Los dos reversos de una grieta devaluada

Conscientes de que no podrían ganar una elección, Macri y CFK buscan condicionar los procesos de renovación de liderazgos en sus propios espacios

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Mauricio Macri y Cristina Kirchner
Mauricio Macri y Cristina Kirchner

Como nuestra moneda nacional, la tan mentada “grieta” que distintos sectores tanto del oficialismo y la oposición han venido azuzando y alimentando desde hace ya un buen tiempo, aparece como una divisa devaluada. Otrora una suerte de recurso estratégico que oficiaba como atajo y garantía para alcanzar réditos electorales en el corto plazo, hoy es todo un símbolo de la trágica decadencia argentina.

Sin embargo, en los estertores de lo que parece un tiempo histórico agotado, en esa incierta y peligrosa zona gris en que como diría Antonio Gramsci, “lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba por morir”, los adalides de la confrontación permanente, de las lógicas amigo-enemigo, de la política de la crispación y de las pretensiones totalizantes, se aferran con desesperación a esa política de la grieta que supo ser su gran “negocio electoral”.

Aún en un contexto donde las antinomias en que tradicionalmente se ha plasmado esta grieta, como los clivajes kirchnerismo-antikirchnerismo o macrismo-antimacrismo, han ido perdiendo su capacidad para ordenar y estructurar la dinámica política y electoral, sus principales artífices resisten. Y, aunque a la luz de prácticamente todas las encuestas resulta evidente que ya no tienen chance alguna de encarnar las mayorías necesarias para conquistar el poder, conservan una gran capacidad de daño, obturando cualquier posibilidad de renovación.

Es el caso de Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner, quienes pese a la constatación de un clima de opinión que ya no gravita en torno a las antinomias que ellos supieron encarnar y defender, y con los altísimos niveles de rechazo que suscitan en amplios sectores del electorado, se refugian en sus votantes duros y “círculos rojos” y, aún conscientes de que no podrían “ganar” una elección, buscan condicionar los procesos de renovación de liderazgos en sus propios espacios. Todo ello, a un altísimo costo, no sólo para sus propias coaliciones sino también para el sistema político y la gobernabilidad de nuestra democracia.

En un contexto en el que la persistente crisis económica y social que atravesamos desde hace varios años, se ha convertido también en una profunda crisis de confianza en la dirigencia política, estas actitudes coadyuvan a alimentar el clima de hastío y frustración que ha venido creciendo en una porción significativa del electorado, peligrosamente horadando aún más el lazo representativo en el que se funda nuestra democracia.

Macri y Cristina son las dos caras más visibles de esta moneda, pero también es cierto que sus comportamientos trascienden lo estrictamente individual y que sus posicionamientos y discursos anidan en sectores internos que, en ambas coaliciones, buscan replicar las narrativas de la confrontación y crispación que tanto daño han venido generando no solo en las instituciones republicanas sino en el propio lazo social en que se basa nuestra convivencia básica.

Por ello, los denominados “halcones” de JxC y la organización La Cámpora son también los dos reversos, por cierto bastante devaluados, de esta divisa confrontativa que supieron construir Macri y Cristina y que ellos buscan recrear y perpetuar.

Este trágico espectáculo, que en su “remake” adopta ribetes de burlesque y kitsch, en el que persisten promesas fracasadas y soluciones estériles frente a las necesidades ciudadanas, por cierto cada vez más exigentes, se convierte así en un terreno fértil para la irrupción de peligrosos liderazgos antisistema. Opciones que obtienen gran parte de su legitimidad no tanto en lo que prometen o en las constelaciones ideológicas a las que suscriben sino en su carácter de “novedad” frente a lo viejo y fracasado.

Aquí reside, indudablemente, el daño que estas actitudes mezquinas que se fraguan en una verdadera “hoguera de vanidades”, pueden acabar produciendo en el país que se viene. El tiempo apremia y falta la imprescindible voluntad de ceder que es parte de cualquier vocación de diálogo. Y, mientras tanto, el escenario electoral ya está perfilado en tres tercios que se disputarán la voluntad popular que definirá quién se sentará en el “sillón de Rivadavia”, con consecuencias no solo imprevisibles sino potencialmente nefastas para las instituciones, pero también para los ciudadanos de a pie.

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