Sonrisa de conquistadora, transgresión y gestos de reina: Martha Argerich no es una diva, ella es rock

La reedición de la biografía del francés Olivier Bellamy es una gran oportunidad para repasar la fascinante vida de la célebre pianista argentina que aún deslumbra con sus manos virtuosas y su magnetismo

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Martha Argerich nació en 1941.
Martha Argerich nació en 1941. Tenía 8 años cuando dio su primer concierto en público.

Existen las leyendas humanas y Martha Argerich es una prueba de ellas. Con 83 años y en plena actividad, la artista considerada una de las más grandes pianistas de la historia aún sabe cómo encender el fuego de las pasiones: la magia está en sus manos, pero también en su personalidad y su magnetismo. Es Marilyn, es un Beatle, es una mujer que contiene a muchas. Es la música que entrega y es también sus silencios y reticencias. Podría parecer que ya se conoce todo sobre ella, pero no: siempre quedan secretos por descubrir. Por eso, estas semanas hay una gran noticia para quienes la admiran y es que reeditaron la versión en español de la celebrada biografía escrita por Olivier Bellamy.

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Martha Argerich

Por Olilvier Bellamy

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Martha Argerich, el libro, fue publicado en lengua original en 2010. En 2021, cuando se cumplían 80 años del nacimiento de la artista argentina, Bellamy publicó otro libro, Martha Argerich raconte, que reúne las tres entrevistas que el periodista y escritor francés le hizo y con las que alimentó su biografía. Se trata de un verdadero récord: totalmente reacia a las entrevistas, pretender hablar con Martha, entrevistarla, es un azar y una tortura porque un mar de incertidumbre anida siempre en sus palabras y compromisos.

La reedición de la biografía
La reedición de la biografía escrita por Olivier Bellamy fue publicada por Blatt & Ríos.

Puede darte la nota de tu vida o dejarte esperando por horas y en vano. Puede cancelar antes de arrancar una negociación o dejar plantados a los organizadores de un festival completamente vendido así como puede, también, llegar puntual y con ánimo festivo hasta el punto de convertir cualquier evento en un hecho inolvidable, histórico. Todo eso -sus idas y vueltas, sus caprichos, su carácter voluble- es tan conocido como su virtuosismo y su emoción cada vez que toca, pero lo insólito es que, lejos de perjudicar su imagen, su tendencia a la transgresión parece sumar un motivo para que la adoren multitudes. Ocurre que Martha no es exactamente una diva, ella es rock.

La biografía de Bellamy es un libro ideal para los amantes del género que buscan un abordaje múltiple de un personaje ya que cuenta en clave de divulgación todo lo que puede interesarle a un lector curioso. Se trata de un trabajo lleno de datos fundamentales y otros frívolos o emotivos, junto con información especializada escrita de tal manera que puede ser comprendida por todo el mundo, incluso por quienes no son expertos.

Desde su triunfo adolescente en el concurso de Ginebra (1957) y luego en el célebre Festival Chopin (1965), donde fue la primera pianista sudamericana que obtuvo esa recompensa, Argerich es una figura internacional comprometida con su tiempo y es, también, una argentina que, pese a vivir desde hace 70 años en diferentes capitales europeas, se involucra en los temas culturales de su país. De hecho, hace unos meses expresó públicamente su molestia a propósito de la suspensión de las becas que llevaban su nombre y por los despidos de profesores, decisiones tomadas por el gobierno de Javier Milei en el marco del “Plan Motosierra”, como se conocen popularmente los drásticos recortes y ajustes impuestos en diversas áreas.

Martha Argerich es muchas mujeres
Martha Argerich es muchas mujeres en una. Habla varios idiomas y su leyenda se alimenta de sus palabras pero también de sus silencios y reticencias.

“De esta manera están privando a los jóvenes de la oportunidad de tener un brillante futuro musical”, escribió en abril de este año en una carta de altísimo impacto. “Yo misma he recibido el apoyo del Estado argentino cuando era jovencita, y eso fue fundamental para mi formación y posterior carrera artística. Si el Estado no apoya y contribuye a la cultura, el futuro es realmente peligroso”, advirtió.

