Cuarentena, angustia y miedo: ¿emoción permitida o no?

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El miedo es considerado la emoción primaria de la cual parten las emociones luego encontrarán diferentes espacios y formas de expresarse. La medicina china lo relaciona con el la energía primaria, y otros nos definen como nacidos superando el miedo de la vulnerabilidad absoluta que representa el nacimiento en el cual paulatinamente en el curso de la vida se lograran diferentes etapas de superación de ese miedo que será la maduración y consecuente autonomía. Es decir, el miedo es un hilo conductor presente en toda la existencia y por eso una emoción tan fuerte y constantemente acechando. El miedo más profundo nace en el instante mismo, aún no consciente sea el, del nacimiento, y es la certeza del final, de la muerte. La angustia, esa molesta palabra como muchas emociones incomodan, en realidad se refiere a una forma de ansiedad quizás, miedo dirán otros, pero en la cual los síntomas son vividos muy frecuentemente de manera no solo exclusivamente psíquica sino ese psiquismo llevado a manifestaciones corporales. De hecho, la palabra que en alemán proviene de “angst”, miedo, previamente es derivada de “angustus”, angosto, estrecho, por la sensación de encierro, de opresión que genera.

La sensación, lo físico, y esa persona que al mencionar la angustia muchas veces llevara su mano al pecho a su cuello, refiere a algo que siente, que no puede dominar, y que se acompaña de una variedad de síntomas según cada uno: insomnio, cefaleas, esa sensación de falta de aire, pensamientos amenazadores, en resumen, cada uno se angustia o no según si mismo. Pretender diferenciar una serie de síntomas de la angustia es bastante complejo, aún más cuando la misma se trabaja en diferentes culturas y grupos humanos manifiesta el patrón cultural de cada individuo. Así formas que nos parecen comunes en América Latina, como el “ataque de nervios” (los nervios atacan me decía un catedrático francoparlante), o en Europa la “espasmofilia”, o en Japón el “koro”. Lo real es que la angustia es una forma de manifestar un grado de malestar, de sufrimiento porque no, en el ser humano. En realidad, hoy algo alejado de las clasificaciones internacionales de uso en psiquiatría (DSM) ha quedado ligado más al ataque de pánico con el que a veces se lo relaciona a la ansiedad generalizada. Ha sido un tema mayormente elaborado por el psicoanálisis.

La cuestión sin embargo es que ha pasado en este contexto actual en el cual la ya vieja definición de salud de la OMS de 1948 en la cual no es “solo la ausencia de enfermedad” sino una definición ligada a la integralidad el ser, biológico, psíquico, social, etc. y en la actualidad se encuentra más cercano a una visión más de un ser integrado a su sistema, como no puede sr de otra manera. Es decir, somos parte del ecosistema en el cual, dicho sea al pasar, por ello son tan importantes las cuestiones de medio ambiente, económicas, sociales etc. Salud no es matar a una bacteria, u operar a una persona sino entender a un ser en su integralidad. En general por la conmoción, que nos generan, de allí la palabra emoción (e-movere, hacer nover) que moviliza, nos cuesta aceptarlas o pretendemos manejarlas y muchas veces nos sale mal, en lugar de aceptarlas y tratar de entenderlas.

En épocas de crisis todo lo que es complejo en la estabilidad se vuelve necesariamente más difícil. Este parece ser el caso de aceptar la existencia de emociones, aún más si son molestas, en un episodio como el actual. Ahora muchas veces hay una salida, pero como siempre las salidas fáciles son las menos adecuadas. Es más fácil agredir, o decir y sentir, que alguien que ha triunfado, es un ser criticable (por las más diversas razones) que aceptar la muy molesta envidia, es más fácil agredir, atacar, que aceptar el fracaso y desde ya el miedo, que implica el abandono por parte de otra persona (como vemos en los terribles casos de violencia doméstica). Aceptar las emociones es difícil a veces, pero el rédito es siempre la ampliación de la conciencia, una mayor comprensión. Lam inversión primera rinde dividendos siempre, solo que como decían los oráculos, quizás la respuesta no sea la que buscamos. Es así que de nuevo preferimos ahogar las emociones a conocer la salida de la caverna, La oscuridad al menos es conocida.

En el contexto actual de crisis, de pandemia, de incertidumbre inevitable: ¿es algo que convenga hacer?, o dicho de otra manera más concreta: ¿tenemos siquiera la posibilidad de hacerlo, o solamente es adquirir una deuda que vamos a pagar quizás sin conocer nunca los alcances de la misma?

Es evidente que hemos elegido un modelo de una concepción de la salud, exclusivamente ligado a una concepción de lo médico, pero que aún en su éxito ha dejado de lado en la emergencia diversos aspectos, es decir todos los que no sean el coronavirus y las consecuencias de acción en el organismo. La idea de sujeto aislado ha primado, en un ansia sin duda encomiable pero parcial de priorizar lo urgente, frente a la totalidad o aún a lo importante.

