La separación: no escaparse del dolor para poder superarlo

Una historia para tratar de entender lo que nos sucede en una situación crítica como es alejarse de una pareja

Compartir
Compartir articulo
Se sentía afuera de todo, echada de un paraíso que no era consciente que tenía hasta que lo perdió (Imagen ilustrativa Infobae)
Se sentía afuera de todo, echada de un paraíso que no era consciente que tenía hasta que lo perdió (Imagen ilustrativa Infobae)

Con los ojos hinchados de tanto llorar le dije:

-Llevate lo que quieras, total…ya te llevaste lo más importante…

-¡Si solo me llevé mi ropa!

-Te llevaste a vos. ¿Para qué me sirve todo lo demás?

A Luciano se le llenaron los ojos de lágrimas.

Se fue. ¿Cómo era posible? Él solo, con su bolsito, lejos de casa, de sus hijas, sus cosas, su vida. Evidentemente el problema era yo. O nosotros dos.

Me quedé en casa con todo pero sin él. Sola. Solísima.

Cuando iba al baño mi hija de siete años me hizo una pregunta. Le respondí como una autómata, totalmente anestesiada. El dolor no me permitía sentir ni conectar con lo que me estaba preguntando. Solo contesté desde la razón: una mierda, porque para eso estaba Wikipedia.

Me senté al borde de la cama, inerte. ¿Estaría viva? La tele mostraba un documental que nadie miraba. Varios leones atacaban a una jirafa que los observaba comerle sus propias vísceras sin inmutarse. O al menos eso parecía. Un biólogo explicaba que cuando los animales están siendo devorados, el cerebro apaga ciertos circuitos para no sufrir. La hipótesis tenía sentido. Algo así me estaría pasando a mí. Estaba desconectada, probablemente para no sentir que la vida me estaba devorando.

Después de un rato me paré como pude. Fui a cambiarme y al abrir el placard, sin darme cuenta abrí también las puertas del infierno. Luciano había dejado varias prendas, entre ellas una corbata que le había regalado cuando se recibió de arquitecto. Tratando de escaparme de ese objeto me topé con el traje que había usado en nuestro casamiento. Las piernas no me sostenían.

Cerré la puerta del cuarto como pude y me tiré en la cama. Estuve media hora sobreviviendo con dificultades para respirar. Después me paré, me fui a lavar la cara y volví al ruedo. Aunque yo me quería bajar, el mundo seguía girando.

Cuando terminamos de almorzar levanté la mesa y empecé a lavar los platos. Todo lo que veía me recordaba a él, lo habíamos elegido juntos. El juego del comedor, los sillones, el escritorio, los cuadros. Las plantas del jardín: las cañas de la India, los lirios, el jacarandá, los frutales.

Pensé en la historia de Buda cuando se iba a ir de la casa y su madre le rogó:

-Dame la gracia que al cerrar los ojos te vea.

- Te voy a dar algo mejor; me verás cada vez que los abras, contestó.

Para esa madre ver a su hijo en cada cosa era una bendición. Para mí, en cambio, encontrar a Luciano en todo era una maldición. Los objetos me perseguían, me acorralaban.

Me puse a mirar Instagram para distraerme un rato y encontré la foto de un atardecer que decía todo pasa. ¿De qué me sirve esa estúpida frase si ahora me estoy muriendo? Abro los ojos y lo veo. ¿Cuándo fue que nos abandonamos? ¿Cuándo perdimos la alegría de estar el uno con el otro? Nos tenemos miedo. De hablar, de hacer. Vivimos escapándonos, escondiéndonos del otro. Parecemos desertores, llevando una vida clandestina. Para peor, lo que le escondemos al otro es justo nuestra esencia. Eso mismo que nos había enamorado.

"¿Cuándo perdimos la alegría de estar el uno con el otro?", se preguntó (Imagen ilustrativa Infobae)
"¿Cuándo perdimos la alegría de estar el uno con el otro?", se preguntó (Imagen ilustrativa Infobae)

Si para poder ser nosotros mismos tenemos que estar solos; ¿será hora de considerar seriamente la posibilidad de separarnos? ¿Cómo se armó toda esta confusión? ¿Quién es el perverso que organizó este infierno mientras esa maldita foto de la noche de bodas me interpela? ¿Qué nos pasó? ¿Cómo de querer compartirlo todo, de hablarlo todo, de succionarnos todo, llegamos a este miedo, a esta nada? Alguien decía que entre el dolor y la nada prefería el dolor. A mí la vida me duele tanto que sería feliz si pudiera elegir la nada.

Preparo un té, me siento en el living y sufro esa orquídea que me regaló para nuestro décimo aniversario. Me siento afuera de todo, echada de un paraíso que no era consciente que tenía hasta que lo perdí.

Igual, no quiero tirar todo, mudarme, o hacer esas estupideces que aconsejan las revistas. Al revés, quiero mirar a los ojos a cada objeto, a cada recuerdo, a cada fantasma. Nada de evadirme, ni de pasarlos rapidito. Quiero amigarme con ellos, velarlos.

Solo si no me escapo del dolor podré superarlo.

******

En la vida son más los problemas que se disuelven que los que se resuelven.

Juan Tonelli es escritor y speaker https://linktr.ee/juan.tonelli