook, por ahí tenés una reliquia en tu casa que vale una fortuna. Igual, yo apunto a encontrar a los familiares y entregárselo, darles un abrazo y listo. Hablé con gente que me dijo que muchas veces firmaba el artista, y otras le ponían el nombre de la persona que fue retratada, por eso lo asocié con el apellido de esta mujer inglesa, la activista. Y si la mirás bien, están los rasgos. Inclusive fui al cementerio de los ingleses, acá en Llavallol sobre la calle Garibaldi, a ver si estaba el nombre. Pero no tenían ningún registro. Hoy tenés más posibilidades de buscar esas cosas”.

Sobre la autora de la tela tampoco hay demasiado para contar. Más bien es una incógnita. Según los registros existentes de residentes británicos en la Argentina, existió una Sybil Claire Yvonne Thomas que nació el 15 de mayo de 1908 en Paraná. Su padre, Alban Lytteltone, nació en 1875 y murió en 1939. Era de ascendencia británica y empleado del ferrocarril. Su madre, de origen francés, se llamaba Martha Elise Francoise. Sybil fue bautizada por el padre T.B. Greene el 10 de julio de 1910 en Concordia y sus padrinos fueron Claire Bovel e Yvonne Courvoisier. Pero allí no se encuentran más rastros de su pasado.

Consultado por Infobae, Hugo Musser, director del Museo Municipal de Artes Visuales de Concordia, se sumergió entre los archivos de esa provincia. “Es un fantasma. No figura en ninguno de los registros que hay en la ciudad”, respondió.

La referencia al cuadro Crisantemos que presentó Sybil Thomas en el XII Salón de Rosario y la dirección que figura allí: una calle que ya no existe en Hurlingham
La referencia al cuadro Crisantemos que presentó Sybil Thomas en el XII Salón de Rosario y la dirección que figura allí: una calle que ya no existe en Hurlingham

Su nombre aparece luego en el XII Salón de Rosario, una muestra de arte organizada en 1930 por la Comisión de Bellas Artes de la ciudad santafesina, junto a 140 artistas. Eleonora Arfeliz, del archivo del Museo Castagnino, envió toda la información disponible. Confirmó que ese año, Sybil Thomas se presentó con un cuadro, también al óleo, llamado Crisantemos. No hay una imagen del trabajo en el programa, pero sí figura, junto a su nombre, la dirección en una calle que ya no existe: Lavalle 720 de Hurlingham, y luego la sigla F.C.P., que significa Ferro Carril Pacífico y hoy es el Ferro Carril San Martín. Pero los funcionarios de ese partido consultados por Infobae no dieron ninguna precisión sobre la pintora. Además, en aquella época, Hurlingham era una localidad que pertenecía al distrito de Morón, lo que dificultó la pesquisa que hicieron.

Luego, el rastro se pierde. Lo cierto es que el ferrocarril parece trazar los caminos de la pintora y de su cuadro. Lo mismo cree Alejandro: “para mí, el cuadro tiene una historia ligada al ferrocarril”. El impulso del Ferro Carril Sud, sobre todo a partir de 1865, hizo que numerosos ingleses que trabajaban en el mismo construyeran los chalets que aún le dan una marcada identidad a Temperley, donde el padre de Koroluk adquirió el mueble que escondía la obra.

El cuadro de la mujer gris espera su destino. Quizás estas líneas sean una botella al mar y el mensaje viaje en calma hasta llegar a destino. A quien tenga la llave que, luego de 40 años, logre desentrañar el misterio de Sybil Thomas.