Fue la primera mujer trans en dirigir un museo argentino y ahora debuta en la ficción: “El mundo heterosexual no existe”

Feda Baeza estuvo al frente del Palais de Glace hasta hace unos días. Ahora saca “La flor del sexo”, que dedica a sus amantes. Aquí habla de qué diferencia lo masculino de lo femenino, cuenta qué es sentirse mujer y dice que es “una señora fuerte”.

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Curadora de artes visuales y docente universitaria, Federica Baeza dedica su primera novela, La flor del sexo, a sus amantes, “por lo que nos dijimos y lo que no”. Es Doctora en Historia y Teoría de las Artes y autora de libros de ensayos como Proximidad y distancia. Arte y vida cotidiana en la escena argentina de los 2000, que fue también su tesis doctoral, y Arcadia litoraleña, que obtuvo el Premio arteBA- Adriana Hidalgo 2017.

En 2020 asumió como directora del Palais de Glace, la antigua pista de patinaje sobre hielo y club social que fue luego estudio de televisión y hace años funciona exclusivamente como sala de exposiciones. Poco antes de asumir ese cargo, que tuvo hasta el cambio de gobierno, Baeza decidió transicionar y hoy se identifica como mujer trans.

En el mes de noviembre publicó su tercer libro, un adelanto de su primera obra de ficción en la que vuelca experiencias más personales que en sus anteriores textos, aunque persiste su interés por la visualidad y las imágenes. “Hace cuatro años que transicioné –cuenta– y entonces empecé a tener una distancia respecto de ese proceso y podía ponerlo en palabras y que la escritura sea un lugar en el que entenderme a mí misma, por un lado, y entender algunas cosas del mundo, por el otro. A veces, hasta en los espacios de la intimidad es posible encontrar una directriz para pensar la cultura, la composición del cuerpo, los afectos, el sexo, esa serie de cuestiones”.

Narrado en primera persona, el libro reúne una serie de capítulos-episodios, que son crónicas de encuentros, imágenes y sensaciones que plantean idas y vueltas en el tiempo, pero en que siempre ocurre “algún tipo de hallazgo sobre una misma y sobre las relaciones con les demás. Ese hallazgo es como recuperar esa sorpresa frente al mundo que los esquemas de género hacen difíciles de abordar, ciertas percepciones que se hacen invisibles. La experiencia es de una escritura que traspasó una frontera en algún punto, no le quedó otra que hacerlo y que se lanza de nuevo a descubrir el mundo. Tiene algo de iniciación”.

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La flor del sexo es también la primera publicación de editorial Komuna, una iniciativa de la galería del mismo nombre. El libro presenta una selección de capítulos en forma de adelanto de una novela que, en su forma definitiva será más extensa, “para empezar a generar una expectativa de lectura” –dice la autora–.

-El libro arranca con una escena en la casa de la infancia, describiendo la personalidad desdoblada de Sandro, el cantante: el Sandro de Banfield, recluido, enfermo, como una idea de la masculinidad que resiste ante las adversidades de la salud; pero también una imagen más fantasmagórica, la de sus películas, en que se lo ve espléndido, un símbolo sexual.

-El inicio tiene que ver con esa masculinidad deteriorada, que casi no se puede sostener. La observación pasa por mi experiencia, que se revela frente al pasaje de género. Si bien siento que fui una persona socializada como hombre, nunca lo fui; y de hecho, nadie lo es. Lo que hay son construcciones que colonizan el cuerpo, habilitan ciertas sensibilidades, pensamientos, palabras, y ciertas relaciones con les demás que son efectos de un modo en el que ese cuerpo ha sido cultivado.

-¿O sea que el género en sí mismo es una ficción?

-Por eso yo a veces relativizo el tema de la identidad, que es un emblema y que es necesario para sostener determinadas luchas, pero que a veces da la sensación de que somos esencialmente personas distintas cuando en realidad no lo somos, somos puntos diferentes en un mismo entramado de la cultura y del afecto que se proyectan sobre los cuerpos. Entonces la posibilidad de haber vivido esa masculinidad en algún sentido abre perspectivas que, si no, son imposibles de mirar.

"La flor del sexo", de Feda Baeza.
"La flor del sexo", de Feda Baeza.

-Comienza en una casa suburbana, con luz de la tarde…

-Es eso, un desdoblamiento, de alguien que es una y es otra simultáneamente y que en el sexo se encuentra o se permite estar en otro espacio diferente.

-Dice: “La experiencia me alejaba de esa casa, de la tarde, de la siesta, me transportaba a un lugar flotante y alejado donde siendo otra, de pronto, me siento yo misma”.

