La incertidumbre acerca de los resultados de las PASO, las dudas acerca de las consecuencias de esas elecciones, el largo trecho que queda hasta noviembre y lo dificil del clima económico, social y político en el que emprendemos esa travesía, nos recuerda que lo nuestro es, como cantaba Machado, “Pasar haciendo caminos”.
“El camino” no lo van a construir ni los improvisados ni los experimentados en tono de venganza. Ellos son tributarios de esta enfermedad de la política reducida a los expertos de la publicidad.
Nos encaminamos, en un sistema presidencial, a un gobierno de “primeras minorías”. Si cumplen las normas de la República tendremos gobiernos débiles excepto que puedan forjarse mayorías de consenso. Pero el problema es que las mayorías de consenso sólo se pueden forjar si, previamente, existen liderazgos programáticos capaces de sumar, de agregar.
No hay “programas” en busca de un líder. No hay “liderazgos” en busca de programa. Los programas se pueden elaborar. Los liderazgos los forja la historia.
La molicie intelectual de la política nos ha dejado sin programa desde hace cuatro décadas. La prueba de esa ausencia es que los liderazgos que forjó la historia fueron inútiles y no generaron acumulación alguna, sino “desacumulación” en todos los órdenes. Sin acumulación no hay posibilidad de derechos y las promesas con las que se quieren construir liderazgos los hacen efimeros e, históricamente, “pompas de jabón” que se disuelven en el aire.
¿Qué quedó de los liderazgos de las últimas décadas? Todas fueron construcciones y desmesuras efímeras, porque carecían de “acumulación” y de la vocación de acumular. Sin exagerar, todos los liderazgos con aire económico estuvieron basados en la religiòn del “déme dos”. Usted sabe.
Claro que es la respuesta al fracaso económico de décadas. En 2021 -cuando creceremos cerca del 8% como consecuencia de la recuperación posterior a la caída de 2020 de 10% -estaremos apenas arriba del PBI por habitante de 1974. Esa economía, ese nivel de productividad, es muy poco lo que puede sostener. Por eso la pobreza no deja de crecer. Somos una fábrica de pobres.
Esa fábrica fue abierta expresamente en 1975 con la idea rectora de disciplinar a la sociedad mientras se rechazaba la alternativa de crecer. Fue expreso. Fue resultado de decisiones que respondían a una visión de la organización social. No fue un accidente.

Fue una decisión de la que, tal vez, se subestimaron las consecuencias. Pero “esa decisión” fue ratificada durante 46 años, a veces por omisión de la reversión necesaria y a veces por decisiones de profundización.
Por eso, por la recurrente ausencia de un programa de largo plazo que permita crecer, la consecuencia es la profundización del desequilibrio social, fiscal, regional y de los enormes desequilibrios estructurales del sisetma productivo.
Desequilibrios estructurales que los podemos sintetizar en la economía de un país que no produce aquello que sugiere el potencial de sus recursos; y que es dependiente del endeudamiento externo, que como exportadora es una economía primaria, que como industrial es una economía extremadamente dependiente, y en la que el 80% de la población trabaja en el sector servicios de bajísima productividad.
Esto, que viene de décadas, nos exige lograr formular un programa profundo de largo aliento capaz de generar consensos. Las elecciones son la manera en la que la sociedad manifiesta su voluntad, requisito indispensable para formular un programa realizable.
En estas condiciones vamos a votar. Se estima que un tercio no dejará ningún mensaje concreto: ausencia, blanco, antistema sin posibilidades. Es una decisión. Pero no ayuda.
Mientras tanto, la relación con el resto del mundo, más allá de consideraciones morales, depende de acordar con el FMI para no impedir mantener relaciones necesarias con muchos países. Es una debilidad. Grave si tenemos en cuenta que nuestras relaciones con los países desarrollados de Occidente no son independientes de las que desarrollamos con China.

Liquidar la pobreza, hoy y aquí, exige un programa de transformación. Quiza en esa afirmación haya un consenso. Pero ¿cómo hacerlo? De eso no estamos hablando, porque no estamos hablando de la transformación del modelo de generación de ingresos, es decir, de la estructura productiva.
Cualquiera sea el resultado electoral, la tarea inmediata es durísima. Pero si además la apatía se contagia y la ausencia de mirada programática impide, por definición, hablar de acuerdo, terminaremos el año tal vez sin tanto miedo a la pandemia, pero con un poco de temor a la incertidumbre del futuro.
Una alerta para empezar a trabajar en serio. El tiempo no se detiene. Y hay que hacer el camino: ponerse a andar. ¿Si no es ahora cuándo?
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