El radicalismo ante el desafío de construir poder

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El historiador griego Timeo de Tauromenio se refirió a la complejidad del arte de gobernar a través del clásico relato sobre la espada de Damocles. La metáfora de la espada pendiendo de un fino hilo sobre la cabeza del soberano, retomada por Cicerón durante el Imperio romano, es una alerta sobre los inminentes peligros que entraña el ejercicio del poder, siempre a merced de un inesperado y hasta trágico desenlace.

Para sortear estos peligros, el arte de gobernar demanda mucho más que ejercicio del poder, en tanto requiere del manejo de diversas habilidades políticas, entre las que está la capacidad de reafirmar, recrear y reforzar cotidianamente los lazos políticos que permitieron alcanzar la legitimidad de origen.

Ello, en el marco de una fuerza que, con todos los matices, se presenta como una coalición de partidos, remite necesariamente al análisis de las relaciones entre los socios que integran dicho espacio.

Mientras el vínculo entre el presidente Mauricio Macri y Elisa Carrió se caracteriza por una fuerte impronta personal, en el caso del radicalismo la relación se complejiza en función de la estructura institucional y el desarrollo territorial del centenario partido.

Tras haber sido uno de los pilares fundamentales para la articulación de Cambiemos en 2015 y el posterior triunfo electoral de Macri, el radicalismo enfrenta el desafío de reposicionarse al interior de dicho espacio como un actor protagónico. Para un partido que por momentos se ha sentido excluido de la toma de decisiones cruciales del gobierno nacional, las elecciones provinciales de 2019 aparecen como una oportunidad única en el camino de la construcción de poder.

La UCR, un socio necesario de Macri

En 2015, Cambiemos logró conjugar tres elementos que, sin duda, coadyuvaron al triunfo electoral de Mauricio Macri. En primer lugar, logró instalar con fuerza, fundamentalmente de la mano del PRO, la idea del cambio a través de una pretendida nueva política. Un posicionamiento que se reforzaba con el antecedente de su gobierno en la Ciudad de Buenos Aires (2011-2015), que permitía dar cuenta de su capacidad de gobernar y que, de la mano de la hiperexposición mediática que ofrece la capital, se convertía en una suerte de gran vidriera nacional.

En segundo lugar, la alianza estratégica con la Coalición Cívica, lo que equivale a decir Elisa Carrió, buscaba dotar al incipiente espacio de un halo de honestidad y transparencia, y presentar la contienda electoral en términos de una cruzada anticorrupción.

En tercer lugar, la integración de la Unión Cívica Radical (UCR) de la mano de Ernesto Sanz le confería al espacio un desarrollo territorial y una institucionalidad partidaria que ni el PRO ni la Coalición Civíca tenían.

Sin caer en el determinismo de pensar que el triunfo electoral puede explicarse por un factor único o un elemento aislado, lo cierto es que, como mínimo, puede afirmarse que sin el radicalismo no hubiese existido Cambiemos. Con la decisión adoptada en la Convencion de Gualeguaychú, en marzo de 2015, el centenario partido le garantizó a Macri una presencia institucional y un desarrollo organizacional a lo largo y ancho del vasto territorio nacional, el octavo más extenso del mundo, que se plasmó en el aporte de dirigentes con inserción local, fiscales, movilización electoral, militancia, entre otros elementos fundamentales a la hora de encarar una elección presidencial.

Quien cree que las elecciones se definieron en 2015 o se definen hoy solo con redes sociales, no entenderá el rol que jugó la UCR en aquella campaña y estará asomándose peligrosamente a la cornisa de la derrota electoral.

La estrategia de Carrió: un aprendizaje para los radicales

Dentro del universo de lo impredecible que puede afectar a un gobierno, como las crisis internacionales o las catástrofes naturales, Cambiemos cuenta con un factor adicional llamado Lilita Carrió. Es conocido el capital simbólico que le aportó ella al armado electoral de Macri, y tiene que ver con la propia imagen que la chaqueña logró consolidar durante la mayor parte de su carrera política: una suerte de fiscal anticorrupción.

Ahora bien, el riesgo de dicha alianza también era por todos conocido, y radicaba en que progresivamente Carrió comenzase a poner el foco hacia adentro de Cambiemos procurando, de alguna forma, ser el árbitro que fije el estándar ético del espacio. Algo que, finalmente, está ocurriendo.

Lo cierto es que, más allá de las especulaciones en torno a si busca oxigenar o destruir Cambiemos, los medios son el ágora donde ella concibe su posicionamiento público. Es allí donde logra, como desde hace 24 años, potenciar su protagonismo político y desplegar su estrategia al interior de Cambiemos: incomodar para ser tenida en cuenta.

