Una propuesta que nos devuelva un mañana

Desde el último golpe militar los gobiernos expresan intereses corporativos al margen de la verdadera política y de las necesidades colectivas

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández (Franco Fafasuli)
Cristina Kirchner y Alberto Fernández (Franco Fafasuli)

En tiempos del retorno a la democracia, todos -absolutamente todos- nos ilusionamos con un digno futuro, ni los más pesimistas hubieran imaginado este atroz retroceso que hoy sufrimos. Una generación de jóvenes políticos se convertía en promesa y un protagonista apasionado de esa época como “Chacho” Jaroslavsky se rodeaba de posibles futuros estadistas. El juicio a las Juntas se convirtió en un hecho histórico pero el Estado erosionado por la dictadura no pudo imponerse a los sectores económicos y sindicales. Sucedió que aquellos jóvenes dirigentes se fueron enamorando de una vocación empresarial y el amor por la política fue derrotado por otra concepción de la vida, más pragmática y menos trascendente. Difícil de entender, como si el destino colectivo les hubiera quedado grande y se redujeran y apasionaran por desarrollar su futuro individual.

El pensamiento social retrocede, se degrada y termina imponiendo la triste imagen del “operador”, intermediario entre el Estado y los negocios. No habría más golpes de Estado, el poder económico ya no los iba a necesitar, la política estaba dispuesta a obedecerle. Si Alfonsín fracasa en su intento de consolidar el poder presidencial vendrá Menem a obsequiarle el futuro a los negocios, en especial a las empresas extranjeras. Se privatizaron empresas que dan pérdida para institucionalizar la corrupción, son los retornos pactados con el gobierno de turno. Bunge y Born será parte del gobierno, su retirada del país marca el fin de la Argentina capitalista y la intermediación ocuparía desde entonces el lugar de la producción. Néstor confunde el Estado con su persona, trata de consolidar un poder económico superior al privado pero como sólo las instituciones vencen al tiempo, con su vida se llevó una concepción del poder. Hasta llegar a los seguidores de Cristina se podía aceptar una supuesta pertenencia ideológica pero quienes hoy toman distancia dejan en claro que el poder no necesita justificación alguna, hasta el mismo extravío puede merecer lealtades.

Alguien inventó la trampa de ejecutar el atraso y nominarlo “modernidad”. El último golpe tuvo como eje la destrucción del Estado y la industria nacional, en su lugar surge un perverso sistema bancario que concentró las riquezas a la par de expandir la miseria. Los supuestos “dictadores liberales” habían forjado la desaparición de personas junto a la destrucción de una conciencia nacional que abarcaba todas las ideologías. La burguesía industrial tiene patria y fue esencial a todo desarrollo capitalista. Los bancos, los intermediarios y los capitales no tienen otra voluntad que la imposición de sus normas sobre las necesidades colectivas y así, degradar al ciudadano en consumidor. Cuando algún perverso se propone explicar que la culpa fue de Gelbard y no de Martínez de Hoz nos deja en claro que utiliza la economía para justificar los asesinatos de la dictadura.

El capitalismo como todo en la vida es un sistema que en lo esencial es de fácil comprensión y en los detalles se convierte en infierno o paraíso. La libertad es una clave que no soporta deformaciones y en consecuencia aquellas dictaduras que persiguen y exilian, como Cuba, Venezuela o Nicaragua nada tienen que ver con nuestro sistema político, claro que no tienen derecho a cuestionarlas aquellos que fueron artífices y mentores del último golpe. Tratar de equiparar democracias con dictaduras es en esencia una traición al pensamiento y a la convivencia democrática. Algún desubicado quiso sumar a Bolivia en esa lista pero que la derecha haya sido derrotada no implica que no existan libertad y democracia. Nosotros, con todo el fracaso que arrastramos, no podemos negar que disfrutamos de nuestros derechos, opinamos libremente y no existe persecución alguna por las ideas que se expresan, salvo el silencio que se observa cuando alguien se atreve a cuestionar a los avisadores. Servir de corifeos a la demencia de Putin implica ir demasiado lejos, convertir el extravío en bajeza. Luego vienen los detalles, un presidente que se debilita cuando habla mientras no deja de disfrutar el hacerlo y una vicepresidenta que reasume el poder político fijando rumbos y destinos frente a una oposición tentada por el resentimiento y dispuesta a negar y a no asumir la dimensión de su propio fracaso. Ni el gobierno expresa a la izquierda ni la oposición al centro derecha democrática y es que ambas fuerzas son de cabotaje, sólo se entienden desde nuestra pobreza política. Colombia marca el fin de los inversores por sobre los votantes, de la vigencia de las economías que crecen sin distribuir.

La dictadura instaló el fin de la Argentina integradora, aquella sociedad donde todos participaban del patriotismo en la cual, hasta el General Lanusse era una expresión respetable del poder militar. Nuestra clase alta nunca se enamoró de la democracia, sus reiterados golpes son el fiel testimonio de esa limitación mental. El último fue expresión de lo peor y más ruin de una sociedad pero se culpó sólo a las fuerzas armadas, nunca nos ocupamos de sus ideólogos civiles. ¿Eran los militares quienes pensaron ese baño de sangre o sus verdaderos impulsores nunca se hicieron cargo? Con apenas revisar los editoriales de los principales diarios de esa época tendríamos una idea clara de quiénes los guiaban y cuál era su objetivo. Tuvieron un éxito rotundo, lograron devaluar la democracia y otorgar respeto al saqueo de los dictadores. La excepción la logra la guerrilla que con la excusa de los derechos humanos se instala como parte digna de nuestra historia cuando debería ocupar el más oscuro de los lugares.

Desde el último golpe los gobiernos expresan intereses corporativos al margen de la verdadera política y de las necesidades colectivas. Las riquezas se siguen concentrando en pocas manos, los bancos son parte esencial de esta degradación, nos vamos convirtiendo en consumidores y hasta la salud es parte del negociado de los grandes grupos, en este caso con participación esencial del sindicalismo. Desde el último golpe se desarma la patria para iniciar el camino a ser colonia. Los Kirchner enfrentan sus propios fantasmas que no son los de la patria ni los de las mayorías. El presidente y su consejo de aficionados se ocupan de destruir el lenguaje y las tradiciones, qué otra cosa es el progresismo que la disolución de la propia identidad. Sus actos carecen de sentido político y social, claro que la frivolidad constituye en su esencia una variante de la perversión. Habitamos en “la Torre de Babel”, cada quien habla su propia lengua que le permite ignorar al otro.

La política hasta el momento no se ocupa de gestar una propuesta que nos devuelva un mañana. Es sólo plaga de denuncias y acusaciones pero tiene ausencia de propuestas y desafíos, de grandeza, de vocación de unidad, de proyecto común, de recuperación de un destino. La pobreza espiritual convence a algunos de reducir la guerra contra el imperialismo a una destrucción de las reglas de ortografía, si el todes puede ser concebido como un gesto de libertad, en ese camino no estaríamos lejos de considerar al analfabeto absoluto un héroe libertario. Y cómo olvidar a su contracara, un grupo de “liberales” que odia al peronismo y a la religión, como si toda dignidad de los pueblos dañara la imagen perfecta de su idealizado “consumidor”, mundo de ricos sin patria ni bandera, herederos de golpes de Estado y asesinatos que siempre, como ahora, hambrean y endeudan en nombre de la “libertad”.

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