La familia que elegimos

Nos enseñan a creer que no hay nada más importante que la familia, mejor dicho, que la construcción familiar. Y que, todo lo que esté por fuera de los estándares preestablecidos socio-familiares, está mal. Pero no hay un manual para la felicidad

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Nos enseñan a creer que no hay nada más importante que la familia, mejor dicho, que la construcción familiar. Y que, todo lo que esté por fuera de los estándares preestablecidos socio-familiares, está mal. Pero no hay un manual para la felicidad
Nos enseñan a creer que no hay nada más importante que la familia, mejor dicho, que la construcción familiar. Y que, todo lo que esté por fuera de los estándares preestablecidos socio-familiares, está mal. Pero no hay un manual para la felicidad

“Familia” es una palabra que puede tener muchos significados y que, con el pasar del tiempo, entendemos que no se aplica solo a quien “nos toca” sino también a quienes elegimos. De chiquites creemos que lo mejor es tener millones de primes, tíes y abueles. Creemos que lo mejor es que la lista familiar sea interminable y que no alcancen las sillas para el asado sin importar el costo; cantidad por encima de calidad. Como si el hecho de “ser más” significara prosperidad, expansión, vida. Nos enseñan a creer que no hay nada más importante que la familia, mejor dicho, que la construcción familiar. Y que, todo lo que esté por fuera de los estándares preestablecidos socio-familiares, está mal.

Si pensamos a la familia como una institución social y, por lo tanto histórica, podemos entender entonces sus construcciones estructurales que, muchas veces, funcionan como una garantía de bondad, humanidad y moral. Es como si el hecho de tener una familia o, mejor dicho, de ser “una persona de familia”, te hiciera mejor ser humano, o valer más la pena o te diera la pócima de la felicidad garantizada.

La familia como comodín es algo que ya no funciona para les jóvenes de hoy. ¿A qué me refiero con comodín? A la familia como excusa, a la familia como modo de descripción de un individuo; “Es un hombre de bien, está casado hace treinta años con la misma mujer”, “Es una mujer sana, tiene tres hijes y el mismo marido de siempre”.

Para nosotres, el matrimonio, la eternidad de los vínculos y cualquier tipo de formalidad institucional, demostraron no ser ninguna garantía, más bien todo lo contrario. El matrimonio antes funcionaba como un modelo de vida a seguir y como una preservación de la humanidad, la tradición religiosa y hasta económica; la familia era la imagen de la soberanía total. Pero hoy, bajo estas diferentes modalidades que las nuevas generaciones estamos incorporando, la familia deviene en un hecho mucho más espiritual, emocional y subjetivo que institucional.

Hoy en día, les jóvenes militamos la elección de la familia. Nuestres amigues, en muchas ocasiones, pueden sentirse más familia que la mismísima familia biológica. Lo mismo con respecto al núcleo familiar; ¿Quién es la madre? ¿La que te pare o la que te cría? ¿Quién es el padre, el biológico o el que elegís? No es casual que a nuestres mejores amigues les llamemos hermanes.

Tanto el vínculo fraternal como el maternal y paternal, son construcciones sociales y culturales. Finalmente, la sangre es solo un detalle. Claro que, cuando la sangre y la elección conviven, es hermoso y se valora enormemente, pero lo que quiero decir es que ese no es el único modo de tener o formar una familia. A través de la sangre es una de las tantísimas opciones que tenemos para poder llamar a alguien o a varies, familia. Sin embargo, gran parte de la sociedad se empeña en afirmar, de manera exclusiva, que hay un solo modelo familiar y que ese modelo nos define como seres humanos; “la familia es lo que somos y lo que deberíamos ser”...

Por eso es que no me sorprende cómo el debate actual sobre la parentalidad no-normativa que venimos planteando y militando desde hace algunos años sigue siendo invisibilizado en muchos sectores de la sociedad. Ni me sorprende cómo gran parte de la población sigue negando la necesidad de la ILE (Interrupción Legal del Embarazo) y la IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo), como si de ese modo pudieran tener el control poblacional mediante políticas pro-natalistas a costa de todo, una vez más: cantidad por sobre calidad. Como si el hecho de armar una familia, procrear y expandirse fuera el único objetivo que deberíamos tener como personas y ni que hablar como mujeres. ¿Acaso será el miedo a dejar de existir como humanidad? ¿Acaso será el miedo a que se acabe el mundo? ¿O el miedo a la libertad de las personas? ¿El miedo a ser mujeres como algo independiente al ser madres?

