Un país sin pensamiento estratégico

Si el futuro presidente no tiene liderazgo y visión estratégica, seguiremos en el lodo en el que estamos: embarrados de mediocridad

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Casa Rosada
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Hoy observamos la típica discusión preelectoral, en donde reina la indefinición, el juego de alianzas y el pasaje de facturas entre los potenciales candidatos. Todo superficial, con el único propósito de ganar la voluntad del electorado. Aún no existen contenidos profundos que confirmen seriedad en las propuestas.

En los artículos precedentes reclamamos la necesidad de que el país desarrolle un pensamiento estratégico, que se plasme en políticas de Estado que diseñen y definan caminos de corto, mediano y largo plazo hacia el logro de objetivos estratégicos cuyo propósito sea elevar el bien común y la calidad de vida de todos los argentinos. También, observamos la necesidad de ser conducidos por un liderazgo con coraje y condiciones que aseguren su cumplimiento.

Deseo aportarles brevemente una idea de cómo enfrentar ese desafío de elegir a nuestros futuros gobernantes, y qué exigirles a través de algunos conceptos que considero deberían cumplir.

El primer concepto es que todo lo que se diga debería estar pensado y enmarcado en un plan director que, a partir de un meticuloso análisis de la situación, defina el qué queremos y cómo lo resolveremos. De no ser así, estaremos frente al comúnmente denominado “verso”, que nos llevará al incumplimiento, la improvisación y el desorden.

El segundo concepto de esta idea es que, más allá de la inclinación política que tengamos, deberíamos coincidir que, al menos, el modelo que está no va más. No podemos perder tiempo. Debemos concentrarnos en resolver nuestro presente y proyectar nuestro futuro.

El “no va más” se refiere a la violencia y la degradación social que sufrimos, que incluye el piquete como modelo de reclamo y el clientelismo como herramienta de dominación del pueblo, el avance del narcotráfico, la caótica economía que padecemos, la pobre educación que recibimos, el desorden y la corrupción institucional que impera, el retraso en el desarrollo de infraestructura, industrial, energía y de calidad de vida que tenemos. Todos ellos, entre otros, son síntomas de una misma enfermedad que padecemos; la ausencia de un plan que cumpla con un proyecto de Nación que nos incluya a todos.

El tercer concepto es la necesidad de una solución integral de los problemas. El problema de la economía, no lo resuelve un economista, el de la educación, no lo resuelve un educador, el de la seguridad y el narcotráfico, no lo resuelve un especialista del tema, etc. No me malinterpreten, son esenciales los especialistas para abordar la solución técnica de cada tema, pero entendamos que cada cosa que padecemos está atravesada por infinidad de condicionantes que hacen necesaria una visión general del problema y un trabajo en equipo. A modo de ejemplo, la economía está atravesada por la falta de reglas claras y su continuidad en el tiempo, de competitividad de nuestra industria, la necesidad de definir y desarrollar los objetos de riqueza que necesita el país, la ausencia de infraestructura (falta de medios de transporte y puertos adecuados), la corrupción, una legislación laboral desactualizada, la falta de confianza extranjera y nacional en la inversión local, la formación de nuestros profesionales técnico-universitarios, etc. y no solo por el efecto del dólar, los mercados internacionales, el FMI y la guerra entre Rusia y Ucrania. De igual manera la educación, corazón del progreso del país, no tiene directrices que la sustenten por la ausencia de un proyecto, con contenidos e infraestructura que no priorizan lo que necesitamos como sociedad, con educadores mal remunerados, manipulados ideológicamente algunos, sin incentivos muchos.

Cada área del Estado Nacional no es un organismo independiente. Debería hacer su aporte, a partir de sus intereses particulares, al interés general.

El cuarto concepto es el uso inteligente del tiempo para resolver los problemas, es decir, el momento y la secuencialidad de las acciones a desarrollarse. La urgencia no puede dar lugar a la improvisación, al caos y al desorden. Algunos temas requerirán de inmediatez, pero otros no deberán iniciarse sin haberse creado las condiciones adecuadas. Todo lo que se haga, debe estar vinculado al futuro y no ser un fin en sí mismo. Si hacemos las cosas bien, estamos hablando de un proceso que durará más de una gestión de gobierno.

El quinto concepto es la necesidad de legitimar el proyecto, a través de la aceptación de los otros poderes, la mayoría de la clase política, la población y la opinión pública. El pueblo no tiene miedo al sacrificio (ya está acostumbrado), pero sí a que lo engañen y lo usen. Es consciente que nada se consigue sin esfuerzo. Pero ese esfuerzo tiene que dar rédito. No se tendrá éxito si no se asegura la continuidad del Plan, creíble y aceptado por todos.

