La presión por alcanzar estándares inalcanzables no solo no garantiza el éxito, sino que puede convertirse en un factor de riesgo para la salud mental y el bienestar social, según mencionaron especialistas de la Universidad de Harvard y la Universidad de Boston en el podcast Harvard Thinking.
En ese espacio, analizaron el fenómeno del perfeccionismo tóxico y sus consecuencias, y advirtieron que diferenciar entre la búsqueda de excelencia y el perfeccionismo es clave para evitar ansiedad, depresión y aislamiento.
El panel, conformado por la periodista Jennifer Breheny Wallace, la profesora clínica adjunta Ellen Hendriksen y la profesora asociada Michaela Kerrissey, enfatizó que la autocrítica y la presión por el rendimiento tienen raíces tanto personales como sociales, reforzadas por factores genéticos, familiares y culturales.
Aunque los expertos identificaron alternativas para afrontar el perfeccionismo, advirtieron que no existen soluciones inmediatas ni universales. Hendriksen destacó que el perfeccionismo puede estar presente en diagnósticos como ansiedad social, trastornos alimentarios, TOC y depresión, y que, en casos extremos, puede relacionarse con situaciones trágicas como el suicidio juvenil por la incapacidad de pedir ayuda.
En el entorno laboral, Kerrissey alertó que los equipos donde el perfeccionismo se convierte en norma muestran aumento del agotamiento y la rotación. El panel coincidió en que mitigar el perfeccionismo requiere un enfoque paciente y multifacético.
Tipos de perfeccionismo y su impacto social
En Harvard Thinking, se identificaron tres formas principales de perfeccionismo: el egocéntrico, que exige perfección a uno mismo; el orientado a los demás, que la demanda en el entorno; y el socialmente prescrito, surgido de la creencia de que la sociedad impone estándares perfectos.
Wallace citó estudios del británico Tom Curran, quien halló que el perfeccionismo socialmente prescrito ha aumentado un 33% en las últimas décadas. Además, instó a cuestionar los intereses económicos detrás de la cultura de la insuficiencia.
Hendriksen agregó que el perfeccionismo puede originarse en la genética y la familia, y describió cuatro tipos de familias donde suele desarrollarse: con padres helicóptero; donde el amor depende del rendimiento; con padres perfeccionistas; y en hogares caóticos, donde el perfeccionismo es una estrategia de control.
Consecuencias en la salud mental y el entorno laboral
El perfeccionismo, indicó Wallace, vincula la autoestima exclusivamente al rendimiento, lo que puede tener consecuencias graves. “Esforzarse por la excelencia es bueno. ¿Perfeccionismo? Simplemente no le veo ningún beneficio”, sostuvo en el podcast. Hendriksen detalló que, en consulta, los pacientes no suelen reconocerse como perfeccionistas, sino que expresan sentimientos persistentes de fracaso o insuficiencia.
Kerrissey recalcó el efecto negativo en el ámbito profesional: “Donde la cultura busca el perfeccionismo, el agotamiento se acelera y las personas renuncian a trabajos valiosos para sus ingresos y desarrollo”. Wallace, basándose en sus entrevistas, subrayó que el perfeccionismo extremo puede llevar a situaciones límites en jóvenes que no se sienten aptos para pedir ayuda.
En la vida cotidiana, el perfeccionismo se manifiesta en evasión y procrastinación. Kerrissey lo describió como el temor a intentar algo por miedo a fracasar si no se alcanza la perfección. Wallace remarcó la aparición del diálogo interno negativo y citó a la psicóloga Lisa Damour: “La diferencia entre un 91 y un 98 es una vida”. Este perfeccionismo, si bien parece actuar como autoprotección, termina frenando el desarrollo personal.
Estrategias y alternativas para afrontar el perfeccionismo
El entorno cultural desempeña un papel importante en el desarrollo del perfeccionismo. Cuestionar los mensajes sociales sobre el valor personal, como planteó Wallace, permite empezar a romper con la idea de que la identidad depende de los logros o de la opinión ajena. Redirigir la energía perfeccionista hacia el aprendizaje y la mejora personal, en lugar de la autocrítica constante, puede ser una alternativa constructiva.
Entre las estrategias para afrontar el perfeccionismo, se destacó la importancia de sentirse valorado por quién es cada persona y no solo por sus resultados. Fomentar ambientes donde el error y la vulnerabilidad sean aceptados, como sugirió Kerrissey, contribuye a reducir la presión y favorece la colaboración. La autocompasión y la gestión de la autocrítica, señaladas por Hendriksen, ayudan a mantener el equilibrio emocional y a enfrentar los desafíos de manera más saludable.
El panel coincidió en que crear espacios de apoyo, permitir el error y valorar el aprendizaje por encima de la perfección son enfoques efectivos para contrarrestar la presión perfeccionista y fortalecer tanto el bienestar individual como el colectivo.