Más personas y menos manada

El Gobierno puso en marcha la “Unidad Ciencias del Comportamiento y Políticas Públicas”, una iniciativa que impulsará experiencias concretas de aplicación de conocimiento conductual a las políticas públicas, el desarrollo de metodologías de implementación, métricas e indicadores que permitan desplegar el monitoreo y evaluación de programas

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Ciencias del comportamiento

Bajo los efectos de la pandemia, las ciencias del comportamiento han adquirido una relevancia superlativa. El hecho de usar o no barbijo, de estar dispuesto o no a vacunarse, de tomar medidas de distanciamiento social o respetar las normas prescriptas, son decisiones que las personas toman en el marco de sesgos culturales, de contextos de hábitos, de actitudes psicológicas y de emociones y atajos mentales.

Diseñar, ejecutar y evaluar políticas públicas teniendo en cuenta no sólo los elementos presupuestarios y normativos, sino también la economía del comportamiento de los seres humanos, es la nueva revolución en materia de gestión de Gobierno. La Argentina no puede quedar atrás en su implementación y, por ser un tema clave con sentido de futuro, su impulso está dado de un modo plural y participativo en el marco del Consejo Económico y Social.

Desde que Richard Thaler ganó en 2017 el Premio Nobel, las ciencias conductuales tuvieron un boom de aplicaciones, tanto en la academia como en ámbitos de gobierno. Herramientas de estadísticas, big data y matemática se combinan con saberes de las ciencias sociales, la psicología y las neurociencias para elaborar abordajes multidisciplinarios que contribuyan a comprender decisiones tomadas en contextos de incertidumbre e información imperfecta.

Una gran cantidad de experimentos demostraron que las políticas públicas basadas en ciencias del comportamiento pueden servir para mejorar conductas sociales vinculadas a problemas de salud, como la obesidad o el tabaquismo, a mejorar el desempeño de funcionarios públicos, a reducir la evasión de impuestos, al empoderamiento del consumidor, a disminuir la contaminación ambiental, a consolidar la igualdad de género, la nutrición infantil, las campañas de vacunación, entre otras metas.

En muchos casos, el diseño de políticas incluye “empujones” (del inglés, nudge), pequeños incentivos que pueden inducir cambios de conducta, revertir anomalías, como ocurre con la preferencia excesiva por el status quo. Las emociones, aunque fugaces, pueden tener un efecto duradero y generar rituales o hábitos de largo plazo. Existe un efecto “anclaje”, que condiciona las decisiones futuras a las primeras impresiones no siempre formadas con información completa. Las ciencias del comportamiento buscan, en definitiva, levantar esas anclas, esos sesgos cognitivos.

Los incentivos pueden ser menores. Tal es el caso de mensajes recordatorios enviados en El Líbano con el calendario de vacunación para niños, que incrementaron en 7% la inmunización en la primera infancia. O políticas comunicacionales masivas, como la que condujo en Pakistán a elevar 43% el uso de barbijos durante la pandemia. O la promoción de una App y el reparto de bolsas de reciclado con las que Ecuador logró aumentar 700% el reciclaje de materiales.

También contamos con victorias tempranas en la Argentina, como una mejora en la comunicación con médicos que redujo 11% las prescripciones innecesarias y generó ahorros por 25 millones de pesos anuales en el PAMI. O el proyecto apoyado por el Banco Mundial que en Trelew elevó 14% la separación de residuos con mensajes empáticos sobre la importancia local del reciclaje. Incluso en materia de productividad agropecuaria, información específica brindada por el SENASA incrementó 5% la cantidad de productores adheridos a normas sanitarias sobre tuberculosis bovina.

El caso del PAMI

Con la creación del Behavioural Insights Team (BIT) o Nudge Unit, el Reino Unido fue pionero en la institucionalización del uso de ciencias del comportamiento en ámbitos de gobierno. Hoy una gran cantidad de países tienen programas gubernamentales de ciencias del comportamiento aplicadas a políticas públicas, como Australia, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Holanda, o México, entre muchos otros. Según la OCDE, en el mundo existen al menos 200 entidades públicas aplicando herramientas de ciencias del comportamiento en sus iniciativas.

