El Gobierno sigue culpando al peronismo de su fracaso

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Hace años, caminando con Jack Fuchs, un sobreviviente del holocausto, me dijo: "Suele ignorarse que el dolor paraliza, necesité que pasaran cincuenta años de aquel horror para poder escribir sobre él". Aquella tragedia le había enseñado esa verdad, "el dolor paraliza". Y a veces también se banaliza el mal, se convoca a lo peor de los crímenes para juzgar algunos odios pasajeros.

La sensación de fracaso volvió a imponerse a la esperanza. Entre el dólar y los cuadernos supieron arrastrar las distintas alternativas de la grieta. Casi nadie ya cree en la vigencia de lo que está, la pregunta angustiada y sin respuesta se impone con la curiosidad que acompaña a la angustia: "¿Y ahora qué viene?". La inexistencia de alternativas termina siendo el único sostén de este triste presente. En la hondonada que habitamos es difícil, casi imposible, vislumbrar el futuro. Final de ciclo a toda orquesta. Los cuadernos dejaron a sus creyentes y seguidores sin espacio para la fe con dignidad. Ya el aplauso solo puede ser acompañado por la ceguera de la necedad. Si hubo mística, que la hubo, solo habitaba en el lugar equivocado. Creer era a contramano de robar, pero no era una fe con errores, sino tan solo una corrupción con seguidores extraviados.

Y los otros, los que venían a remediar el mal, esos casi tropezaron con una mala mezcla de soberbia e impericia; uno imaginaba que ignoraban la política mientras dominaban la economía. Fue peor a lo esperado, odiaban a la política y ni siquiera sabían de qué se trataba la economía. En el 66, el golpe de Onganía supo decir que "eran lo nuevo" como dice con humor la zamba "casas más casas menos igualito a mi Santiago". Siempre la misma tontería, la expresión del lugar común que define con claridad la mediocridad de quien lo expresa, "somos distintos", "somos lo nuevo". Una caterva de fundadores, de adanes, de primer hombre, de salvadores de la patria; un cóctel siempre acompañado de una borrachera de miseria. Y cuando dicen "setenta años", dejan sentado que para ellos lo dañino es el voto popular.

La política, la de verdad, propone el rumbo que debe transitar una sociedad para arribar a un destino colectivo exitoso. Luego vienen los economistas, esos que amoldan los recursos a la coyuntura y en esta triste modernidad se suman los encuestadores, aquellos que les preguntan a los ciudadanos dónde imaginan que los debe llevar aquel que asumió prometiendo guiar a mejores tierras y ahora parece haberse extraviado.

Los cuadernos delataron al empresariado, esto viene de lejos, el kirchnerismo cerca estuvo de institucionalizar la corrupción. Y lo importante, la ley puede encarcelar a estos poderosos empresarios que aparecían como intocables. Es muy trascendente que los ricos deban obedecer a la ley. Es novedoso y permite soñar con una nueva sociedad sin necesidad de hacer una revolución.

Los que se fueron habían inventado un pasado donde ellos eran los héroes y el resto, los verdugos. Deformaron tanto la memoria que los que ponían la bomba terminaban siendo los que rescataban al amenazado. Estos inventan que no hay pasado, no lo deforman, tampoco lo asumen, porque ni siquiera lo conocen. Lo mismo que a la realidad, tan solo la niegan.

Toda sociedad humana tiene halcones y palomas. La grieta es una incubadora de guerreros y sectarios de ambos bandos, los cuadernos acallaron la mayoría de un lado y el dólar dejó en silencio a multitudes oficialistas. Y solo resisten los duros, los fanáticos, los necios, los convencidos de que el enemigo justifica todo, pero apenas son su contracara, los que imaginan ser el bien únicamente por estar contra un "supuesto mal" y que la virtud son solo ellos.

Alguna vez compartí trinchera contra Cristina con muchos que ahora escucho y me incluyen en su ataque al populismo y al peronismo, un enemigo contra el que Ellos necesitan luchar. Son muchos los que en medio del fracaso se ocupan de dibujar la estrategia del odio para la próxima batalla. Están muy enojados, el fracaso tiene esas complicaciones; cuando no hay grandeza para asumirlo, se viene la paranoia, alcanza con culpar a los demás.

El fracaso del Gobierno es demasiado estrepitoso para que estos muchachos no se enojen con el peronismo. Si hubieran sido exitosos, en una de esas soñaban con superarlo. Los errores —cuando graves— obligan a negar, olvidar o culpar al otro. El resultado está a la vista.

Acusan al peronismo y al populismo, hablan de setenta años, empobrecen a los necesitados; no dejan lugar a duda de que lo que más les molesta es la democracia.