Tiempos sagrados

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Escribió Jorge Luis Borges: "El tiempo es la materia de la que he sido creado". Somos los tiempos que vivimos. Pero no solo la dimensión biológica de la cantidad de tiempo que hemos vivido, sino en la calidad, las formas y la belleza que le supimos entregar a esos tiempos. Esa es la materia con la que hemos sido creados.

Por un lado, somos seres que estamos atrapados en la dimensión cíclica del tiempo de la naturaleza, en la sucesión inagotable de días y noches, de otoños y primaveras, que se repiten en la eternidad. Y a la vez, también nos sometemos a la continuidad del tiempo lineal de la historia, en el pasaje sin freno de las semanas, los meses y los años, los que se escapan de las manos para no volver.

Nos ofrecen a cambio una oportunidad a descubrir: transformarnos en hacedores de tiempos sagrados. El tiempo sagrado exige un trabajo íntimo del espíritu. Exige generar el espacio sagrado, y la conexión con las almas con las que quedar atados en ese tiempo. Crear ese tiempo que será recuerdo sagrado a volver a vivir.

Dice William Faulkner, Nobel de Literatura: "Los relojes matan el tiempo. El tiempo está muerto siempre que esté siendo marcado por las pequeñas ruedas; solo cuando el reloj se detiene el tiempo viene a la vida."

Para generar un tiempo sagrado, la clave es sacarnos el reloj de encima.

Acabo de regresar de un viaje muy especial, soñado, a Israel. El corazón del viaje era la celebración junto a toda la familia del Bar Mitzvá de mi hijo Shai; ceremonia que marca el inicio de la madurez y la responsabilidad frente a la comunidad de nuestros hijos a los 13 años.

Apenas llegados a Tel Aviv, decidimos visitar el museo del Palma´j, una de las agrupaciones de jóvenes del Israel previo a la creación del Estado en 1948. Esta agrupación fue una unidad de élite integrada a la Haganá, el ejército no oficial de la comunidad judía durante el Mandato Británico de Palestina. Entre sus líderes estuvieron nada menos que Moshe Dayan, Yigal Alón y el futuro primer ministro Itzjak Rabin.

El Palma´j influyó significativamente en la sociedad israelí, mucho más allá de su contribución militar. Sus miembros formaron la columna vertebral del alto mando de las Fuerzas de Defensa de Israel a partir de la independencia del Estado, como así también aportó prominentes personajes de la política israelí, la literatura y la cultura.

Todo comienza en 1941, en mitad de la Segunda Guerra Mundial, momento de mayor apogeo del régimen nazi. Ante el sistemático y triunfal avance alemán en Europa, los británicos proponen a los pobladores judíos que se armen, entrenen y formen un pequeño ejército en caso de que las fuerzas nazis llegaran hasta lo que era en aquel tiempo el Mandato Británico de Palestina.

Y así fue. Por primera vez, desde la revuelta de Bar Kojba contra Roma, en el año 136 de esta era, un judío volvía a empuñar un arma, para defenderse y defender su tierra.

En 1945 termina la guerra. Los nazis nunca llegaron a la tierra de Israel. Los británicos entonces ordenan al Palma´j desarmarse inmediatamente. Pero eso nunca sucedió. Pasaron a la clandestinidad y se refugiaron en los kibutzim, haciendo las veces de agricultores por la mañana, mientras seguían entrenándose por la noche. Ya no solo para defenderse de los constantes ataques de las poblaciones árabes, sino también de los mismos británicos. Al terminar la guerra, los sobrevivientes de los campos de concentración no eran admitidos por ningún país del mundo. Ni siquiera en el Protectorado Británico de Palestina. Barcos repletos de refugiados judíos que llegaban esqueléticos eran devueltos a la misma nada. Es allí, en el rescate de los sobrevivientes de la guerra y de las comunidades judías en peligro, donde el Palma´j despliega su tarea de ayudarlos a volver a la Tierra Prometida.