-Es un movimiento de desplazamiento que el mundo te muestra. Esta es una mirada en primera persona que ni siquiera menciona la palabra “travesti” o “trans”. No está pensando en cómo se va a presentar a les demás, pero sí se da cuenta de que, en algún punto, está apartada de un mundo, tiene que hacer su propia aventura para entenderlo. El cuerpo travesti tiene que intentar recobrar su propia soberanía, su autonomía, sus puntos de deseo.

-Escribís también: “Me vi en el espejo de quienes me miraban y se les hacía evidente lo que a mí se me escamoteaba”.

-Volviendo a esa imagen inicial de esa masculinidad agonizante, cuando se produce un sentimiento de extrañeza o de no pertenecer a ese universo, recuperar la soberanía del cuerpo es recuperar la conciencia. Esa conciencia está partida porque ese universo cultural, al no mostrarte experiencias que te permitan construirte la tuya, te somete a una escisión en la que muchas cosas propias son difíciles de reincorporar como una propia imagen. Pero a veces otras personas sí lo ven. Y lo ven porque no es solo que el mundo heterosexual no existe, de hecho la gran actividad de las feminidades trans durante muchas décadas fue y es el trabajo sexual en el sentido de ser ese espacio o receptáculo, de algún modo, un punto de fuga o de escape frente a las limitaciones que tiene el universo heterosexual.

-¿En qué sentido existe y no existe el universo heterosexual?

-Yo digo que lo heterosexual existe porque existe el desvío, el margen, esa actividad subterránea en la que es posible de algún modo hacer una válvula de deseo que no puede ser expresada en voz alta. Pero en lo que no se dice, en el silencio, ahí sí anidan esas imágenes. Entonces existen personas que ven, pero no pueden decir.

La curadora Feda Baeza. (Matías Arbotto)
La curadora Feda Baeza. (Matías Arbotto)

-Hay algo de mirar hacia adentro, pero siempre en relación a personas físicamente muy cercanas. ¿Cómo es para la narradora ese acercamiento en cuanto a la construcción de su propia subjetividad?

-La narradora aprende de sus amantes y aprende en el acontecimiento, lo que no se puede prever, lo que pasa en la situación, en la charla, en la negociación de las palabras. La conversación siempre está presente y después, el intercambio sexual. Siempre hay una prenda que se pone en juego que tiene muchas dimensiones constitutivas, lo que se pone en común en ese intercambio no siempre es igual para las dos, las tres, todas las personas que participan.

-¿O sea que hay algo del orden de lo imprevisible?

-Quién puede decir quién tiene buen sexo o qué es el sexo, más allá de los manuales, que siempre hay posibilidad de avanzar el autoconocimiento, pero no existen técnicas, es como alguien que baila no profesionalmente. Me acuerdo cuando [Hélio] Oiticica decía que el rock era muy revolucionario en el baile porque no tenía reglas. Y el sexo tampoco las tiene, sí puede tener acuerdos mutuos, que son centrales. Por otro lado, también es un espacio de vulnerabilidad porque lo que se pone en juego es la instancia más cercana y propia que tenemos que es nuestro cuerpo. Entonces esa carencia de reglas y simultáneamente esa vulnerabilidad es muy particular, difícil de definir.

-Cuando la narradora prepara el viaje y decide la ropa que se lleva, por ejemplo, se trata de una la construcción de su personalidad a través del lenguaje. También usa el femenino diciendo “no tengo una erección” o cosas que hasta hace poco hubieran sonado como contradicciones lógicas.

-Se trata de cómo son las conexiones de un cuerpo travesti, que son otras. Porque además cada escenario de la cultura es un escenario del cuerpo, de las reacciones, de los afectos, de lo que despierta la evocación de cada cosa. Y se van descubriendo, van apareciendo y son difíciles de poner en palabras frente a esa soledad de la experiencia propia. El cuerpo travesti ha sufrido un efecto de binarización, por ejemplo, al no mencionar el pene del cuerpo de las femineidades trans en quienes lo tenemos igual, el ocultarlo en la ropa o no mencionarlo, además, qué partes del cuerpo se tocan cuando se tiene sexo con una persona trans, qué zonas están vedadas, cuáles no.

Mujeres trans. Una vida difícil.  (Jenifer Nava)
Mujeres trans. Una vida difícil. (Jenifer Nava)

-¿Cosas que en el sexo heterosexual ya están establecidas?

