No hay que enojarse con las PASO sino con la clase política

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Ningún frente presentará más de una fórmula presidencial en las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) de agosto, y por lo tanto la sociedad no tendrá otras opciones que las ya establecidas.

Alguien, y no el voto soberano, decidió que Mauricio Macri (Juntos por el Cambio), Alberto Fernández (Frente de Todos), Roberto Lavagna (Consenso Federal), Nicolás del Caño (Frente de Izquierda), Manuela Castañeira (Nuevo Movimiento al Socialismo), José Luis Espert (Alianza Despertar), Alejandro Biondini (Frente Patriota) y Juan José Gómez Centurión (Frente Nos) sean los candidatos de estas elecciones.

Ellos se preocuparon por obturar competidores internos, obrando de manera contraria al espíritu de las PASO, que es transparentar el proceso electoral con mayor participación ciudadana y menos aparato político.

Es público y notorio que Macri no quiso tener un competidor radical, que Fernández logró convencer a Sergio Massa para que no lo enfrente, y que Juan Manuel Urtubey desistió de la interna, a la que convocaba como un cruzado, para convertirse en el compañero de fórmula de Lavagna, quien, por cierto, fue explícito en su propósito de no medirse con nadie en las PASO.

En las presidenciales de 2011, dos años después de aprobarse las PASO, se presentó un escenario similar al actual. No obstante, en 2015 Cambiemos y UNA se sometieron al veredicto de las urnas. En el primer caso con tres fórmulas (Macri-Michetti, Sanz-Llach, Carrió-Flores) y en el segundo con dos (Massa-Sáenz, De la Sota-Rucci). Para la contienda de este año, queda claro, todos los frentes apelaron al dedazo.

En consecuencia, las PASO se limitarán a cumplir el rol de filtro: los partidos que no superen en todos sus niveles de candidatos el 1,5 por ciento del padrón electoral quedarán eliminados de la competencia.

Así las cosas, la pregunta que subyace por estas horas es si tiene sentido insistir con las primarias cuando no están cumpliendo con su principal cometido. Pero a la misma decepcionante conclusión llegaríamos si se eliminaran: la democracia seguiría siendo más declarativa que participativa.

Las PASO son una herramienta, simplemente una herramienta: una pinza, un destornillador, una tenaza, lo que se quiera imaginar. Son una herramienta para arreglar un problema, como lo es la prepotencia del aparato partidario en desmedro de la intervención ciudadana.

Dejando de utilizar la herramienta (insisto: una pinza, un destornillador, una tenaza), o guardándola en la caja de herramientas, el problema no se solucionaría. Se mantendría. Es probable que se ahorren esfuerzos y hasta dinero —¡un tópico nada menor, ya que la inversión ronda los 4000 millones de pesos!—, pero el problema de fondo se mantendría vigente.

Dicho esto, embanderarse en la campaña anti-PASO como si fuera una salida mágica tiene tan poco sentido como ponerse en defensor acérrimo. En todo caso, hay que demandar a la política para que ofrezca otra herramienta que permita a la sociedad una mayor participación en las decisiones, lo que redundaría en mayor transparencia.

¿Qué herramienta? Una para que no venga ningún salvador de la patria a decirnos quién tiene que ser el candidato, porque a los candidatos, a los que eventualmente van a presidir este país, los tiene que elegir la sociedad y no una clase política que rápidamente —y lamentablemente— olvidó una estruendosa música del 2001, cuya letra decía: "Que se vayan todos".

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