Vladimir Putin inicia la operación “Culpar a Ucrania”

El Kremlin detecta una oportunidad en la tragedia del Crocus City Hall

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El jefe de estado ruso, Vladímir Putin, enciende una vela en memoria de las víctimas de un ataque a la sala de conciertos Crocus City Hall. Putin ya comienza a culpar a Ucrania para justificar la masacre (AP)
El jefe de estado ruso, Vladímir Putin, enciende una vela en memoria de las víctimas de un ataque a la sala de conciertos Crocus City Hall. Putin ya comienza a culpar a Ucrania para justificar la masacre (AP)

Vladimir Putin es un hombre al que le gustan las victorias, preferiblemente escenificadas. Una victoria electoral fija seguida de un emocionante concierto. Un discurso entusiasta el Día de la Victoria. Ocho goles en un partido de hockey sobre hielo.

Al dictador le gustan menos los contratiempos imprevistos y prefiere desaparecer del escenario. En 2000 se equivocó en su respuesta a la tragedia del submarino Kursk. Estuvo ausente durante más de un día tras el fallido asalto a la escuela de Beslán en 2004, en el que murieron 186 niños rehenes. El año pasado, cuando Yevgeny Prigozhin y su banda de mercenarios se dirigieron hacia Moscú, Putin no aparecía por ninguna parte. Así que, si tardó 19 horas en aparecer en televisión para hablar sobre el fallo masivo de los servicios de inteligencia en el Crocus City Hall, estaba cayendo en un patrón familiar.

El discurso en sí no dio mucho de sí, y pareció servir de cobertura. Putin afirmó, ridículamente, que Ucrania había abierto una “ventana” fronteriza a los terroristas cuando intentaban escapar de Rusia en su Renault Symbol blanco. (Once personas a las que las autoridades rusas culpan del atentado han sido detenidas). Pero Putin se abstuvo de atribuir directamente a Ucrania la autoría del atentado, y no dijo nada sobre el grupo Estado Islámico, que aseguró haberlo perpetrado.

Parte de la reticencia de Putin a culpar directamente a Ucrania podría deberse a la preocupación de que el Gobierno estadounidense disponga de información de inteligencia que podría socavar tal afirmación. Otra parte podría deberse a la vergüenza de que sus agencias de seguridad no actuaran ante las advertencias estadounidenses del 7 de marzo sobre un ataque inminente. De hecho, sólo tres días antes del ataque, Putin había tachado esa información de “chantaje”. Una metedura de pata tan arrogante tendría consecuencias en un país en el que se pudiera exigir responsabilidades al poder. Rusia no es un país así.

No obstante, el atentado representa un duro golpe para la reputación de Putin y de los servicios de seguridad de los que depende. La forma del asalto, en el que perdieron la vida al menos 137 personas, no se olvidará pronto. Algunas víctimas murieron en cuestión de minutos, cuando los pistoleros abrieron fuego con fusiles automáticos. Pero la mayoría sucumbió al fuego y a la inhalación de humo después de que los asaltantes prendieran fuego al auditorio. Es posible que hubiera más de 200 personas en la sala cuando se derrumbó parte del techo. Cuando los equipos de emergencia llegaron a las cenizas humeantes, encontraron 28 cadáveres en un solo retrete. Familias enteras se habían escondido juntas, y al parecer las madres protegían a sus hijos.

Hay muchos interrogantes sobre la inepta seguridad del lujoso local, situado en un parque de atracciones de los suburbios del noroeste de Moscú. No está claro por qué la policía local no reaccionó con rapidez. Un productor de un espectáculo celebrado en el Crocus City Hall diez días antes del atentado señaló que esa noche había 200 guardias de seguridad. Algunos aspectos aparentemente inusuales del atentado -los asesinos, supuestos yihadistas, parecían deseosos de seguir con vida- han provocado teorías conspirativas según las cuales parte de la clase dirigente rusa podría haber participado en el acto.