-El sexo heterosexual, que no es el sexo entre dos personas de sexos diferentes necesariamente, es una institución, un modo de pretender regular el funcionamiento de los cuerpos, que pone la genitalidad y muy específicamente el falo en un lugar determinado, mandante, donde todo lo demás es un derivado de su propio valor frente a ese principio soberano del falo. Lo que se ensaya ahí [en el libro] son esas otras conexiones que emergen cuando el falo ha caído como institución de esa intimidad; aparecen otras conexiones diferentes.

-Vos escribís que “el misterio que representa” el cuerpo trans, el cuerpo que no se puede catalogar. Creo que el personaje busca algo muy propio, pero tratando de observar lo que genera socialmente, siempre tendiendo a que redunde a favor de su deseo. Hay otras experiencias trans que buscan mimetizarse con una imagen de lo femenino. ¿Cómo lo ves vos?

-Esa experiencia singular, de cada une, todes la tienen, pero que en este caso se resiste a la asimilación, no solo por principios, sino porque se deja llevar por el placer y el deseo, es ahí donde se sienta, donde el personaje empieza a buscar. El personaje está teniendo ciertas situaciones iniciáticas, empieza a tomar decisiones. Intenta dejarse llevar por los acontecimientos de esos encuentros para ver lo que le dan, qué imagen encuentra de sí misma en eso, sin anteponer el querer solaparse a una imagen preconstituida. Obvio, carga con mandatos, con otros aprendizajes, con restricciones políticas de su propio cuerpo, de cómo lo puede entender, usar, empezar a descubrir, carga con esas herencias, pero por un momento intenta suspenderlas y dejar que solo cale en ella lo que le resulta próximo, sin preocuparse por cómo eso coincide con otros moldes identitarios o qué es lo que pasa con eso, dejar un poco en suspenso esa pregunta y dejarse llevar por lo inmediato.

-¿Y esa pregunta la va llevando a distintos lugares?

-También hay algo: la cotidianeidad trans, durante muchas décadas, anteriores, generaciones diferentes a la mía y también otras experiencias comunitarias han transcurrido mayoritariamente dentro de espacios, de salas, de casas, de lugares. Por ejemplo, en las fotos del Archivo de la Memoria Trans, la imagen del episodio público es o bien la manifestación y la marcha o el carnaval. El resto de esa vida sucede en una cocina, en un comedor, con un sillón, o muy específicamente en un cuarto o en una cama. Si bien mi experiencia es absolutamente diferente, vuelve un poco a eso y encuentra cierta dimensión política al estar en una cama porque encuentra en los ordenamientos del propio cuerpo, esas instituciones que están en nosotres, entonces se enfrenta a ellas y lo hace estando ahí.

Pienso ahora en voz alta, en otras experiencias de la vida trans, de estar tan recluidas. Hace un tiempo hicimos un libro con el hotel Gondolín [Reunión: Cuatro legendarias en el Gondolín] y uno de los testimonios fue el de Zoe [López], que es justamente una de nuestras lideresas que fue asesinada en un travesticidio hace muy poquito tiempo. Ella decía que salían a comprar un disco, un cassette, en los años ‘80, ‘90 y quedaban dos semanas detenidas en la cárcel. La vida trans, tan interior, tenía que ver con la hostilidad y la dificultad de asumir el espacio público.

El hotel Gondolin, un refugio trans. (@VICEenEspanol)
El hotel Gondolin, un refugio trans. (@VICEenEspanol)

-Regían aún los edictos policiales…

-Eso [la salida] aparece al final con el motivo del viaje: la narradora coloca sus prendas en la cama, piensa cómo va a hacer su valija, finalmente va a salir de su barrio, San Telmo, la extensión de su propia casa, el lugar donde las preguntas no son tan insistentes, donde hay cierto despliegue de una cotidianeidad. Decide abandonarlo para ir a un espacio abierto que es el mar. Y se fuga al océano, donde esquiva las miradas, todo eso que nosotras conocemos bien, que para les demás es un alambrado invisible, pero para nosotras está presente, el espacio está parcelado de miradas sobre una. Y logra entregarse al mar y al cielo. Y dice este lugar ahora es mío.

-¿Cómo es sentirse mujer, eligiéndolo, sin que sea el género atribuido al nacer?

