A 80 años del golpe de Estado que le abrió las puertas del poder a un ignoto coronel Perón

Entre intrigas y traiciones, el presidente constitucional Ramón Castillo fue derrocado el 4 de junio de 1943. El nuevo mandatario de facto iba a ser el general Rawson, pero 24 horas más tarde asumía el general Ramírez. El camino de Perón desde la admiración por Mussolini, su pertenencia al GOU hasta la necesidad formar una “estructura” política

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Generales Ramírez y Farrell con uniformes de gala
Generales Ramírez y Farrell con uniformes de gala

El domingo 5 de septiembre de 1937 la clase dirigente argentina dio otro golpe de furca en las elecciones presidenciales para suceder a Agustín Pedro Justo. Ni soñaba con entregar el poder. Si las de 1931 se realizaron con proscripciones (Marcelo T. de Alvear), la contienda de 1937 que llevaría a Roberto Ortiz y Ramón Castillo sería aun más fraudulenta. “Todo el mundo sabe que el Presidente Agustín Pedro Justo ya ha arreglado las cosas como para que las urnas no contengan sorpresas”, anotó Hugo Ezequiel Lezama, de quien no puede decir que era radical y mucho menos marxista. Fueron malamente derrotados Marcelo de Alvear y su compañero Enrique Mosca (el mismo que en 1946 sería candidato de la Unión Democrática). Al engaño se lo llamó “fraude patriótico”.

“Bendito sea el fraude”, exclamó un diputado conservador desde su banca. ¿Qué sucedía? ¿Qué pasaba con ese país que había deslumbrado al mundo en 1910? Al que los desterrados llegaban a trabajar, soñando con un nuevo porvenir y se encontraban con la desilusión. ¿Qué acaecía en esa Argentina que generaba a intelectuales como Eduardo Mallea, Raúl Scalabrini Ortiz y Ezequiel Martínez Estrada?

El presidente Castillo con Patrón Costas
El presidente Castillo con Patrón Costas

Con la presidencia de Justo entró en escena una generación que en sus primeros años muestra a Leopoldo Lugones (1874) y Enrique Larreta (nacido, con Jorge Newbery, en 1875). “Esta generación reina plenamente entre 1925 y 1940″, sostuvo Jaime Perriaux en su libro “Las generaciones argentinas” y a ella pertenecen, entre otros, Ramón S. Castillo, Alberto Barceló, Macedonio Fernández, Carlos Octavio Bunge, Horacio Beccar Varela, Alberto Hueyo, Honorio Pueyrredón, los monseñores Francesci, De Andrea y Copello. También integran esta pléyade Carlos Saavedra Lamas, Robustiano Patrón Costas, Agustín P. Justo, Alfredo Palacios, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez. Perriaux habrá de decir que esta generación es seguida por los que nacieron a partir de 1895 (Federico Pinedo). Es el año límite, el eje. Es el año del nacimiento de Juan Domingo Perón (1895 para unos o 1893 para otros). La fiesta de la “Concordancia” siguió su curso al compás de una serie de personajes y hechos delictivos poco observados en el país. Un día de 1943 los echaron de mala manera… habían retornado los militares.

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Agustín P. Justo y Robustiano Patrón Costas
Agustín P. Justo y Robustiano Patrón Costas

El domingo 20 de febrero de 1938 a las 15 horas el presidente electo Roberto Ortiz y su compañero de fórmula de la Concordancia, Ramón S. Castillo, de riguroso frac, salieron de la avenida Callao y Paraguay, escoltados por los granaderos, hacia el Congreso de la Nación a prestar el juramento. Iban los dos en un carruaje tirado por caballos, conducidos por un lacayo y dos cocheros de librea y calzón corto celestes. Más tarde en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno los esperaban el general Agustín P. Justo y Julio Argentino Roca (h) para transferirles los símbolos del poder.

Cuando Ortiz se calzó la banda presidencial y recibió el bastón de mando le tomo el juramento a su gabinete. Entre otros a José María Cantilo (canciller), Pedro Groppo (Hacienda), Carlos Márquez (Guerra) y José Padilla (Agricultura). Un cronista de la época habrá de entremezclar a los miembros de su equipo de gobierno del patriciado con el “malón” napolitano (Taboada, Culaciati, Groppo, Scasso, Coll, Pinedo, Márquez, Fincati y Tonazzi). Por ejemplo, el Ministerio de Hacienda recayó en el médico cirujano –y racinguista—Pedro Juan Bartolomé Groppo, reconocido “punto” de Alberto Barceló, el mandamás conservador de Avellaneda.

