La estrategia para ganar al juego de piedra, papel o tijera parece evidente: actuar de forma aleatoria e impredecible. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que el cerebro humano funciona de forma muy distinta cuando entra en juego la competencia directa. Investigaciones recogidas por el medio digital DW y desarrolladas por universidades de Australia y China confirman que en este juego existe un patrón universal.
La base neurocientífica procede de un experimento dirigido por investigadores de la Universidad de Western Sydney. Su objetivo fue determinar la forma en la que el cerebro toma decisiones cuando compite y cómo procesa las acciones previas propias y del oponente. Para ello reclutaron a 62 participantes, organizados en 31 parejas, y los hicieron jugar 15.000 rondas de piedra, papel o tijera. El equipo registró toda la actividad cerebral a través de electroencefalografía (EEG), lo que permitió observar el proceso completo de decisión.
Los resultados revelaron que quienes intentaban basarse en rondas anteriores perdían con mayor frecuencia. Según explicaron los autores en The Conversation, “podíamos predecir la decisión de un jugador sobre si elegiría piedra, papel o tijeras a partir de los datos de su cerebro incluso antes de que diera su respuesta”. También señalaron que durante el análisis aparecían señales vinculadas tanto con su acción previa como con la del rival.
La trampa de la predictibilidad humana
El estudio mostró varios patrones que se repiten en casi todos los jugadores. El primero es la preferencia por la piedra. Más de la mitad de los participantes eligió este gesto con más frecuencia que los otros, seguido del papel. Las tijeras fueron el movimiento menos usado. La intuición de que la piedra “parece más fuerte” es una hipótesis citada en artículos de divulgación, pero el estudio no la confirma.
Otro comportamiento común fue evitar la repetición. La mayoría cambiaba de gesto con más frecuencia de lo que cabría esperar en un proceso verdaderamente aleatorio. Este rasgo reduce la imprevisibilidad del jugador y facilita que el oponente detecte secuencias. Según los investigadores, esta necesidad de variar proviene de un sesgo cognitivo que asocia la aleatoriedad con el cambio constante, aunque la lógica matemática diga lo contrario.
Otros estudios identificaron estrategias para aprovechar los sesgos del oponente. Uno de ellos procede de la Universidad de Zhejiang, donde 360 estudiantes jugaron 300 rondas. La tendencia detectada fue clara: los ganadores repetían su movimiento y los perdedores cambiaban.
La universalización del juego
El juego tiene raíces antiguas en China. Un texto del siglo XVII, el Wuzazu, menciona una versión llamada shoushilling, surgida en la dinastía Han. Allí se usaban animales como símbolos, y no los gestos actuales. Con el paso del tiempo, la práctica se expandió a Japón, luego a Europa y finalmente a Estados Unidos, donde se convirtió en un juego universal.
La conclusión de los estudios es sencilla. El cerebro no opera como una máquina neutral. Usa la información reciente para decidir, incluso cuando esa información perjudica la estrategia. En juegos donde la imprevisibilidad es clave, ese impulso natural puede jugar en contra. Como resumen los investigadores: “las personas que dejan de analizar en exceso el pasado pueden tener más posibilidades de ganar en el futuro”.
La pregunta final queda abierta. ¿Se limita esta lección al juego o también puede aplicarse a otras decisiones competitivas? La ciencia sugiere que entender nuestros propios patrones es un primer paso para superarlos.