Narrativas de optimismo como puentes al futuro

Formamos parte de una especie que ha sido capaz de desplegar de forma sostenida la civilización, pero todo pareciera estar en riesgo a la luz de relatos distópicos que proliferan en un contexto de cambio acelerado

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Inteligencia artificial
Inteligencia artificial

“Necesitamos amplitud de miras para entender el mayor problema de nuestro tiempo: el actual ritmo de cambio excede nuestra capacidad de adaptación. Generamos nuevos problemas a una velocidad inaudita y cada vez mayor, lo que está afectando a nuestra salud física, mental, social y medioambiental. Si no encontramos el modo de abordar el problema de la novedad desaforada, la Humanidad perecerá víctima de su propio éxito”. Así arrancan los biólogos Heather Heying y Bret Weinstein su magistral y reciente obra Guía del Cazador Recolector para el Siglo 21 (Cómo adaptarnos a la vida moderna).

Una buena manera de definir al futuro es reconocerlo como ese espacio donde comenzamos a sentir que las cosas son distintas a como son hoy. Y quizás una de las características centrales de nuestro tiempo, siguiendo la línea argumental de los autores citados arriba, es que el futuro está cada vez más solapado con el presente. La razón es palpable: todo cambia muy aceleradamente y, de esa forma, lo que solíamos considerar como posibilidades de un futuro mediato a partir de la dinámica de las tendencias en marcha, asumen ahora la forma de acontecimientos que se nos vienen encima, invadiendo nuestro presente sin contemplaciones, impactando en los campos en los que nos sentíamos cómodos, protegidos o confiados.

Pueden buscarse ejemplos y evidencias en diversidad de temas y aspectos de nuestras vidas. Uno de ellos, quizás el tema del momento, es la irrupción de los modelos generativos de inteligencia artificial (Chat GPT, el más popular del momento), que ha venido a sacudir la larga marcha de esta tecnología de propósito general desde sus primeras formulaciones conceptuales a mitad del siglo pasado. Ha llegado el tiempo de la penetración en serio de ellas en los asuntos humanos. Por primera vez cada uno de nosotros, sin exclusión de niveles de ingresos, profesiones o edades, podemos sentir en vivo lo que significa interactuar con máquinas capaces de entender y procesar lenguaje humano y, en consecuencia, asistirnos bajo demanda en mucho de lo que necesitamos hacer mientras, al mismo tiempo, aprenden de manera autónoma a partir de todas esas experiencias y los algoritmos de base que les dieron origen. Es decir, es la inteligencia artificial, protagonizada por estos verdaderos copilotos no humanos que comienzan a estar a nuestra disposición, un caso central de esos cambios desaforados que parecen haber entrado en ritmo de imparable aceleración.

Es en este marco donde reviven las narrativas pesimistas acerca del futuro que nos espera. Formamos parte de una especie que ha sido capaz de haber estirado de forma sostenida el despliegue de la civilización, pero todo ello pareciera estar en riesgo a la luz de estos relatos distópicos. Son miradas que hacen foco en los escenarios más conflictivos y oscuros de nuestro devenir. Narrativas que, en general, se aferran a la idea de que los dilemas y desafíos que colectivamente afrontamos en esta tercera década del siglo XXI son demasiado complejos, inmanejables o riesgosos como para acertar en aquellas fórmulas que nos permitan gestionarlos y conducirlos hacia zonas de beneficio y progreso colectivo.

El problema de los relatos pesimistas no es su existencia. En el mundo de la libertad de ideas y pensamientos que supimos construir, es lícito y sano que existan. Como todas las expresiones. La cuestión radica en entender por qué suelen lograr tanto éxito, es decir, qué hay detrás del magnetismo que multiplica de adhesiones que parece operar en ellos. Steven Pinker lo atribuye a diversos sesgos en los que solemos caer: la mente humana se aferra más a lo negativo, cierta psicología de la moralización que nos hace sentir mejor si compartimos esas visiones más problemáticas del mundo y alguna inclinación a la visión nostálgica de que todo pasado ha sido mejor. Más allá de la interpretación que nos ofrece Pinker, parece haber un patrón que se repite y perdura: el pesimismo como narrativa suena a los oídos de las personas como más inteligente, como una composición más profunda y bañada de cierto misterio que termina siendo convocante. En cambio, los relatos donde predominan las miradas optimistas suelen ser etiquetados como superficiales, impulsados principalmente por partes interesadas en sacar provecho de los mismos y poco empáticos frente a padecimientos y limitaciones de toda índole.

