En lo alto de Tacna, donde el frío se cuela sin pedir permiso, se levanta un penal que impone solo con ser observado. El aire es delgado, los pasos retumban en los cerros y cada movimiento recuerda la distancia abismal que lo separa del resto del país. A más de cinco mil metros sobre el nivel del mar, la ruta hacia ese punto remoto parece interminable. La sensación de aislamiento es absoluta incluso antes de cruzar la primera reja.
En ese lugar se concentran líderes delictivos de organizaciones peruanas y extranjeras. Sus nombres integran investigaciones de largo aliento, y sus historias dan cuenta de delitos que estremecieron a comunidades enteras. Algunos de ellos ya enfrentaron un proceso mediático y judicial; otros solo habían sido vistos en operativos o capturas fugaces. En este penal, sin embargo, la cámara de Panorama revela rostros sin artificios.
Uno de los testimonios más duros aparece sin rodeos. Augusto Daniel Cango Mendiola, vinculado a la organización conocida como “Los Michis”, mira directo hacia el lente y afirma: “Yo secuestré a las 19 personas, a las 19 personas con consecuencia de muerte, yo Augusto Daniel Cango Mendiola las secuestré a las 19 personas”. Describe su propio grupo y agrega: “Yo los mataba a ellos, para yo agarrar el lugar de ellos”. Su relato se despliega con una frialdad que contrasta con el ambiente gélido del penal.
Los rostros del Tren de Aragua
Entre los pabellones aparece también Héctor Prieto Materano, alias “Mamut”. Interrogado por su pasado, ofrece comparaciones directas: “Tocorón mi tierra, Challapalca un infierno, un frío insoportable”.
En otro pasaje comenta su propia situación: “Voy 17 años preso, me faltan 17 años más preso, soy realista y me falta bastante tiempo más”. También expresa un mensaje hacia la ciudadanía: “Quiero dar un mensaje a la población que se porten bien, que no hagan las cosas mal, porque esto no es fácil para nadie”.
Para las autoridades peruanas, Prieto Materano ocupó un lugar clave en la red criminal venezolana. Él, sin embargo, intenta distanciarse de esa imputación al responder: “A ningún grupo del Tren de Aragua pertenezco, solo lo hice por considerar a unas amistades de unas mujeres que me pidieron el favor”. Sobre su vida fuera del penal menciona: “Extraño mucho a mis hijos, a mi familia, los extraño”.
Confesiones que persisten con el tiempo
A lo largo del recorrido surge otro testimonio conocido: un sicario relacionado con la llamada masacre de San Miguel. Frente a la cámara sostiene: “Yo no he disparado a ningún niño, a nadie, yo solo he disparado a la Tota”. Su versión difiere de las imágenes del caso, pero su insistencia se mantiene.
En ese mismo penal también se encuentra Joran van der Sloot. Consultado por sus días allí, responde: “No hay mucho que se pueda hacer acá, pero yo me dedico al ejercicio, a la lectura, creo mucho en Dios”. Incluso se dirige públicamente a los padres de su víctima: “Yo en 17 años nunca he tenido de pedir perdón por lo que hecho”.
Entre rejas y temperaturas extremas, cada uno de los internos se enfrenta a su propio pasado. José Ángel Ortega Padrón, identificado como líder de una facción del Tren de Aragua, expresa: “Si las autoridades peruanas me dan la oportunidad de salir de aquí, yo se lo juro que voy a ir con mi hijo”. Mientras tanto, otro integrante de esa red señala: “Aquí vive la realidad como es” y detalla: “Me muero de frío, me muero de hambre, me muero de muchas cosas”.
El penal continúa su rutina diaria. Afuera, el himno del INPE acompaña a la formación matutina. Adentro, cada celda mantiene un silencio denso que recuerda a todos dónde se encuentran. Los custodios refuerzan que este es “el penal adonde ningún reo quiere llegar”.