La explicación más convincente es que un grupo terrorista islamista aprovechó las distracciones bélicas, las tensiones étnicas y las dificultades económicas de Rusia. Rusia ofrece oportunidades evidentes para el reclutamiento yihadista entre los emigrantes pobres de las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, en su mayoría musulmanes. Las cifras no oficiales sugieren que Rusia cuenta con hasta 8 millones de emigrantes procedentes únicamente de Tayikistán.

Estos inmigrantes representan un importante engranaje de la economía en tiempos de guerra, ya que realizan trabajos mal pagados que los rusos no quieren, como barrer carreteras y la construcción con salarios mínimos. Pero las tensiones étnicas han ido en aumento. Putin se refirió a ellas indirectamente en su discurso sobre el estado de la nación del 29 de febrero, rebajando su anterior retórica nacionalista y haciendo hincapié en la “multietnicidad” de Rusia.

El grupo que ha reivindicado la autoría del atentado es una filial del Estado Islámico que se autodenomina Provincia de Jorasán del Estado Islámico. Basado principalmente en Afganistán, pero con seguidores en toda Asia Central, en enero perpetró dos atentados gemelos en Irán en los que murieron más de 100 personas. Una de las fuentes de sus agravios contra Rusia es la implicación del país en la guerra de Siria, donde el Kremlin (junto con Irán) ha respaldado al régimen de Assad contra Estado Islámico y otros rebeldes. Estado Islámico también es sospechoso de perpetrar un atentado en el metro de San Petersburgo en 2017 en el que murieron 15 personas.

Tras crisis anteriores, Putin respondió a cualquier cuestionamiento de su poder aferrándose a él con más fuerza. Cuando finalmente reapareció tras la masacre de Beslán, declaró que “a los débiles se les vence” y canceló las elecciones locales directas. Las medidas represivas contra la disidencia y la libertad de prensa que siguieron fueron un presagio de lo peor que estaba por venir. Más recientemente, Prigozhin se amotinó y su avión voló por los aires tras haber llegado supuestamente a un acuerdo con su jefe.

Sin duda, el Kremlin utilizará el atentado de Moscú como pretexto para apretar aún más las tuercas internas. Algunos de sus lugartenientes más leales han pedido la anulación de la moratoria rusa sobre la pena de muerte por terrorismo. Esta amenaza adquiere mayor importancia si se tiene en cuenta la reciente costumbre del Kremlin de aplicar esa etiqueta a los opositores al régimen, entre ellos un anciano escritor de novelas policíacas. Las comunidades de inmigrantes ya están sufriendo las consecuencias, con redadas en mezquitas y albergues en las principales ciudades de Rusia. Pero culpar a Ucrania tiene valor propagandístico, y amenazar a los trabajadores inmigrantes conlleva riesgos económicos. Así que es poco probable que el Kremlin se ocupe sistemáticamente de sus vulnerabilidades en materia de seguridad.

De hecho, Putin dio a entender que las principales consecuencias del atentado terrorista se dejarán sentir en Ucrania. Puede que lo utilice para justificar sus intentos de movilizar más tropas para su guerra allí. Los medios de comunicación afines al Kremlin están ayudando a dar forma a la narrativa. Uno de ellos publicó una “investigación” que sugería que los terroristas habían sido reclutados por la embajada ucraniana en Tayikistán. Activistas de antibot4navalny, un grupo de vigilancia cibernética, han registrado un notable aumento de la actividad en redes sociales de bots controlados por la FSB, la agencia de seguridad rusa. La mayoría de las noticias falsas culpan a Ucrania, así como a Estados Unidos y Gran Bretaña, del ataque a Moscú.

Una fuente de inteligencia en Ucrania dice que espera que se intensifiquen esos esfuerzos, utilizando argumentos endebles para redirigir la culpa. “Quizá empiecen a culpar también a Francia”, bromea. “Después de todo, los hombres escaparon en un Renault”.

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