Francisco y Trump: ¿humo blanco en el Vaticano?

Ambos son hábiles políticos antisistémicos que están tratando de cambiar y reformar las instituciones que dirigen, aunque representen tradiciones muy diferentes

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"Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" decía Jesús en relación con el pago de impuestos al emperador romano. Este fue una especie de punto de partida, una línea divisoria en la relación entre las dos principales esferas de poder: el dominante hegemónico en la Tierra y el espiritual en el cielo. Desde el principio esta vinculación no ha sido fácil. Han existido muchas tensiones y problemas entre el emperador y el pontífice máximo. Desde el Imperio romano en adelante, siempre hubo tensiones entre la "realpolitik" del comandante en jefe y el papel del papado como un faro que le indica a la humanidad dónde se encuentran los riscos peligrosos.

Por un lado, hasta la reunificación de Italia, el Papa era también un rey o un príncipe, controlaba enormes territorios en el centro de ese país. Ser un protagonista principal de ese juego de poder provocaba problemas serios en la relación entre el Vaticano y las otras casas reales europeas. Por otra parte, hubo muchos períodos en la historia humana caracterizados por una vinculación estrecha entre el poder hegemónico y el papado, en algún tema específico o en una agenda más extensa.

Tal vez uno de los ejemplos más claros de estas coincidencias fue cuando el papa Juan Pablo II y el presidente Ronald Reagan, junto a Margaret Thatcher, unieron fuerzas para pelear y derrotar al comunismo soviético, primero, en Polonia y luego, en el mundo entero.

Sólo ellos dos, el traductor y seguramente el mismo Dios, saben exactamente qué pasó en la reunión privada entre Francisco y Donald Trump en el estudio papal del Palacio Apostólico. Como los participantes son dos de las personas más poderosas de la humanidad, su agenda seguramente revisó los principales problemas de hoy: terrorismo, guerra y paz, medio ambiente, inmigración, entre otros. Temas en los que seguramente tuvieron varias divergencias. Muchos han especulado sobre estos desacuerdos señalando que finalmente condicionarían su relación futura. La cordialidad en que se desarrolló la reunión y las sonrisas finales, cuando Trump le presentó su familia y sus acompañantes al Papa, dio la sensación contraria.

Ambos son hábiles políticos antisistémicos que están tratando de cambiar y reformar las instituciones que dirigen, aunque representen tradiciones muy diferentes. Francisco, nacido como Jorge Bergoglio en una familia de origen italiano en la católica Buenos Aires, aquí en el extremo sur y Trump, llegado desde Nueva York con el mismo origen inmigrante pero desde la protestante Europa del norte. Su relación con el dinero también es muy distante. El Papa, un cura que siempre ayudó y atendió a los pobres como perdedores y excluidos de la carrera capitalista, mientras que el Presidente promueve y representa a los ganadores. En cierto sentido, las dos caras de la misma moneda, los dos costados de nuestra civilización. Aquellos que prestan su atención a cómo generar la riqueza y los que se preocupan por cómo distribuirla con mayor justicia.

Pero aun con esa gran falta de coincidencias, ambos pueden mostrar muchos temas en común. Además de los regalos protocolares, Trump le llevó al Papa su mejor presente: el itinerario de este viaje. El mítico avión presidencial fue cumpliendo una trayectoria histórica al unir los epicentros de las tres religiones monoteístas del planeta: Arabia Saudita, Israel y el Vaticano. En una especie de impulso antihuntingtoniano, el Presidente cumplió la idea del Papa de construir puentes en vez de muros.

Sólo un día después del horror de Manchester, seguramente coincidieron en proteger la vida de los cristianos de Medio Oriente y detener el terrorismo islámico fundamentalista. Aunque por razones diferentes, es probable que también coincidieran en sus esfuerzos para controlar y eventualmente frenar el proceso de globalización. El estadounidense por las pérdidas de trabajo en su país que ella genera, mientras que el argentino por la injusticia social y la desigualdad que provoca.

Acuerdos, desacuerdos, sonrisas: la balanza en el Vaticano tal vez se haya inclinado hacia un lado y nuevamente un humo blanco salga desde la Capilla Sixtina.