Cuando mencionaba el apoyo del Estado a su carrera se refería al famoso encuentro que tuvieron ella y su madre con Juan Domingo Perón el 13 de agosto de 1954, a las 7 AM. Ni su padre radical ni su madre socialista eran militantes o seguidores del general, más bien todo lo contrario. Habían llegado a la cita luego de un incisivo trabajo de contactos por parte de Juanita, quien llevaba a la nena a tocar allí donde hubiera chances de que la escucharan. Martha era una artista en formación y necesitaban ayuda.

Pese a que Juanita deseaba para su hija un futuro en Estados Unidos, Martha solo tenía una obsesión, estudiar con Friedrich Gulda, joven celebridad austríaca diez años mayor que ella, a quien había escuchado en varias oportunidades en Buenos Aires y a quien consideraba -aún considera- el mejor de todos: por su pasión moderna y su rigor clásico, pero también por su capacidad para expandir los límites de lo posible en materia de técnica. Gulda, como cuenta Bellamy, también estaba interesado en Martha a causa de su talento y porque admiraba en ella su personalidad, ese ir a contramano de lo que debía esperarse de una niña prodigio.

Tenía 13 años cuando se
Tenía 13 años cuando se fue a vivir a Europa. Su arte como pianista es reconocido desde muy temprano. (Archivo Teatro Colón)

“Decime, ñatita, adónde querés ir?, fue la pregunta de Perón esa mañana. “A Viena”, respondió bajito la chica de 13 años. Sabiendo cuál era la ambición de Juanita, el general le preguntó, por si acaso: “¿No querés ir a los Estados Unidos?”. Pero no hubo modo. “No, no, no. A Viena”, volvió a decir Martha.

Ese mismo día Perón le comunicó a Juanita que aunque sabía que su marido no “comulgaba” con el gobierno, igual desde el gobierno procederían a darle un puesto diplomático en la embajada en Austria y a ella un puesto administrativo, para que pudieran estar cerca de su hija durante sus años de formación. La alegría fue enorme. Al estilo de la época, Martha llevaba encima una libreta con autógrafos de músicos célebres y le pareció oportuno extendérsela al presidente. “Adelante, Marthita”, le escribió Perón.

Los Argerich partieron en barco a Europa a comienzos de 1955. El golpe de la Revolución Libertadora que se avecinaba no iba a impedir el viaje de Martha hacia la celebridad.

Martha Argerich habla sobre la maternidad en el documental "Bloody Daughter", hecho por su hija Stéphanie

Una biografía total

El libro de Olivier Bellamy está colmado de historias de la protagonista pero también de las personas que fueron y son importantes en su vida. Hay una mirada periodística que sobrevuela con contexto hechos históricos y hay momentos capitales de la vida de la pianista que son narrados en algunos pocos párrafos.

En otras manos, mucha de la buenísima información que puede leerse en las 261 páginas del libro de formato mediano traducido por Silvia Kot y publicado por Blatt & Ríos podría haber tenido un tratamiento más extenso y exhaustivo, pero el minimalismo no parece obedecer ni a la indolencia ni a ninguna clase de apuro sino, más bien, a una decisión de estilo.

Hay, es sabido, mucho de sorprendente, interesante y polémico en la vida de Martha Argerich. Por ejemplo, la controvertida historia del nacimiento de su hija mayor, Lyda Chen, hija del violinista Robert Chen, y la pérdida de su custodia, con Argerich cuestionada por no haber hecho lo suficiente para recuperar a su beba.

Martha Argerich tocando La Polonesa, de Chopin.Martha Argerich tocando La Polonesa, de Chopin. En su libro Yoga, Emmanuel Carrére hace referencia a la sonrisa inolvidable de la pianista. Ver minuto 5.32.

