Una presidencia ejercida entre el aislamiento y el asedio político hasta que finalmente fue vacada. Así describió Dina Boluarte, exmandataria de Perú, sus años de gestión en Palacio de de Gobierno, en una columna publicada este lunes 8 de diciembre exclusivamente en Infobae.
Boluarte resaltó la soledad institucional, la falta de respaldo partidario y una constante exposición al ataque de múltiples frentes, factores que, según su testimonio, moldearon su paso por el Ejecutivo en un contexto de profunda crisis nacional.
Además, relató que asumió la Presidencia de la República hace tres años, impulsada más por un sentido de responsabilidad histórica que por aspiraciones personales.
Según su columna, el país sufría una inestabilidad política prolongada, un tejido social polarizado y una pérdida de confianza institucional.
La expresidenta peruana enfatiza que carecía de una bancada aliada, de operadores políticos y de cualquier coalición que le ofreciera un respaldo estructural. “La soledad con la que goberné no fue una metáfora, sino una realidad diaria”, sostuvo.
Aludiendo a los primeros meses de gestión, Boluarte indicó que se encontró sin los mecanismos habituales para amortiguar conflictos. Decidió cada asunto bajo condiciones que define como “hostilidad” abierta, en un escenario en el que “ningún presidente en tiempos constitucionales había enfrentado de manera tan abierta”.
Esta falta de soporte interno y político, según afirmó, obligó a tomar decisiones sobre “un terreno minado” y en una coyuntura donde el país “hervía por dentro”.
Hostilidad y polarización
En la columna, Dina Boluarte destacó que la polarización social fue uno de los principales retos del Ejecutivo. Aquel aislamiento se vio agravado por traiciones provenientes tanto de antiguos aliados como de sectores que, en vez de defender la institucionalidad, prefirieron apostar a la “desestabilización como estrategia de sobrevivencia política”.
Boluarte también detalló que algunos colaboradores “optaron por la conveniencia antes que por la coherencia” y que determinados espacios políticos contribuyeron a erosionar no sólo su gobierno, sino también la estabilidad del país.
Asimismo, identificó las traiciones como “lo más doloroso” de su paso por el poder. “Conocí la traición en su forma más sutil y en su forma más explícita, en sus silencios calculados y en sus discursos impostados”, remarcó.
Pese a este panorama, aseguró que decidió persistir por el bien del país y no por quienes la traicionaron. “No por quienes me traicionaron, sino por quienes creyeron que el Perú merecía un cierre de crisis responsable, no una implosión”, agregó.
El desafío
En otro momento, Boluarte manifestó que ejercer la presidencia siendo mujer implicó una complejidad adicional, agravada por prejuicios de género y por su identidad andina.
Relató que se le exigía “autoridad sin exceder los límites que ciertos sectores consideran aceptables para una mujer” y que, además, su pertenencia étnica fue empleada como arma política tanto por detractores como por quienes intentaron monopolizar su voz.
“En un país donde la cultura política sigue marcada por prejuicios de género, se me exigió demostrar autoridad sin exceder los límites que ciertos sectores consideran ‘aceptables’ para una mujer”, anotó.
La expresidenta sostuvo que esa doble condición derivó en mayores cargas, pues la discriminación histórica siguió presente en los juicios políticos y sociales a los que fue sometida. “Mi identidad fue utilizada como arma arrojadiza tanto por quienes buscaban desacreditarme, como por quienes pretendían adueñarse de mi voz para moldearla a sus intereses”.
Errores en el camino
Además, Boluarte señaló que su gobierno no estuvo exento de errores y los atribuyó a la magnitud y complejidad de las crisis social, política y territorial. Agregó que pudo haber escuchado mejor en algunas situaciones y comunicar con mayor empatía, aunque insiste en que cada decisión buscó “proteger al Estado y evitar que el caos se convirtiera en la nueva normalidad”.
A pesar de las dificultades visibles, la expresidenta hace hincapié en una labor silenciosa destinada a mantener la estabilidad macroeconómica y evitar caídas en la calificación crediticia. Aseveró que se garantizó la continuidad de proyectos estratégicos, desde obras de infraestructura hasta la protección ambiental. “Lo que se vio en la superficie fue la confrontación política; lo que no se vio fue la labor técnica que se sostuvo en silencio”, resaltó.
En el cierre de su columna, Dina Boluarte expresa el deseo de que la historia evalúe su gestión desde la complejidad del contexto vivido: un país “dividido”, una institucionalidad “amenazada” y una violencia política latente.
“Que reconozca mis errores, pero que también entienda el peso de lo que enfrenté: un país dividido, una institucionalidad amenazada, una violencia política que buscaba arrasar con todo”, concluyó.