Así la pregunta en este marco es ¿Hay lugar para la angustia?, es decir ¿es algo que existe o como se refirió Winston Chuchill a los soldados que llegaban con el desconocido para la época estrés postraumático (PTSD-TEPT), eran cobardes? La pregunta molestaba en ese momento en que la retórica victoriosa se apoyaba en la legendaria capacidad del pueblo británico para sufrir, mucho, (Sangre, sudor y lágrimas, o solo puedo ofrecer días de mucho dolor diría WC), y ese estoicismo llevaría a la victoria. De hecho, Boris Johnson comento en su primera salida que se prepararan ya que varios de sus seres queridos morirían, eso antes que el mismo y su secretario de salud se enfermaran y no solo decidiera una cuarentena ya si regida por el miedo que le inyectara Niels Ferguson, el jefe del Imperial College, luego atrapado, rompiendo la cuarentena por seguir sus emociones. De allí en más e implementaría un sistema integral en el Reino Unido de cuarentena pero que incluía ya las consecuencias sociales y psicológicas intentando mantener la vida económica y resguardando el sostén emocional y psíquico.

Pero ¿en caso de no aceptar la existencia de las emociones, en razón de la “emergencia”, estas desaparecen, por no reconocerlas? ¿Cuánto tiempo puedo retener y a que costo esas emociones?

En este momento ya pasadas varias semanas vemos en la gente que nos pregunta, o en encuestas que empezamos a pagar el costo, de esta cuenta, el estrés se sostiene hasta cierto punto, inevitablemente, para luego pasar a ser otra cosa. No casualmente el director de salud de Suecia sugirió hacer las cuentas al final.

La molestia ya es evidente en los que se encargan de esto, e indican que conocen la existencia del tema, pero les angustia y prefieren no tratarlo. La banalización, o las soluciones ”como si” (haciendo que hacen) no engañan al sujeto o al sistema, quizás si al discurso, pero no a la realidad, por eso molesta y mucho la pregunta, y es preferible seguir contabilizando infectados y muertos, agregando calamidades potenciales, en la creencia ahí sí que otra emoción el miedo, servirá para contener…al miedo.

Es evidente que esa etapa ya ha pasado y al igual que la moral de las tropas no se puede sostener eternamente, simplemente ajustando las mismas variables, tampoco en este caso se puede seguir negando algo que será menos costoso admitir, pero con honestidad. No es posible, repetir un episodio tan triste como el de Malvinas cuando a los combatientes no se les reconoció un estatus, entre otros el que ocasionara más muertos por suicidio que por el hundimiento del Buque Gral. Belgrano. En la ocasión ha muchos años, me dirían al intentar proponer un protocolo, que “el tema ya está abordado”

¿Se pueden negar los costos reconocidos por la literatura por la experiencia del confinamiento prolongado, de una epidemia?

Los ejemplos y casos ya al igual que el PTSD no son de la literatura sino los que recibimos todos los días.

“Mi hijo vive en, (y allí el lugar del mundo que sea), y no sé si lo volveré a ver, me dicen varios padres o madres. La cuestión de la finitud aparte es utilizada como modo de asegurar el cumplimento del confinamiento, constantemente se nos habla de la muerte. No es necesario saber nada de filósofos existencialistas y quizás menos de Kierkegaard, para entender la naturaleza angustiante de la existencia, ligada a un hecho innegable, moriremos. Los americanos dicen más graciosamente que hay solo dos cosas seguras Death & Taxes. Todos sabemos y nacemos sabiendo eso y progresivamente lo vamos haciendo cada vez más parte de nuestra existencia, y la forma en que hayamos podido hacer ese camino de aceptación de lo inevitable, dará la calidad de nuestra vida. En constante huida y sufrimiento o en paz y aprovechando cada instante del regalo de la vida. Los gladiadores le decían al emperador en roma “Morituri te salutam”, los que van a morir te saludan y en el mismo lugar y tiempo, un esclavo le recodaba a un general en la cúspide de su gloria “Memento Mori”, el final de una expresión que decía “eres solo un hombre recuerda la muerte”, es decir, no era un futuro sino un presente de la condición de la existencia.

Desligar la existencia de la angustia es negar la naturaleza del ser, y lo inevitable es que existimos. Solo los psicópatas no experimentan la angustia, el problema es que la actúan.

Esperemos por el bien de todos que la angustia en sus múltiples manifestaciones, sea tendida, sino por razones humanas al menos de comprensión del paradigma real imperante, o finalmente solo para autoprotección. Una población al límite de sus fuerzas socialmente y psicológicamente no verbaliza o somatiza sus emociones, sino que le hace caso a su etimología se moviliza, y en general no responde allí ya a cualquier designio lógico y menos aún controlable.

El autor es Médico psiquiatra, neurólogo y perito forense

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