Se trata de una historia dramática, con la niña en el centro de una disputa espantosa –pasó sus primeros siete años viviendo con familias de acogida temporales– y también de una relación intensa y profunda que solo pudo recuperarse con el tiempo sin dudas gracias al empeño de Lyda, violista y directora de orquesta, quien ya adulta eligió estar cerca de su madre aún sabiendo todo lo que perdió en aquellos primeros años. De hecho, recientemente se presentaron juntas en Shanghai, con Lyda en la dirección del espectáculo. Impresiona el parecido entre ambas mujeres.

Bellamy parece conocerlo todo y elige contarlo como al pasar, con una ligereza narrativa que se asemeja al relato oral o al chisme, esa delicia de salón que Edgardo Cozarinsky llamaba “el relato indefendible”, esa anécdota o rumor que muchas veces es menospreciado pero que también aporta valor al sistema del arte.

Con sus hijas Stephanie (izquierda),
Con sus hijas Stephanie (izquierda), Anne y Lyda en una imagen que puede verse en el documental "Bloody Daughter".

En el caso de Martha Argerich, el libro de Bellamy, no faltan los datos, ahí están, y aunque algunos podrían discutir la profundidad del tratamiento de esa información, para la mayoría de los lectores posiblemente este retrato de la diosa del piano mimosa, solidaria y villana sea el adecuado.

Allí está su infancia prodigio encendida por el desafío de aquel amiguito que la llevó a tocar el piano por primera vez a los dos años y ocho meses, cuando de la nada y con un solo dedo tocó la canción de cuna que solían cantarle. La historia familiar, con Juanita Heller, su madre, haciendo todo lo posible por ocultar sus orígenes ucranianos y judíos y por llevar a su hija a la cima del arte. Su primer concierto en público, a los 8 años. Sus maestros, su actitud reacia al ejercicio y la disciplina.

Su memoria prodigiosa y su talento para aprender una obra escuchándosela practicar a otro. Sus vínculos amorosos, atravesados por fobias (“cortejar a Martha es la mejor manera de hacerla huir”) y por su necesidad de no hacer nunca lo que se supone que “hay que hacer”. Su tormentosa relación con la maternidad y también sus relaciones con los padres de sus tres hijas, todos ellos también músicos. Sus amistades potentes, intensas, excéntricas. Su vivir de noche. Su incansable promoción de jóvenes pianistas. La solidaridad con las causas que la convocan. El cruce entre la humildad y la culpa por su talento (“es una artista en términos absolutos”, dijo de ella Friedrich Gulda), la necesidad de convencerse de que es igual a los demás.

Con el tiempo, Argerich comenzó
Con el tiempo, Argerich comenzó a sentirse muy sola en el escenario y fue eligiendo tocar acompañada.

Su urgencia por vivir con una multitud alrededor en su propia casa para oír otras voces pero también para aislarse sabiendo que siempre hay gente cerca. Su propensión al caos. Sus ataques de inseguridad antes de salir a tocar. Su angustia cuando está sola en el escenario. Su fastidio a la hora de viajar. Sus cábalas al grabar, como la de tocar tres veces cada pieza y dejar las decisiones en manos de los editores. Su convivencia y su pelea con el cáncer.

Su amistad desde niña con Daniel Barenboim. Su frustración por no haber podido conocer a Vladimir Horowitz. Sus preferencias a la hora de elegir el repertorio, las piezas de siempre y las piezas que nunca. Su devoción por lo sagrado. Su gusto por el ballet, el “Moonwalk” de Michael Jackson y el flamenco. Su fascinación por Japón y la cultura japonesa, sentimientos por los que ella recibe en ese país una admiración colectiva que excede cualquier explicación o razonamiento.

Daniel Barenboim y Marta Argerich
Daniel Barenboim y Marta Argerich son amigos desde la infancia.