No es para nada casual el modo en el que son tratadas las mujeres que deciden no ser madres. La construcción y visión patriarcal de la familia hace que se nos posicione distinto si decidimos no tener hijes. Ni que hablar para las mujeres de treinta y pico de años o cuarenta, o más. Como si en verdad el reloj que las apurase no fuera el biológico sino el social. Como si la presión no fuera propia sino colectiva, ajena y tradicionalista. Pero, por sobre todo, como si fuera un deber. Suponen que porque somos mujeres debemos ser madres, como si eso significase levantar la bandera de la vitalidad. Porque si no tenemos hijes entonces cuando muramos nada tendrá sentido, nadie quedará para recordarle al resto del mundo que alguna vez existimos.

Pero, ¿qué es esta presión anónima que nos oprime? Como dice Michel Foucault en Vigilar y Castigar: “La individualización es en cambio ‘descendente’: a medida que el poder se vuelve más anónimo y más funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar maś fuertemente individualizados”.

Es como si el hecho de no seguir con las normas sociales esperadas nos hiciera descender en vez de ascender, como si fuera que en vez de avanzar, retrocedemos, que en vez de subir de nivel, bajamos (si es que acaso hubieran niveles de algo). A la sociedad le da tanto miedo la individualización del sujeto que juzga a quien no sigue la corriente del armado y de la construcción familiar. Y por eso se niegan las mil y una formas que hay de tener una familia, o muchas familias. Por eso niegan que una madre puede ser madre sin un padre y viceversa. Por eso niegan que el verbo maternar tiene valor aunque no haya un hije salido del vientre porque el hecho de tener uno no significa que estemos obligadas a usarlo para ser madres.

“En definitiva, las instituciones se construyen a partir del régimen de disciplina, como un aparato de regulación social y política, docilizando los cuerpos en pos de un control individualizado y, a nivel macro, social”, sigue Foucault.

No casarnos, no contar con la “familia tipo”, de algún modo, nos margina de la sociedad que espera lo contrario de nosotres, una sociedad que espera la monogamia cómo única forma de ser feliz, la rutina, les hijes. Una sociedad que nos pregunta seguido, muy seguido “¿Y para cuándo el novie?” sin antes preguntar si une quiere estar de novie o no. Una sociedad que da por sentado que queremos estar en pareja en todo momento, que la soltería es un estado transitorio no deseado para alcanzar el objetivo más importante; el amor de nuestras vidas. La expectativa es absoluta, la demanda y la exigencia, también y equivocarnos en el medio nos puede tildar de putas o de mujeriegos. No tener pareja nos vuelve menos dóciles; la mujer que no es madre es etiquetada como rebelde. ¿Hasta cuándo seguirán con esas afirmaciones antiguas y absurdas?

No casarnos, no contar con la “familia tipo”, de algún modo, nos margina de la sociedad que espera lo contrario de nosotres, una sociedad que espera la monogamia cómo única forma de ser feliz, la rutina, les hijes (Getty Images)
No casarnos, no contar con la “familia tipo”, de algún modo, nos margina de la sociedad que espera lo contrario de nosotres, una sociedad que espera la monogamia cómo única forma de ser feliz, la rutina, les hijes (Getty Images)

Les sadres (madres y padres) y amigues de sadres, a menudo se sorprenden cuando une les responde que no quiere estar de novie o que no quiere tener hijes. Es como una respuesta sumamente inesperada que, en general, decepciona y les dibuja en los rostros el arrebato del sueño de ser abueles, de seguir con la familia, con el apellido.

Con esto no quiero decir que todo esto esté mal, PARA NADA. Aguante les que sueñan con armar una familia, aguante les que sueñan con tener mil hijes, nietes, perres, ¡lo que sea! Lo que quiero decir es que no es el único modo de ser feliz. Con esto me refiero a que la felicidad no viene de un manual y que no siempre está sujeta al hecho de ser o no madres. Incluso, aunque una elija ser madre, no significa tampoco que está obligada a ser feliz 24/7 por el hecho de tener hijes.

Es realmente absurdo tener que seguir aclarando este tipo de cosas, me sienta raro escribir estos párrafos que para mí y para mi entorno ya son verdades superadas y entendidas. Pero, de todas maneras, aunque agote aclarar una y mil veces las mismas cosas, creo que es lo mejor.

Como le digo a mis sadres, aquí estoy para explicarles lo que sea necesario para que puedan contribuir en esta lucha de igualdad, para que puedan deconstruirse cada día un poco más y respetar aunque no siempre entiendan, apoyar aunque no siempre estén de acuerdo. Por eso es importante aclarar que: estar soltere no significa ser infeliz, al menos no para algunes de nosotres. Une también puede elegir ese estado y permanecer el tiempo que se le cante sin que eso signifique “estar a la espera de algo”. Así como estar en pareja tampoco significa necesariamente estar para toda la vida, ni casarse, ni tener hijes. Lo importante es entender que puede significar eso, como también puede no significarlo.

En pocas palabras, formemos la familia que deseamos con las personas que queramos y a quienes quieran juzgarnos por eso, mil besitos.

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