Los debates y el arte de generar momentos viralizables

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La semana pasada debatieron los candidatos a jefe de Gobierno porteño (Télam)
La semana pasada debatieron los candidatos a jefe de Gobierno porteño (Télam)

Empieza la temporada de debates previo a las elecciones. En el caso de la presidencial no se puede empezar el análisis sin un dato básico: entre tantas cosas que las PASO han desnaturalizado en la Argentina está el debate. En sistemas políticos normales se llega a un debate sin una elección previa, caso contrario de lo que ocurre en nuestro país. Creo que una conclusión interesante que podría surgir el domingo es la derogación de esa cumbre de la estupidez política que son las PASO y volver al sistema anterior de elecciones internas por partidos. Se ahorraría mucho dinero, no habría cimbronazos económicos por la incertidumbre de una elección que pone a competir a los candidatos que luego deberán competir de nuevo, y el debate sería (como en cualquier lado) para centrarse en las propuestas y no un debate de candidatos con conductas modificadas por un resultado previo.

Los debates en la Argentina empezaron en este formato en 2015, organizado por “Argentina Debate”, y desde 2016 son obligatorios por ley. En mi opinión, este formato que incluye a todos los candidatos y que tiene reglas tan marcadas respecto a la interacción de los aspirantes (por ejemplo, con reglas similares, el anodino debate para jefe de Gobierno de la Ciudad) hace que este intercambio pierda fuerza. Hace poco confirmé mis sospechas viendo el debate por la alcaldía de Barcelona entre Manuel Valls y Ada Colau: un debate entre dos, sentados en una mesa y mirándose a los ojos tiene una tensión y una necesidad de tener respuesta rápida que lo hace mucho más interesante para el espectador.

Un debate es un momento de espectáculo dentro de la política. No puede esperarse que, en una campaña donde el despliegue de ideas es tan limitado y donde los candidatos vienen condicionados por el resultado de las PASO, el debate sea una fantástica exhibición de conceptos.

La silla vacía. El falido debate Menem-Angeloz
La silla vacía. El falido debate Menem-Angeloz

Previo a esta etapa, casi no había debates en Argentina. En general eran programas políticos de TV los que trataban de hacerlo. Recordado fue el intento de debate en la elección Menem-Angeloz en 1989, cuando el radical se presentó y favorito nunca llegó, confirmando la teoría que sostienen algunos acerca de que el va adelante en las encuestas prefiere no debatir. En la elección De la Rúa-Duhalde hubo un intento que no prosperó en las negociaciones por una razón similar. Algunos de los que estábamos en la organización de la campaña creíamos que, aun arriba en las encuestas, a De la Rúa le convenía debatir para intentar agrandar la diferencia y fortalecer la campaña en la provincia de Buenos Aires. Yo ocupaba un rol técnico en esa campaña y los técnicos llevan adelante lo que marca la política. Sin embargo, no hubo acuerdo y no hubo debate y en la elección nacional ganó De la Rúa, pero en la provincia se impuso el PJ.

Cuando sostengo que este tipo de debates son previsibles por el tipo de formato “duro” y por la cantidad de candidatos que participan es porque he visto muchos de otras características que han resultado memorables. Para los que no los han visto les recomiendo un par que se pueden ver en YouTube y que son históricos y por demás interesantes:

El famoso debate Kennedy-Nixon es una prueba cabal de que cuando la imagen que el candidato puede ser determinante. Fue el primer debate que se televisó (antes sólo se escuchaban (transmitían) por radio). Nixon comenzó la elección como favorito y como hombre de estado. Era por entonces el vicepresidente de Eisenhower . Todo parecía indicar una sucesión lógica en el Partido Republicano. Kennedy venía consolidándose y llegó al debate en una condición espectacular: bronceado y seguro. Nixon había tenido un accidente en la rodilla y ese día se la golpeó nuevamente, llegó tarde al estudio y no se maquilló. El resultado fue apabullante: Kennedy tenía una imagen presidencial absoluta y Nixon parecía de malhumor. La particularidad fue que en las encuestas posteriores la gente que lo vio por TV (la mayoría) opinó que JFK había ganado. Los que lo escucharon por radio (muchos menos) opinaron mayoritariamente que Nixon había estado mejor. Hete aquí la extraordinaria potencia de la imagen televisada.

El célebre debate Nixon-Kennedy (Everett/Shutterstock (10287493a))
El célebre debate Nixon-Kennedy (Everett/Shutterstock (10287493a))

Otro absolutamente recomendable es el de la elección Bill Clinton (demócrata), George Bush padre (republicano) y Ross Perot (independiente) en las elecciones USA de 1992. En esas elecciones, Bush dio el puntapié como favorito rotundo: venía de encabezar la coalición que se impuso en la Guerra del Golfo contra Irak, que había invadido y anexado Kuwait. Clinton era gobernador de Arkansas (un estado pequeño) y su campaña fue espectacular porque tuvo que remontar un par de crisis importantes: la primera fue un escándalo con una mujer que declaró que había sido amante de él durante 12 años (gran protagonismo de Hillary Clinton para resolver ese problema ante la opinión pública). El segundo y más delicado políticamente, fue la revelación de maniobras de Clinton para evitar alistarse en el ejército durante su juventud (Guerra de Vietnam).

El debate fue consagratorio para Clinton y lapidario para Bush. Se había decidido un formato con público y un moderador. El público hacía las preguntas. En un momento hubo una pregunta, formulada de manera rara por una joven, que hizo que Bush dudara al principio, dijera que no había entendido la pregunta después y, finalmente, respondiera incómodo y hablando de sí mismo como alguien de la “clase alta”. Clinton se paró de su taburete inmediatamente después de la respuesta fallida de Bush y se acercó a la joven y, mirándola a los ojos, le hizo un discurso sobre la justicia social. Clinton tampoco contestó la pregunta, pero demostró una empatía monumental. Tras eso, la cámara enfoco a Bush mirando el reloj, nervioso. Clinton ganó las elecciones ese día. Así como fue importante la imagen en el caso de Kennedy, aquí la empatía fue definitoria.

Paradójico fue lo de Bush padre, que llegó a presidente venciendo a Michael Dukakis, por entonces el favorito, y perdió la reelección contra Clinton en la que había comenzado como favorito indiscutido. Una campaña bien hecha puede llevar a dar vuelta una elección y una campaña con fallos te puede hacer perder aún cuando seas el favorito. Dicho coloquialmente, el peor pecado en una campaña electoral es dormirse en los laureles.

Paul Begala era uno de los asesores de campaña de Clinton y sostiene algo que yo creo que le puede ser de mucha utilidad a los candidatos argentinos: “Los debates son una serie de momentos; la clave es dominar los momentos, momentos que luego se puedan repetir en televisión y en redes sociales hasta el hartazgo". El resto es relleno.

El candidato que domine la alquimia de producir momentos que luego se repitan durante los días siguientes será el que le saque provecho al debate. Imagen, nuevas ideas, empatía, factor sorpresa. De todo eso se trata. Veremos qué sale.