Una anécdota de la época cuenta que el presidente Ortiz le pidió que visitara a doña María Adelia Harilaos de Olmos para agradecerle a la marquesa pontificia una de sus tantas donaciones a obras de caridad. Al mismo tiempo, le pidió al galeno que moderara su lenguaje y respetara a rajatabla una actitud refinada. Mientras tomaban té con tazas inglesas y masas de El Águila, de Callao y avenida Santa Fe, la conversación discurrió sobre cuestiones triviales. La dueña de casa, finalizando el encuentro, le preguntó:

-Dígame doctor, ¿ustedes son muchos de familia?

-No señora! La patrona, la pendeja y yo, respondió el alto funcionario con natural espontaneidad.

Roberto Ortiz, como su ministro Groppo, duró poco. Roberto Ortiz asumió por seis años y la impiadosa diabetes lo obligó a delegar el mando el 3 de julio de 1940 y ya no retornaría a la Casa Rosada (renunciaría en 1942). Prometió adecentar a la política y sanear al sistema electoral pero no llegó a hacerlo. Mientras, Groppo duraría menos y le entregó la cartera a Federico Pinedo.

Adolf Hitler junto a Hermann Göring (© CORBIS/Corbis via Getty Images)
Adolf Hitler junto a Hermann Göring (© CORBIS/Corbis via Getty Images)

En otro lugar del planeta habían señales estremecedoras. El mismo 20 de febrero de 1939, Joseph Goebbels, el Ministro de Propaganda de Adolf Hitler, muy suelto de cuerpo exclamó públicamente: “En este Reich, todo el que tenga un cargo de responsabilidad es un nacionalsocialista”; mientras Hermann Göring recibía el bastón de Mariscal; Joachim Von Ribbentropp, el antiguo vendedor de champagne, asumía en Asuntos Exteriores y se disuelve el Ministerio de Guerra, se lo reemplaza por el Alto Mando de la Wehrmatch, bajo el control directo de Hitler y al mando del general Wilhelm Keitel.

En esos mismos días de febrero de 1938 Hitler recibió al canciller von Schuschnigg, de Austria, en su refugio alpino y lo veja diciéndole: “Quien sabe, quizá de la noche a la mañana caiga sobre Viena, como tormenta de primavera. Entonces tendrán ustedes algunas experiencias interesantes.” Un abatido canciller von Schuschnigg le responde: “No estamos solos en el mundo y ello probablemente significaría la guerra”. Y Hitler se toma el tiempo para explicarle que Italia, Inglaterra y Francia no moverán un dedo por Austria. Y tenía razón: un mes más tarde (13 de marzo) se producía el Anschluss, la anexión de Austria, poniendo fin a la Operación Otto.

A las 17.30 horas del 14 de marzo de 1938, el Führer entra en Viena en medio de un gran entusiasmo. Unos días más tarde de las celebraciones del 20 de abril -el cumpleaños de Hitler- el Führer convoca al general Keitel y le ordena ajustar el Plan Verde, el ataque preventivo a Checoslovaquia. Enterado de la orden el general Ludwig Beck, jefe del Estado Mayor del Ejército, redacta una Memoria en la que afirma que la política seguida por Hitler conduce irremediablemente a la guerra; no será una guerra localizada, sino una Segunda Guerra Mundial, cuyo final no puede ser otro que el aplastamiento total de Alemania. Pocos meses más tarde, Beck presenta su renuncia y lo reemplaza el general Franz Halder.

Reunión secreta Roosevelt-Vargas de 1942. EE.UU. instala una base en Brasil.
Reunión secreta Roosevelt-Vargas de 1942. EE.UU. instala una base en Brasil.

En los Estados Unidos de Norteamérica, Franklin Delano Roosevelt atravesaba la mitad de su segundo período presidencial y la economía volvía a estancarse por la recesión de 1937 y 1938, mientras la Seguridad Social o la Fair Labor Standards Act, establecía el derecho a un salario mínimo. Poco más tarde sería reelecto en las elecciones de 1940, convirtiéndose en el único presidente en servir más de dos mandatos.

Aquí en la Argentina de Ortiz, “luego de casi una década de liderazgo en el crecimiento del sector manufacturero, la industria textil se sumergió en una primera recesión en 1938. Esta coyuntura colocó al sector en el centro del debate entre los principales actores económicos sobre sus orígenes y sus posibles soluciones”, como reseñó el investigador del CONICET, Daniel Celini.