-Cada experiencia trans es un universo en sí mismo y no solo por la experiencia concreta de lo que significa ser mujer y ser mujer trans, sino también por cómo se lo dice. Al decir “yo soy mujer”, para mí, en mi dimensión, con mi experiencia, no se trata de “nací en el cuerpo equivocado” o “yo tengo sensaciones que no son congruentes con lo que mi cuerpo es”. No es eso, sino es la voluntad de atravesar un límite, una frontera. De hecho “trans” es un prefijo que significa un más allá, un desplazamiento; versus “cis”, que es del orden de la separación, de hecho “cisexual” comparte una raíz con “cisma”, que equivale a “separación”. Cuando yo digo que soy mujer o mujer trans, al menos yo, estoy generando una performatividad del habla que dice “yo estoy allá”, “yo habito en un movimiento, en un desplazamiento”. Por eso no es tanto lo que esencialmente soy, sino cómo desde mi ser habito un desplazarme en esa frontera.

Para mí también, lo que significa, cuando digo “soy mujer trans” o “soy travesti” –no suelo decir “soy mujer” – es un ubicarme en otra posición relacional. Creo que existe sobre los cuerpos con vagina un efecto de feminización, pero que no es constitutivo, sino es un efecto relacional frente a otro cuerpo y en el medio hay mil experiencias diferentes. Ahí aparece la idea de intersex, de aquella genitalidad inclasificable. Voy a ocupar un lugar relacional diferente al que me fue asignado por mandato, voy a hacer lo opuesto. Pero yo sé que es una posición táctica, no porque yo diga que no estoy en el cuerpo adecuado, ya que en realidad no hay adecuación posible para la experiencia sobre el cuerpo. O no al menos para muches de nosotres, entonces es ocupar ese otro lugar, que es complejo porque simultáneamente el espacio de lo femenino fue constituido por oposición a un término fuerte que es el de la masculinidad.

Violencia. ¿Las mujeres piensan que no pueden defenderse? (freepik)
Violencia. ¿Las mujeres piensan que no pueden defenderse? (freepik)

-¿Cómo se definen entonces los opuestos?

-La masculinidad siempre ha sido definida por la fuerza, por la presencia, por el espacio público, por la visibilidad, mientras la femineidad, por la subalternidad, el espacio privado, una tendencia a la invisibilidad y a los elementos secundarios y derivados de la otra posición. El sistema de géneros se basa en la complementariedad, en que los rasgos y las capacidades se reparten, inequitativamente. A veces en ese lugar de la femineidad relacional se ofrecen también valores que sí son positivos, pero es un poco ese esquema.

Entonces yo, cuando digo –y al decirlo lo siento– que soy una mujer trans, digo “yo estoy en un desplazamiento y voy a ocupar un lugar opuesto en las relaciones de género que me asignaron”. Lo que estoy haciendo es desafiar, diciendo “yo voy a ser otra frente a todo esto”. Y eso es lo que yo siento.

-¿Y esa forma de plantarse ante el mundo genera a su vez sensaciones ligadas a la feminidad?

-Particularmente, a partir de haber transicionado, soy una persona para la cual las dimensiones del cuidado son muy importantes, cosas afincadas típicamente al lugar de la femineidad. Eso aparece [en el libro] aunque no se cuente, hay una dimensión del cuidado de esas personas que están en esa situación de vulnerabilidad que implica la intimidad. Ahí sí hay rasgos y cosas que tienen que ver con el típicamente sentirse mujer, pero hay otras que no, o de femineidades desviadas, como la promiscuidad, un montón de cosas que son como contra-mandatos.

-La pregunta apuntaba también a la imagen de las mujeres como indefensas o débiles.

-Hay otro aspecto, estaba pensando en ese apartado en que los hombres ofrecen sexo en la calle. Hay un posicionamiento sobre un lugar de la femineidad que es en ese caso el lugar que la calle y los hombres te asignan o que piensan que te van a dar plata y vas a tener sexo, todas esas cosas –obviamente no tengo nada en contra del trabajo sexual– pero es una ubicación estereotípica de lo que el cuerpo travesti o el cuerpo femenino es y la función que tiene. Y entonces hay un lugar de la femineidad, en este caso, estar a disposición de los hombres, que ya ni siquiera es algo elegido, es simplemente un lugar social que deberías aceptar o la expectativa que se tiene si lo quisieras ocupar. La condición de femenización tiene mucho de eso: una cosa es lo elegido y otra es, finalmente, el lugar que te toca.

-Hay una filósofa feminista que es instructora de artes marciales, Alessandra Chiricosta. Ella dice que las mujeres suelen tener internalizado que no van a poder defenderse ante un ataque de un varón. Si bien hay cierta cuestión hormonal que tiene que ver con la diferencia de fuerzas, ella postula que las mujeres, culturalmente han aprendido que si responden al ataque, serán más lastimadas. En ese sentido, ¿vos te sentís más libre?

