30 años del Mercosur: la construcción de un sistema de integración regional

El Tratado de Asunción permitió revertir las tendencias aislacionistas que a menudo anidan en parte de nuestra dirigencia

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Los presidentes Fernando Collor, de Brasil; Andrés Rodríguez, de Paraguay; Carlos Menem, de Argentina, y Luis Alberto Lacalle, de Uruguay, durante la firma del Tratado de Asunción, con el cual se fundó oficialmente el Mercosur, el 26 de marzo de 1991 (EFE/Mercosur)

El 26 de marzo de 1991, los presidentes Carlos Menem (Argentina), Fernando Collor de Melo (Brasil), Andrés Rodríguez (Paraguay) y Luis Lacalle Herrera (Uruguay) firmaron en la capital paraguaya el Tratado de Asunción que dio nacimiento al Mercosur.

La consolidación del Mercosur alcanzada hace exactamente treinta años fue el resultado de esfuerzos diplomáticos en nuestra región que permitieron revertir las tendencias aislacionistas que a menudo anidan en parte de nuestra dirigencia, al tiempo que lograron reemplazar una política basada en hipótesis de conflicto por una fundada en esquemas de cooperación.

Tal vez los comienzos de este devenir pueden encontrarse a comienzos del siglo XX, cuando el legendario Barón de Río Branco -canciller brasileño entre 1902 y 1912- lanzó la iniciativa del ABC entre Argentina, Chile y Brasil. El pacto del ABC -firmado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1915- se constituyó en lo fundamental en un sistema de resolución de controversias. Rosendo Fraga explicó años más tarde durante una conferencia en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI) que el pacto era, en lo esencial, “una respuesta al comienzo de la Primera Guerra Mundial” y su propósito fundamental era “evitar” un conflicto de tales características. Fraga analizó que la vocación de acuerdo con los vecinos era el resultado de un proceso evolutivo iniciado a fines del siglo XIX durante el segundo mandato presidencial del general Julio A. Roca. Aquel período había marcado el inicio de la diplomacia presidencial con los primeros viajes internacionales de un jefe de Estado argentino, concretados en las visitas de Estado de Roca a Brasil y Chile.

Tres décadas más tarde, esa vocación sería retomada por el general Juan D. Perón cuando, en su segundo mandato presidencial, hizo intentos diplomáticos por revivir esa iniciativa. En febrero de 1953 Perón viajó a Chile, donde firmó acuerdos con su par Carlos Ibáñez del Campo, al tiempo que mantuvo una intensa correspondencia con el presidente del Brasil Getulio Vargas, aunque nunca se reunieron personalmente. Los esfuerzos de integración regional, sin embargo, no lograron concretarse. En buena medida, por la oposición de las autoridades de los Estados Unidos -pese a que el “nuevo ABC” de Perón fue lanzado en el mismo momento en que la Argentina buscaba una relación más madura y estable con Washington- y por la persistencia de desconfianzas cruzadas entre los gobiernos de la región.

Los presidentes celebran la firma del Tratado de Asunción en la capital paraguaya (EFE/Mercosur)

En su obra “De Chapultepec al Beagle” (1985) el embajador Juan Archibaldo Lanús escribió que Perón “se orientó sobre todo hacia los países limítrofes y el Perú, con los cuales el designio de la política argentina era formar una gran unión política y aduanera”, pero que entre los factores que redujeron el éxito de esta política debe señalarse “como hecho fundamental la negativa del presidente Getulio Vargas a mantener sus promesas de unirse al gran proyecto”. Lanús advirtió que la política peronista de entonces “no debe interpretarse como un intento de formar una coalición antinorteamericana -como varias críticas lo sugirieron- ni como un propósito de intervenir en los asuntos internos de los países vecinos, como a veces se sospechó”.

Un nuevo impulso al proceso de acercamiento con los vecinos tuvo lugar durante el gobierno del presidente Arturo Frondizi. El 20-21 de abril de 1961 se produjo la cumbre entre Frondizi y su par brasileño Janio Quadros, en la localidad de Uruguayana, en el Estado de Río Grande do Sul, en la frontera con la ciudad correntina de Paso de los Libres, de la cual era oriundo el propio presidente argentino. Expertos en la materia coinciden en que la reunión marcó un hito en la historia de la integración entre las que eran entonces las dos naciones más importantes de Sudamérica, y que el “espíritu de Uruguayana” se mantendría vigente hasta ser llevado a la práctica 20 o 30 años más tarde.

En los años que siguieron ambos países sufrirían una interminable sucesión de gobiernos de facto, que en gran medida impidieron la evolución del proceso de integración toda vez que insistieron en la persistencia de las hipótesis de conflicto y fomentaron el clima de desconfianza entre las naciones sudamericanas. En 1983 la Argentina recuperó la democracia y dos años más tarde Brasil y Uruguay hicieron lo propio. En Paraguay la eterna dictadura del general Alfredo Stroessner llegó a su fin en 1989.

Un punto decisivo tuvo lugar el 30 de noviembre de 1985 cuando los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney protagonizaron la histórica reunión en Foz de Iguazú, que sería el puntapié inicial a la integración regional y al Mercosur. Fue el gobierno justicialista de Carlos Menem el que retomó esa política hasta perfeccionarla con la firma del Tratado de Asunción que hoy celebramos.

La Argentina enfrenta el imperativo de intensificar las energías por alcanzar acuerdos regionales ante diferentes desafíos que conforman el escenario global

En las últimas tres décadas y media, la construcción de un sistema de integración regional con nuestros vecinos constituye una de las pocas políticas de Estado continuadas desde el inicio de la democracia argentina en 1983. En estos treinta años hemos tenido avances, frenos y retrocesos en el proceso de consolidación del bloque regional. Importantes avances se lograron con la firma del Protocolo de Ouro Preto (1994), con la Declaración de Ushuaia (1998) y con la adopción de la Carta Democrática del Mercosur (2001). Pero todavía persisten grandes asignaturas pendientes que mantengan la vigencia del Mercosur, al tiempo que algunas iniciativas de formación de organismos y alianzas regionales paralelas terminaron dañando la solidez del bloque.

Vivimos en un mundo cada vez más interconectado, en el que -para bien y para mal- los hechos en un punto del planeta repercuten casi inevitablemente en todos los rincones de la Tierra. Frente a esa realidad, un país de escala media como la Argentina enfrenta el imperativo de intensificar las energías por alcanzar acuerdos regionales de cara a los desafíos ambientales, sanitarios, de tránsito de personas y bienes y frente a las nuevas amenazas en materia de cyberseguridad, terrorismo o ante las crecientes pujas entre potencias que conforman el escenario global en las presentes circunstancias históricas.

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