En términos generales, la Argentina todavía llamaba la atención, era considerada como los “Estados Unidos de América del Sur”, la producción agrícola-ganadera era envidiable y su marina de guerra navegaba gallardamente por los mares del planeta. Va a participar en Spithead, al Sur del Reino Unido, a los actos de coronación del rey Jorge VI, con los acorazados “ARA Moreno” y “ARA Rivadavia”, siendo el comandante de la División Europa el jefe de la Flota de Mar, contralmirante León Scasso. Tras los festejos reales, los acorazados partieron hacia Alemania. El “ARA Moreno” a la base de Wilhelmshaven y el “ARA Rivadavia” al puerto de Hamburgo. ¿Por qué no? Si era la octava flota de guerra en importancia.

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El dictador italiano Benito Mussolini (New York Times Co./Getty Images)
El dictador italiano Benito Mussolini (New York Times Co./Getty Images)

Entre los días 29 y 30 de septiembre de 1938 se concreta la Conferencia de Munich con las presencias de Lord Chamberlain, Mussolini, Deladier y el dueño de casa, Adolf Hitler. “Ni Chamberlain ni Deladier tenían el más mínimo interés en sacrificar o arriesgar nada para salvar a Checoslovaquia Yo estaba sencillamente atónito ante lo fácil que le resultaban las cosas a Hitler”, confesó años más tarde Göring a un psicólogo norteamericano, durante el Juicio de Nüremberg. En horas las tropas alemanas entraban en los Sudetes (Bohemia, Moravia y Silesia oriental, viejos territorios del imperio austrohúngaro). Al llegar a Londres, Arthur Neville Chamberlain mostró un papel firmado por Hitler y dijo que aseguraba “la paz para nuestro tiempo”. Winston Churchill solo atinó a opinar: “El gobierno de Su Majestad debía escoger entre la vergüenza y la guerra. Ha escogido la vergüenza y tendrá la guerra.” Poco más tarde Hitler ordeno ocupar lo que quedaba de Checoslovaquia y, como era de prever, el 1° de septiembre de 1939 las tropas alemanas invadían Polonia y comenzaba la guerra mundial.

El martes 11 de abril de 1939 partía del puerto de Buenos Aires el paquebote italiano “Conte Grand”. En la Primera Clase viaja un ignoto Teniente Coronel del Ejército Argentino, llamado Juan Domingo Perón. En la Dársena del puerto de Buenos Aires concurren a despedirlo, entre otros, su madre Juana Sosa Toledo; su hermano Avelino y su tío Conrado. También lo despiden sus amigos aquellos que, en el futuro, lo acompañarán en su carrera militar y política: Oscar Augusto Uriondo (más tarde uno de los fundadores del Grupo de Oficiales Unidos, GOU, que intervino en el derrocamiento del presidente constitucional Ramón Castillo); Heraclio Arístides Ferrazano (también fundador del GOU y, como general, defensor del gobierno de Perón en 1955); Bartolomé Descalzo (integrante del GOU y pasó a retiro siendo luego vicepresidente de YPF y Secretario de Energía, en 1950 se aleja de Perón) y Alejandro Santiago Cloppet (amigo de Perón y abogado de la familia Perón Sosa).

El teniente coronel Juan Perón es destinado a Italia como observador
El teniente coronel Juan Perón es destinado a Italia como observador

El 28 de abril de 1939 el “Conte Grand” amarró en el puerto italiano de Génova. El joven teniente coronel, con 45 años, cumplirá una exitosa gestión en el plano militar. También palpará de cerca el “sistema” fascista, tanto es así que ya en enero de 1940 era invitado a la “Befana Fascista XVIII”, una celebración de caridad de las clases más bajas, como bien cuenta Ignacio Cloppet en su libro “Perón en Roma”.

Para algunos autores Perón no pudo encontrarse con Benito Mussolini pero para su biógrafo Enrique Pavón Pereyra estuvo en Milán con el Duce. “Verlo así, por primera vez, me impresionó de sobremanera”, le contó el joven teniente coronel. Lo observó como “un semidios” romano y “yo se lo dije” relató; y Mussolini le hizo una observación sobre la importancia de “la publicidad, uno de los tantos recursos de las democracias liberales, pero tan útil”.

Para Cloppet, entre la multitud de Piazza Venezia, el militar argentino escucho al Duce declarar la guerra a los aliados el 10 de junio de 1940. Y volvió a ver personalmente a Mussolini, el miércoles 3 de julio de 1940, en la Sala del Mapamundi del Palacio Venecia: “No me hubiera perdonado nunca el llegar a viejo, el haber estado en Italia y no haber conocido a un hombre tan grande como Mussolini.