Es cierto que no todos los socios en un espacio político pueden asumir los mismos roles, y menos si inyectan dosis de inestabilidad en el espacio. Pero Carrió entendió que, para ser respetada y consultada, es imprescindible generar contrapesos. El suyo es la denuncia.

El radicalismo tiene el desafío de trabajar en un posicionamiento más activo dentro de Cambiemos. Más allá de las recurrentes críticas que esgrimen dirigentes y afiliados radicales para referirse a la relación de Macri, que van desde el destrato hasta la indiferencia, varios de los máximos referentes partidarios han comenzado a tomar conciencia de que su rol dentro de este espacio no es el de acompañar y aportar a la estabilidad institucional cuando la Casa Rosada tambalea ante un nuevo "error no forzado", sino el de ser un actor decisivo en el gobierno. Ello implica necesariamente discutir poder, sobre todo donde el radicalismo es más fuerte: las provincias.

Construir poder desde el territorio

El desdoblamiento del calendario electoral que comenzó a deslizarse como una posibilidad al promediar el presente año es ya una realidad en muchas provincias. Lo paradójico es que, lo que era un anhelo de los gobernadores opositores tras el gran resultado obtenido por Cambiemos en las legislativas de 2017, hoy, con encuestas arrojando magros números para el Presidente, es la opción preferida de los gobernadores y los candidatos oficialistas en la búsqueda de evitar el potencial efecto arrastre negativo.

Si bien a priori podría pensarse que esta estrategia perjudicaría el proyecto reeleccionista de Macri al privarlo del empuje de referentes locales de peso, lo cierto es que, asegurando triunfos locales, el espacio de Cambiemos resultaría fortalecido de cara a las presidenciales. Este es, quizás, uno de los desafíos más importantes para los candidatos radicales que aspiran a ganar gobernaciones e intendencias: convencer a Macri de que, en lugar de promover candidaturas propias, en muchos casos poco instaladas, es más beneficioso para su proyecto reeleccionista apoyar a los radicales que tienen chances de ganar en sus campañas locales.

En la actualidad, el radicalismo gobierna en tres provincias: Jujuy (Gerardo Morales), Corrientes (Gustavo Valdés) y Mendoza (Alfredo Cornejo). Sin embargo, la perspectiva para el año próximo resulta auspiciosa. Entre las provincias que podrían sumar un gobernador radical están Santa Cruz, otrora bastión del kirchnerismo, donde Eduardo Costa se erige como el opositor con mayor perspectivas; Formosa, donde el senador Luis Naidenoff tiene aspiraciones de poner fin a los 24 años consecutivos de gobierno de Gildo Insfrán; La Pampa, donde el senador Juan Carlos Marino encabeza las encuestas ante un peronismo fragmentado; Entre Ríos, donde Atilio Benedetti condesa importantes apoyos; y La Rioja, donde el triunfo en las legislativas de 2017 posicionó a Julio Martínez de cara al 2019. A ellas podría sumarse Córdoba si Ramón Mestre y Mario Negri lograran dejar mezquindades y diferencias de lado para privilegiar las oportunidades que ofrece el escenario de un distrito clave para el triunfo de Macri.

Tampoco debería soslayarse la figura de Martín Lousteau, a quien analistas de la coyuntura ven potencialmente con chances de jugar electoralmente en varios planos. Lo cierto es que, más allá de las especulaciones que hasta incluyen su potencial candidatura presidencial en nombre del radicalismo, su ya consolidado posicionamiento en la Ciudad se potencia de la mano del sello Cambiemos, convirtiéndose en un rival interno a temer para Horacio Rodríguez Larreta.

En este escenario, el desafío común que tiene la UCR en el territorio es lograr cristalizar la unidad partidaria para potenciar las posibilidades de que un radical sea quien encabece las listas de Cambiemos.

Para el Gobierno nacional las perspectivas de ganar en primera vuelta son parte del pasado. Hoy la posibilidad de apoyarse en triunfos locales para aspirar a una campaña nacional exitosa parece ser una movida inteligente que los estrategas del Presidente deberían contemplar.

Como en 2015, el radicalismo vuelve a ser imprescindible en 2019 para el futuro electoral de Cambiemos. El interregno entre 2015 y 2019 puede ser el de cuatro años de aprendizaje para el partido centenario: posicionarse dentro del espacio de gobierno y hacer valer su liderazgo es una tarea que depende solo de ellos.

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