Poner a nuestra tierra de pie

Nuestro país necesita que lo hagamos caminar otra vez. Una caminata de altura espiritual, compromiso social, responsabilidad política, diálogo, acuerdos y proyectos a largo plazo, por una caminata larga, que la pongan de pie, en camino

Compartir
Compartir articulo
Personas que habitan en las calles en la ciudad de Buenos Aires (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)
Personas que habitan en las calles en la ciudad de Buenos Aires (EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)

Eduardo Galeano tiene una hermosa manera de describir una utopía: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces, para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Sin embargo, muchas veces el horizonte se aleja no porque caminemos hacia él, sino por las cosas que nos sujetan y no nos dejan avanzar. El sueño, el proyecto, la vida o el mañana que aspiramos se escapa, mientras quedamos atrapados en algún ayer.

El patriarca Abraham es considerado como el fundador de la civilización monoteísta. Más de la mitad de la humanidad lo considera su padre espiritual. Como no podía ser de otra manera, la aparición de Abraham en escena en el texto bíblico se encuentra en el marco de una caminata. Dios se le aparece y le dice: “Lej Lejá – Vete para ti, de tu tierra y de donde naciste y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré”. Tanto detalle casi repetitivo del lugar de partida, quizá nos sugiera que para llegar a algún lugar es importante aprender a abandonar primero varios otros lugares.

Los sabios nos enseñan de este versículo que “la tierra” simboliza la dimensión material. La primera salida es de aquellas circunstancias que no nos permiten avanzar por estar atrapados en una perspectiva material. Anclados en una visión de lo económico, o en el temor a perder prestigio, o a no pertenecer a algún circulo, o incluso atados a alguna persona que impide nuestro crecimiento por un vínculo meramente material. El primer lugar del que debemos partir es del que nos ata a aquello que vemos sólo con los ojos.

“Y de donde naciste” representa nuestros hábitos. Acciones que tenemos internalizadas como parte de nuestra forma de ser. La aceptación a lo que ya estamos simplemente acostumbrados por la rutina. Aquello que cargamos de manera casi inconsciente y que percibimos como si fuera parte de nuestra genética. “El tiempo y los años, me hicieron así”. El siguiente lugar del que debemos liberarnos es del ancla emocional que domina a nuestra razón.

Por último, “y de la casa de tu padre” representa los mandatos. Está relacionado al mundo de pre-juicios, y pre-concepciones que llevamos en nuestra mente. Ideas de ayer que condicionan cualquier decisión del hoy. Ideas y conceptos no necesariamente propios, sino instalados en nosotros y que condicionan nuestra libre elección. El último lugar del que debemos partir, es de los pensamientos que frenan nuestras propias ideas.

Instintivamente nos aferramos a la dimensión material que nos rodea. Emocionalmente nos vemos conquistados por hábitos y costumbres. Racionalmente permanecemos atados a creencias, mandatos y pensamientos que no necesariamente hablan de quienes somos. Los maestros de la Cabalá nos enseñan que esos son los tres grados del alma: Nefesh -los instintos más primarios que nos vinculan a la realidad materia-, Ruaj -las emociones que conviven dentro nuestro-, y Neshamá -nuestra capacidad de pensamiento. Encarar cualquier destino exige antes que nada ser nosotros quienes gobernemos el equilibrio de nuestra alma.

El Patriarca Abraham es el ícono de aquel que logra cortar con aquellas preconcepciones primarias, para abrazar la caminata interior hacia su tierra prometida, hacia el horizonte de la propia realización. Sin embargo, apenas llega a la tierra, el viaje no parece lo esperado. El texto dice: “Hubo entonces hambre en la tierra, y descendió Abram a Egipto y vivió allí, porque era grande el hambre en la tierra”.

Enfrentar con altura espiritual el mañana no concede privilegio alguno. Cortar con las ataduras del pasado, no será garantía de futuros asegurados. Lo que más extraña del texto sin embargo, no es necesariamente que el hambre invada esa tierra que era promesa, sino ver a Abraham escapando de ella. Los sabios nos enseñan que para comprender la aparente huida de Abraham, es preciso leer que el “hambre” aparece dos veces en el versículo, pero de manera diferente: hubo hambre en la tierra de Abraham, él se va a Egipto y vive allí, por que el “hambre grande” era el de la tierra de Egipto. Él va a Egipto no por el hambre en su tierra, sino porque en Egipto el hambre era aún mayor.

El primer paso, implica lograr desatarnos de las ligaduras del instinto voraz, las emociones tóxicas y los pensamientos cerrados. El siguiente, encontrar el camino. Quizá el lugar en donde estemos se encuentre árido y desolado del hambre tanto real como espiritual. Acercamos el horizonte, acariciamos con los dedos la utopía, al poner nuestro camino en el camino del que necesita aún más que nosotros, y de nosotros.

Amigos queridos. Amigos todos.

El mundo entero hoy es esa tierra asolada por el hambre. Y nuestra Argentina devastada por la pobreza es donde el hambre se siente más grande y más doloroso. Nuestro país necesita que lo hagamos caminar otra vez. Una caminata de altura espiritual, compromiso social, responsabilidad política, diálogo, acuerdos y proyectos a largo plazo, por una caminata larga, que la pongan de pie, en camino. Liberándonos de las tres dimensiones que dejó atrás el patriarca: dejando a un lado intereses particulares que sólo se miden en egoísmos materiales; superando de una vez sentimientos y emociones de odio que sólo nos alejan entre nosotros; y poniendo nuestro pensamiento y nuestra mente en la tierra que soñamos para el futuro, sin quedarnos aferrados a fracasos varios del siglo pasado.

Si logramos dejar atrás los pasados que nos frenan, podremos caminar hacia ese mañana, que ya llegó y es este hoy.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.