En la galería de fotos del Museo del Palma'j nos encontramos con un hombre mayor de sonrisa enorme. Había álbumes y fotos de aquellas décadas, todo en blanco y negro, con rostros jóvenes entusiasmados por construir, fundar y defender un Estado. El Israel de aquella época, todo desierto, solo aridez y arbustos. El contraste con la potencia, la belleza y el crecimiento constante del Israel en colores de hoy resultaba asombroso.

El hombre nos preguntó de dónde éramos, y al vernos recién llegados nos propuso enseñarnos algunas fotos. De pronto sacó un gran álbum y nos dijo: "Miren esta foto. La de este muchacho. Aquí. Ese fue el soldado más joven que se enroló en el Palma´j". La foto agrietada por el tiempo nos devolvía la imagen de prácticamente un niño. De tez oscura y con un extraño turbante árabe. Al pie figuraba su nombre: Shaul Sapir.

Nos dijo: "Shaul tenía apenas trece años y medio. No lo querían admitir por la edad, pero habiendo perdido a toda su familia en Siria, él se había salvado y deseaba ser parte de todo eso que estaba pasando. De ese grupo que prometía un ideal. Un lugar seguro para los judíos de cualquier lado. Entonces lo aceptaron". El hombre de la sonrisa amplia continuó: "Este joven empezó lentamente a ganar lugar en el Palma´j. Al venir de familia sefaradí, además del tono de su piel, hablaba un muy buen árabe, y tenía una tonada exquisita".

Mientras contaba la historia, las fotos en blanco y negro empezaban a tomar color. Un nombre, un recorrido, un sueño, una emoción… y la foto de pronto comienza a cobrar vida. "Lo tenía tan perfecto el idioma que decidieron que fuera uno de los jóvenes que irían de incógnito a Egipto, a Jordania, a Siria, a ayudar a rescatar comunidades judías que estaban en peligro, para traerlos a Israel. Cuando Ben Gurión declaró la independencia, en el 48, todos los países árabes limítrofes, unos 300 millones de habitantes, declararon la guerra a Israel. Aquí no llegábamos al millón de judíos. Ganar esa guerra fue un milagro. Shaul peleó esa guerra. La que nos dio nuestro país".

Se lo veía emocionado. El relato nos iba atrapando, y su voz quebrada por el orgullo y los recuerdos lo hacía aún más épico. De pronto un silencio. Respiró profundo y soltó: "Les voy a decir algo. Shaul Sapir… soy yo". Fue tan emocionante. Tan fuerte. El guardián de las fotos era uno de los héroes de las fotos.

Le conté que estábamos en Israel por nuestro hijo Shai. Que justamente tiene la edad que Shaul tenía cuando se enroló en el Palma´j. Que este joven de 13 años cruzó 10 mil km de distancia para tener un tiempo sagrado en un lugar sagrado. Aquel joven de 13 años tenía una ideología, algo por lo que vivir, un sueño por el que luchar, la convicción de estar atravesado por una idea. Gracias a lo que él había hecho en el ayer mi hijo hoy podía recrear ese compromiso. Ese amor a esa idea.

Generar un tiempo sagrado, a partir de esos lazos invisibles y tan poderosos entre almas. Eran 80 años lo que distanciaban a esos dos jóvenes de 13 años. Pero un mismo amor. Una misma alma y un mismo mensaje.

"Venafshó Kshura benafshó", "Y su alma estaba atada a su alma". Hay almas que están atadas a otras almas. A veces creemos que las cosas pasan por casualidad. Pero quizá ese momento y ese alma simplemente están esperándote justamente allí para que suceda. Se trata entonces de ser buscadores de esos espacios sagrados. Para que las cosas sucedan, para que la vida no sea apenas la sucesión del tiempo. Generar tiempos sagrados que muevan emociones, que movilicen pensamientos, que hagan caminar ideologías profundas, y que nos lleven a edificar el proyecto común que nos une al ser almas enlazadas.

Porque estamos llamados a ser generadores de tiempos sagrados. La materia de lo que hemos sido creados.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.