El caso del Senasa

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció que las ciencias del comportamiento son clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y publicó este año una guía de acción para incorporar conocimientos conductuales a las políticas públicas en temas como el consumo responsable, la reducción de la violencia doméstica, la inclusión financiera o la promoción de la pequeña y mediana empresa. Las herramientas pueden cambiar, pero la meta es siempre la misma: promover conductas que contribuyan a una mejora del bienestar individual y social, fortalecer la protección del medio mediante, e impulsar el desarrollo económico con inclusión social.

El proyecto que el Banco Mundial apoyó en Trelew

A partir de estos antecedentes y de los encuentros mantenidos en el ámbito del Consejo Económico y Social (CES), que fue culminado con un Foro Internacional de alto nivel, el Gobierno argentino puso en marcha la “Unidad Ciencias del Comportamiento y Políticas Públicas”, una iniciativa que impulsará experiencias concretas de aplicación de conocimiento conductual a las políticas públicas, el desarrollo de metodologías de implementación, métricas e indicadores que permitan desplegar el monitoreo y evaluación de programas.

En forma conjunta, también el CES lanzará en los próximos días una primera convocatoria para la presentación de proyectos innovadores para aplicaciones concretas de ciencias del comportamiento a las políticas públicas.

La Unidad de Ciencias del Comportamiento tendrá como objetivo identificar oportunidades que tengan potencial para ser escaladas, implementar de forma pragmática cambios en el sistema de incentivos para mejorar resultados, evaluar los efectos de estas intervenciones, considerar las posibles consecuencias imprevistas o no deseadas de la implementación de políticas y difundir conocimientos sobre las mejores prácticas.

Acompañaron la presentación junto al Presidente Alberto Fernández, reconocidos expertos nacionales, la Red de Expertos en Ciencias del Comportamiento (con más de 150 académicos argentinos), hacedores de políticas de los tres niveles de gobierno, académicos y miembros de la sociedad civil. Entre los especialistas internacionales contamos con la presencia de David Halpern, Director del BIT del Reino Unido, y Cass Sunstein, profesor de Harvard y asesor del Presidente Joseph Biden.

En su libro “#República. Democracia dividida en la era de las redes sociales”, Sunstein cuenta que el 5% de los estadounidenses se negaba a que sus hijos e hijas se casaran con parejas de diferente preferencia política en 1960. Esa cifra supera en la actualidad el 40%. El fenómeno de la polarización lo atribuye en parte a las redes sociales, herramientas útiles en muchos sentidos, que también pueden estimular el vínculo encapsulado entre personas con creencias idénticas, en ocasiones en detrimento de la pluralidad y la tolerancia. Conductas irresponsables y anónimas pueden multiplicar mensajes de odio, bullying y agresiones mediáticas, causando daños irreparables, sociedades más conflictivas y democracias más frágiles.

Las burbujas financieras, que tanto daño social ocasionan, son producto de percepciones equivocadas y de comportamientos de manada, conductas que juzgan poco probable que muchas personas se equivoquen en simultáneo, siendo, sin embargo, episodios de cierta frecuencia.

Las políticas basadas en ciencias del comportamiento incentivan conductas que son aceptadas socialmente, como el cuidado de la salud o el pago de impuestos, pero también desincentivan las opuestas.

Surgen así dilemas sobre la elección de esas prioridades, sobre la dirección deseada de las conductas sociales. De allí la necesidad de que las decisiones se realicen en un marco de consenso, como promueve el CES, con inteligencia colectiva y transparencia de información, sobre temas que gozan de amplios acuerdos, manteniendo la libertad de elección. Para obtener resultados de largo alcance, la transparencia debe ser un pilar fundamental. Las iniciativas no pueden basarse en el ocultamiento o el engaño.

Se trata, en definitiva, de intentar enderezar el árbol del desarrollo, de frenar la inercia de conductas perjudiciales para la sociedad y para el medio ambiente, al tiempo que multiplicamos la ejemplaridad, encendemos los motores de fraternidad, de solidaridad, de responsabilidad civil con los estímulos apropiados, fomentando la cohesión social, la empatía, el respeto intergeneracional. También el cuidado del otro. Todas conductas que hoy necesitamos más que nunca.

Se trata de desplegar la mejor ciencia para la mejor política pública con rostro humano. La opción es muy simple: más personas y menos manada; más comunidad organizada y menos ley de la selva.