Si logramos que los candidatos planteen sus programas basados en los conceptos precedentes, nos encontraríamos con ideas que estarían concebidas, estudiadas y definidas en un plan que, en términos generales, debería realizarse en tres etapas. Lo más corto posible las dos primeras, que seguramente se llevarán, como mínimo, toda la gestión de un gobierno. En los hechos el siguiente Gobierno, a partir del segundo quinquenio, debería comenzar a ver beneficios concretos para el país.

Etapa 1, Inicial (ideal no más de 2 años): la más compleja. Consistiría en la “creación de las condiciones para el cambio”. Se activaría desde el primer momento de gobierno. Es una etapa frágil porque se parte de la ausencia total de un plan, debiendo alcanzar su máximo desarrollo en el menor tiempo posible, mientras se ponen en ejecución medidas paliativas para enfrentar la crisis.

Todas las acciones, interrelacionadas, deberían implicar el acuerdo de la dirigencia y la concientización social. Las acciones se realizaría a través de áreas de ejecución simultánea:

- De gobierno - empresarial – sindical – laboral (consolidación del plan). Conformando grupos de ensayo / discusión / análisis para probar y definir todas las condiciones legales, económicas, jurídicas, etc. que, a priori, se consideren esenciales para el cambio positivo del sistema, corrigiendo las mismas hasta lograr los efectos deseados. Temas como impuestos, condiciones salariales, pautas de crecimiento e inversión y definición de la participación del Estado, pautas laborales, generación de trabajo, formación y capacitación del personal, etc.

- De gobierno - comunidad universitaria – think tank’s – educación (El diseño del proyecto de Nación). Contribuirían a la redefinición de las políticas de Estado y el proyecto de Nación a ser refrendados por el Gobierno y los gobiernos provinciales. Uno de los pivotes fundamentales de los cambios estructurales que el país necesita, está en definir una eficiente regionalización, de cara a realidades muy distintas a aquellas con las que se organizó en los comienzos fundacionales.

La aprobación del proyecto de Nación, pensado para orientar al país en los próximos 50 años, debería incluir la reorganización nacional y la definición de los objetos de riqueza de cada región y su desarrollo (industria, educación, infraestructura, trabajo, etc.), buscando el beneficio equilibrado de todas las regiones del país.

Las acciones contenidas en la etapa 1 tendrían que incluir una nueva Ley de Trabajo, una Ley de Desarrollo que regule las acciones del proceso, la actualización del Código Penal y el saneamiento de la Justicia, el rediseño del Sistema Impositivo Nacional y el fortalecimiento de la Seguridad, entre otras. Probablemente, muchas de las acciones mencionadas no se concreten con la finalización de esta Etapa. Pero, al menos, deberían estar lanzadas.

Etapa 2, el cambio (ideal: no más de 2 años): la más tediosa y de mayor riesgo, implicará coraje y perseverancia del gobierno y confianza de la parte privada. Logrado el aval, consistirá en el “cambio del diseño del Estado”. Momento de incertidumbre, generará alteraciones sociales, una fuerte oposición de aquellos que no quieren modificar su forma de vida (vivir del Estado, planes sociales, etc.), implicará arriesgar.

Es la etapa donde las acciones, con los avales necesarios (legislativo, judicial, político) deberían empezar a aplicarse. El Estado abandona el viejo sistema y adopta el nuevo modelo.

Las acciones contenidas en la Etapa 2 deberían incluir: el cambio de concepto de responsabilidad del Estado, hacia un rol de custodio del libre desarrollo privado, pero decididamente ejecutor y responsable primario de la Educación, la Salud, la Seguridad, la Defensa y la Relaciones Internacionales; el ingreso generalizado de los privados en el sistema, la reducción masiva de planes sociales y la creación de nuevos empleos privados. Esta Etapa podría extenderse demorando la ejecución plena de la siguiente. Debería incluir, también, la Implementación del nuevo Proyecto de Nación y la difusión al mundo del cambio, a través de una política exterior con un mensaje claro y con reglas bien definidas, buscando confianza y credibilidad, para captar financiamiento e inversión en proyectos de interés nacional.

Etapa 3, el despegue y crecimiento sostenido: Etapa de contagio e iniciativa individual y privada, de proyectos e ideas expansivas, de entusiasmo, seguridad y confianza local e internacional. Su inicio podrá solaparse a las etapas precedentes, aunque se potenciaría con el cumplimiento de las anteriores.

Implica el control por parte del Estado del crecimiento, evitando desvíos no deseados hacia intereses particulares que afecten los intereses del País, manteniendo claros los objetivos estratégicos definidos en el Proyecto de Nación, el fortalecimiento de la alianza regional, el desarrollo y la expansión privada sostenida, la eficiencia legal del sistema, buscando ser más fuertes y competitivos hacia el mundo.

Si el futuro presidente de la República Argentina no tiene liderazgo y visión estratégica, seguiremos en el lodo en el que estamos, embarrados de mediocridad.