Amigos, familia y la búsqueda de ser libre

“Mi madre es un ser sobrenatural, en contacto con algo que sobrepasa al resto de los mortales. De hecho, soy la hija de una diosa”. La frase no pertenece a una novela fantástica sino a una película documental, Bloody Daughter (2012) –puede verse entero en Youtube– , y quien la pronuncia es su directora, Stéphanie, hija menor de Martha Argerich y el gran pianista norteamericano de familia croata Stephen Kovacevich, quien fue el gran amor de la vida de Martha (así lo señala ella) y sigue siendo uno de sus más grandes amigos aunque nunca estuvieron casados.

Con el pianista Stephen Kovacevich,
Con el pianista Stephen Kovacevich, el padre de su hija Stephanie y según Martha, su gran amor.

El padre de su segunda hija, Anne, el director de orquesta suizo Charles Dutoit, es otro de sus grandes amigos y se presenta con ella y diversas orquestas regularmente en los escenarios del mundo. Martha es rock y también es familia. (Su lealtad resultó inquebrantable incluso luego de una serie de denuncias contra Dutoit por acoso y agresiones sexuales, que afectaron duramente la carrera de su ex esposo).

Martha arrasa y se asusta de su potencia, es virtuosismo y pánico escénico. Es alguien que siempre buscó liberarse, no ser esclava de nada ni de nadie. Como cuenta Bellamy:

“El público la adoraba pero ella tenía la impresión de ser una máquina de producir notas. Martha tocaba como los dioses, pero Martha quería vivir. (...) Ella buscaba confusamente otra forma de vivir la música sin ser esclava de los calendarios ni la bestia de carga de los agentes. En su carrera canceló conciertos a menudo, pero no hay que olvidar que también tocó con un terrible dolor de lumbago en Rotterdam, una hora después de la extracción de una muela en los Estados Unidos, con 39ºC de fiebre en el Japón, con un estafilococo en la nariz en Riga, en una silla de ruedas con Rostropovitch, tras un accidente de auto en Quebec, con el arco superciliar recién cosido en Suecia, como consecuencia de otro accidente, en minifalda en Alemania porque su maleta no había llegado a tiempo... En Praga, durmió en un albergue estudiantil y tuvo que encontrar sola el teatro porque se habían olvidado de ir a buscarla al aeropuerto.”

En lo personal, después de haber leído y subrayado compulsivamente casi todas las páginas, hubiera querido ser Pierre Menard, el personaje de Borges, para reproducir palabra por palabra todo lo que Bellamy sabe y cuenta.

“El aspecto de cervatillo acorralado
“El aspecto de cervatillo acorralado se transformó con el tiempo en una franca sonrisa de conquistadora, una postura de reina y una actitud de campeona olímpica”, describe Bellamy.

A partir de sus referencias (“El aspecto de cervatillo acorralado se transformó con el tiempo en una franca sonrisa de conquistadora, una postura de reina y una actitud de campeona olímpica”) volví a ver el documental de su hija, revisé sitios y cuentas de Instagram de sus fans y me detuve en miles de fotos y videos de youtube de Argerich (con minifalda, con pelo oscuro, con pelo blanco, con pollera larga, con cigarrillo, sin cigarrillo, sola, acompañada, con lentes de sol), entrevistas en diferentes lenguas, incluidas las que intentaron hacerle durante el Premio Kennedy que le entregó Obama en 2016 y que también recibió Al Pacino el mismo día, algo que la hacía feliz, según dijo.

La imagen de Martha Argerich
La imagen de Martha Argerich en fotos, videos y tapas de discos es magnética.

Me propuse también verla una y otra vez al piano en diversos escenarios y ciudades con sus piezas favoritas, su amor por los rusos, por Schumann y por Ravel y también en aquella versión de la Polonesa de Chopin en la que despliega todo su arsenal de mohínes y su sonrisa diabólica y sensual de la que habla Emmanuel Carrère en Yoga. O sea: gracias al libro de Bellamy, me armé mi propio y apasionante Festival Argerich y fui muy feliz por algunas horas.

Una epifanía.