Esta es la ventaja con la que corren las narrativas pesimistas sobre las optimistas. Siempre tienen una cuota de atracción extra, un margen de penetración mayor en las sociedades. O al menos, más ruidoso. Más aún en la actualidad, en virtud de aquella velocidad y diversidad de los cambios que relatábamos al inicio del artículo. Han pasado a lo largo de la historia distintos relatos pesimistas de gran calado. Solo por recordar alguno: durante buena parte del siglo XX creímos con marcada convicción que la Humanidad se quedaría sin alimentos, que las capacidades productivas serían desbordadas por el crecimiento poblacional. Nada de ello ha sucedido. Más bien todo lo contrario. La producción de alimentos avanza en una enorme cruzada de innovación y, mediada por nuevas tecnologías, no para de generar más y mejores tipos de alimentos, liberándonos incluso de las restricciones territoriales y ambientales de la tierra. Algo similar está sucediendo en nuestros días con las energías, fuente de muchas especulaciones negativas en torno a la disposición de ellas en las cantidades que requiere el despliegue humano y las posibilidades reales de la transición masiva hacia energías limpias. Sin embargo, crecen las evidencias de la potencia y accesibilidad que van logrando las nuevas maneras de generar energía que la ciencia y la tecnología ponen a nuestra disposición en distintas partes del mundo. Un futuro de energías limpias, accesibles y abundantes es cada día más factible.

Si queremos afrontar los desafíos de la Humanidad en el siglo XXI con mayores posibilidades de éxito debemos, en primer lugar, recrear y abrazar narrativas de optimismo que nos inspiren como verdaderas filosofías de progreso colectivo. Las ciencias del comportamiento avalan desde distintas perspectivas que las historias que nos contamos impactan de manera significativa en cómo actuamos y desplegamos nuestra fuerza creadora. Creer es crear expresa el dicho. Necesitamos creer que podremos organizar este mundo tan próspero, abundante pero lleno de problemas e incógnitas, hacia una nueva era de progreso colectivo. No se trata de consignas marketineras y de alto impacto. Sino de construcciones lúcidas, responsables y accesibles a las mayorías, con sus respectivos matices culturales y sociales.

Una buena narrativa de optimismo acerca del futuro que podemos construir debería al menos partir explicando la condición impredecible de la vida humana. Es parte de nuestra esencia no poder adelantarnos y predecir demasiado. Nunca los determinismos y fatalismos han sido acertados. También que el observador que somos de la realidad condiciona nuestro despliegue: el mundo tiene cuentas pendientes, pero es mucho mejor de lo que era en el pasado, en casi todos los órdenes. Los saltos evolutivos se producen en el marco de procesos complejos y desordenados, llenos de hitos y tensiones. No son producto del designio divino ni de la instrucción lineal de algún actor central capaz de planificar el curso de la historia. Y finalmente, toda construcción optimista sobre el futuro debiera poner el foco en la gran cantidad de señales que van anunciando futuros positivos y que, cuando superan sus etapas de gestación, ingresan en una dinámica de escala y aceleración capaces de transformar realidades globales. Como las señales de nuevas terapias que resuelven problemas extendidos de salud mental o las de nuevas maneras de educar personas para desarrollar habilidades o aquellas señales que mejoran el capitalismo con sentido de propósito y triple impacto que no paran de penetrar en empresas de todo el mundo.

El campo de lo posible es una fórmula siempre inacabada. La civilización humana es un proyecto que siempre incuba nuevos capítulos. Las fuerzas de la creación y coordinación colectiva siempre encierran nuevas propuestas para resolver nuestros dilemas. Creamos que un futuro mejor es posible y nuestras energías, iniciativas y voluntades se expandirán sin límites. Creer es parte central del camino para no terminar siendo nunca víctimas de nuestro propio éxito de haber llegado hasta acá con nuestro recorrido humano.

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