Fue en Italia donde Perón se convenció de que debía contar “con una estructura” que consolidara el apoyo a la revolución que estaba por venir en 1943. No en vano solicitó la Secretaría de Trabajo y Previsión. Al dejar Italia y previo paso por España y Portugal el martes 27 de mayo de 1941 llegó a Buenos Aires, a bordo del buque “Brazil”.

Generales Rawson y Ramírez en la Casa de Gobierno
Generales Rawson y Ramírez en la Casa de Gobierno

Mientras Europa se despedazaba, Perón observa cómo en Buenos Aires la dirigencia se distaría discutiendo cuestiones menores. Lo que hizo decir al ex presidente Marcelo Torcuato de Alvear: “¿Y nosotros? ¡En el mejor de los mundos! Una conmoción universal pone en peligro los ideales, los principios, las doctrinas que son esencia de nuestra nacionalidad, y nosotros, en tanto, estamos entreteniéndonos en los atrios para que salgan elegidos Juan, Pedro o Diego”. Luego profetiza: “Yo, como viejo argentino, a quien por la ley de la vida, queda ya poco tiempo para estar en su país, me permito llamar la atención a mis compatriotas y decirles: Señores, mucho cuidado; estáis jugando el destino de la patria. En vuestras manos se halla la solución que requiere con urgencia y patriotismo la República. Haced de las luchas cívicas una cuestión secundaria, para que prevalezcan los intereses permanentes de la Nación como cuestión primordial”. Su sensata voz se apagó el 23 de marzo de 1942, pocos meses más tarde (8 de octubre) fallecía Julio Argentino Roca (h).

La naturaleza va trazando, despejando, un camino que los contemporáneos ignoraban. El 26 de diciembre de 1942 fallece Ana Bernal la esposa del general Agustín P. Justo y dos semanas más tarde (11 de enero de 1943), como no resistiendo su ausencia, muere a los 66 años el ex presidente, cuando pugnaba por su segundo período presidencial y manifestaba sin ambages su solidaridad con la causa aliada en el conflicto mundial. La Argentina perdía dos voces que hubieran sido vallas de contención de aquellos que presionaban por la neutralidad y, al mismo tiempo, preparaban un golpe en rechazo por la elección de Castillo del empresario Robustiano Patrón Costas a la Presidencia de la Nación.

Así, entre intrigas y traiciones de última hora, el presidente Ramón Castillo es derrocado el 4 de junio de 1943. El presidente iba a ser el general Arturo Franklin Rawson pero 24 horas más tarde asumía el general Pedro Ramírez. El paisaje estaba impregnado de confusión.

El 4 de junio de 1943, el general Rawson entró a la Casa Rosada por la explanada de la calle Rivadavia, se bajó de su Ford 41 y a grandes pasos se dirigió al despacho presidencial que hasta horas antes había ocupado el presidente constitucional Castillo, en ese momento refugiado con algunos de sus ministros en el rastreador ARA Drumond. Ese día Rawson cumplía 59 años y estaba a un paso de imponerse la banda presidencial.

Juan Perón y Edelmiro J. Farrell en 1946
Juan Perón y Edelmiro J. Farrell en 1946

Cerca de las 17.30, Rawson habló a la numerosa concentración de ciudadanos que esperaban su palabra. Con entonación cuartelera y con Ramírez a su lado, su mensaje fue el mejor ejemplo del desatino que reinaba en Balcarce 50 y en los mentideros políticos: “El Ejército se ha visto precisado a lanzarse a la calle, no precisamente haciendo una revolución, sino cumpliendo preceptos constitucionales. La Constitución le otorga el deber de guardar el orden y respeto por sus instituciones. Las instituciones no estaban respetadas, el orden era aparente. Era necesario, en consecuencia, velando por los principios de la moral, de la cultura y el respeto, era necesario, digo que el Ejército interviniera, y lo ha hecho.”

El 22 de junio de 1943, el embajador brasileño Rodríguez Alves le cuenta a su presidente, Getulio Vargas, que se entrevistó reservadamente con el mandatario depuesto. En el prolongado encuentro Castillo le confió que él comprendería el movimiento revolucionario siempre que tuviese el propósito deliberado de cambiar el rumbo de la política internacional. “Lo entendería si, por ejemplo, la revolución rompiera relaciones con el Eje. Esto solo justificaría el movimiento”. La cuestión central de la neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial era un tema casi obligado en todas las comunicaciones de las representaciones diplomáticas.

El 17 de julio de 1943, el vicepresidente Sabá H. Sueyro falleció en el Sanatorio Anchorena y fue reemplazado por el general Edelmiro Julián Farrell. Detrás del nuevo vicepresidente ascendía en cargos y funciones el coronel Juan Domingo Perón. Y así comenzaría otra historia.

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