-La capacidad del cuerpo se aprende culturalmente. Estoy de acuerdo con que hay una internalización de la vulnerabilidad. También hay una práctica social, qué deporte corresponde a tal género, tal otro, cómo se entrena, cómo son los estereotipos corporales, que van a tender a crear masa muscular en determinada área, que es resultado también del entrenamiento.

Pero, además: la conciencia y la posición, la determinación de pegar una trompada es algo curiosamente bastante intrincado. Yo nunca me sentí con la capacidad de hacerlo. Soy grandota, sé que soy una señora fuerte, pero una de las primeras cuestiones en la infancia fue la incapacidad de verme así, de pensar que yo le podía pegar a alguien de algún modo. Sí, es un efecto de internalización que a veces es muy misterioso. Porque además el cuerpo está muy vinculado a los deseos inconscientes. Es decir, lo que es posible tiene que ver con patrones de deseo. La famosa anécdota de Freud, de cómo fue capaz de patear la pantufla, rompiendo la escultura que su nuevo discípulo en conflicto y nuevo enemigo le había traído de África. Conscientemente, jamás podría haber apuntado la pantufla para tirar la escultura, pero hay algo de la capacidad del cuerpo, que cuando está la energía psíquica orientada al gesto, adquiere una destreza, una fuerza. Y eso pasa también con estas cosas y el cuerpo es algo que todavía no conocemos. Este librito intenta explorar la dimensión de un conocimiento del cuerpo, que siempre es en primer lugar un autoconocimiento.

Quién es Federica Baeza

♦ Investigadora, profesora y curadora especializada en arte contemporáneo. Actualmente dirige el Palais de Glace. Anteriormente se desempeñó en la dirección de la Licenciatura en Curaduría en Artes en el Área de Crítica de las Artes de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), donde da clases de grado y posgrado. Es Doctora en Historia y Teoría de las Artes en la Facultad de Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA).

♦ En 2014 le otorgaron el Primer Premio en el Programa Jóvenes Curadores en la edición de arteBA 2014 y el Primer Premio del Concurso Curadores 10° Aniversario Macro 2014 .

♦ En 2017 obtuvo el Premio Ensayo Crítico arteBA y Adriana Hidalgo 2017.

♦ En 2017 publicó s se destaca el libro Proximidad y distancia. Arte y vida cotidiana en la escena argentina de los 2000 (Biblos)

♦ En 2020 publicó Arcadia litoraleña (Adriana Hidalgo).

Feda Baeza y su sonrisa. (Matías Arbotto)
Feda Baeza y su sonrisa. (Matías Arbotto)

Ficha

Título: La flor del sexo

Autora: Federica Baeza

Edición: Komuna Editora, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 2023, 30 pp

“La flor del sexo” (Fragmento)

Desde chica siempre me intrigó la intimidad del astro resguardada en su mítica mansión en Banfield. El Sandro que yo conocía era una estrella ya grande, en sus recitales cantaba con la ayuda de un respirador que le permitía recobrar el aliento entre cada canción. Pero en las películas que veía mi mamá yo podía recuperar la estampa de sus primeros años: labios gruesos, ojos negros y esos movimientos de caderas que tanto excitaban a sus nenas, como él llamaba a sus fans. En sus entrevistas en televisión desplegaba una seducción implacable. Manteniendo siempre un cigarrillo entre los labios dejaba ver un repertorio de gestos, modulaciones de la voz y movimientos de ojos que navegaban entre el desafío, la picardía y la provocación.

Los programas de chimentos de la tarde enhebraban mil hipótesis sobre sus amantes. El hecho de no haber tenido hijxs, no difundir sus relaciones, la parquedad con la que afrontaba las preguntas sobre su vida privada enojaba a les cronistas. Alguna vez uno dijo que el sexo del cantante era muy pequeño, minúsculo. Esta revelación estimuló mis fantasías adolescentes. Mientras escuchaba sus canciones, especialmente esas interpretaciones coronadas por jadeos y respiraciones entrecortadas podía imaginar su sexo.

En mi imaginación sus genitales cobraban la forma de una orquídea que se abría desplegando una serie de planos cóncavos y convexos, curvas y contra curvas. Del tono nude al rosado pálido, salpicado por vetas que iban del violáceo al rojo carmesí. Quedaba fascinada, como mirando los destellos del sol en el crepúsculo. Ese sexo, dueño de una belleza enigmática, parecía mostrarse ante mí, reposar tranquilo frente a mi mirada absorta. Ajeno a cualquier clasificación, como atrapado en un sueño, su imagen era indiferente, serena y hermosa.