La filosofía de Wittgenstein, un pasaje de la tragedia a la comedia

Infobae Cultura publica el capítulo 3, 'Una vida maravillosa’, de “Wittgenstein”, de Federico Penelas, donde indaga en las circunstancias sociales que influyeron en el pensamiento del filósofo, matemático y lingüista austríaco

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Ludwig Wittgenstein era admirador de las novelas de detectives y de los productos más populares del cine estadounidense: el western, el musical, la comedia liviana. Su predilección por esas formas culturales asumía la forma de una defensa de los relatos edificantes que culminan con una resolución feliz. Como nos enseñó su amigo Paul Engelmann: “Pensaba que la esencia del arte en general era concluir a un final positivo. El cine, sobre todo, le parecía un sueño de deseo materializado, que solo podía acabar, de acuerdo con su propio sentido, con la realización de ese deseo que se manifestaba en ese sueño”. Es por ello que es muy conmovedor que sus últimas palabras fueran el pedido de que transmitiesen un mensaje a sus amigos: “Dígales que mi vida fue maravillosa”.

La confesión final de Wittgenstein contrasta con el tono atormentado de buena parte de su correspondencia y sus diarios personales. También con el testimonio de sus amigos, colegas y discípulos, quienes dan cuenta permanentemente de la severidad e inexistente autocomplacencia con que el vienés llevaba adelante su vida. No sorprende esa gravedad en un hombre que se educó sabiendo de la existencia de dos hermanos suicidados durante su infancia. Un hombre que, mientras padecía los horrores del combate y de la prisión en la Gran Guerra, recibió las noticias del suicidio de un tercer hermano; de la pérdida, durante la batalla, de un brazo por parte de su hermano pianista; de la muerte en un accidente aéreo del hombre al que amaba. No debió ser fácil decir, finalmente, “mi vida fue maravillosa”.

Sin embargo, creo que su filosofía, el desarrollo de su pensamiento, lo que describí como el tránsito de la tragedia a la comedia, perfectamente pueden darle sentido a esas palabras finales en el lecho de muerte. El pasaje del Tractatus a las Investigaciones filosóficas es, también, la deriva desde el soliloquio hacia la conversación, hacia la conformación de una comunidad filosófica. Basta prestar atención a los prólogos de ambos libros para advertir ese cambio de perspectiva. En el Tractatus se hace un reconocimiento a “las grandes obras” de Gottlob Frege y “los trabajos” de Bertrand Russell, mientras que en las Investigaciones filosóficas se alude a las “conversaciones”, cuando hace su reconocimiento de Frank Ramsey y Piero Sraffa como los inspiradores de su nueva filosofía. La deriva wittgensteiniana fue de los textos al diálogo con otros; de la soledad de la trinchera al intercambio discursivo en los claustros universitarios.

Por supuesto, no hay que olvidar las largas conversaciones con Russell y George E. Moore en el período previo a la guerra; pero se trató de una escritura en aislamiento, realizada durante el tiempo libre en medio del frente, en el que Wittgenstein despreciaba a la mayoría de quienes le rodeaban, y que fue precedido, antes de que se presentara como voluntario en el ejército, por largos meses de exilio en los fiordos noruegos, apenas visitado por Moore, quien le sirvió más de escriba que de conversador. Tras la publicación del Tractatus, Wittgenstein coronó su espíritu solitario abandonando todo impulso de integración a la comunidad filosófica, al no retornar a Cambridge.

Sin embargo, tal como ya mencionamos, ese desapego, en tanto lo condujo al contacto con niños y adolescentes en su trabajo como maestro rural, fue el que hizo posible, no sin dificultades y traumas, el acercamiento a un modelo de relación más grupal, el cual sin dudas está en el origen del pensamiento de madurez de Wittgenstein.

Cuando tras una asidua correspondencia, Ramsey lo convenció de que lo recibiera en el pueblito austríaco donde vivía como maestro, se produjo el lento retorno al contacto con la comunidad filosófica. Lo que Wittgenstein encontró, entre otras cosas, es que en Viena un grupo de intelectuales habían formado un círculo de trabajo filosófico que había convertido al Tractatus en uno de sus textos inspiradores. El retorno de Wittgenstein era así la vuelta a un colectivo de trabajo que lo había tomado como referente ineludible. La filosofía ya no era el intercambio de a dos con Russell; ahora la filosofía era un proyecto colectivo que, en el caso del Círculo de Viena, terminaría siendo, incluso, un proyecto de emancipación social.

Así, a partir de 1929, lo que encontramos es un Wittgenstein siempre rodeado de grupos de discípulos. Si la cabaña perdida en un fiordo, la trinchera y la prisión fueron los ámbitos del Tractatus, los seminarios colectivos de Cambridge fueron el caldo de cultivo de las Investigaciones filosóficas. No casualmente el recurso retórico utilizado por Wittgenstein en su etapa de madurez es el del diálogo. Buena parte de sus escritos ponen en escena diálogos entre las posiciones en conflicto, la tractariana y la defendida por Wittgenstein a partir de mediados de la década del treinta. La escritura de su etapa de madurez se vuelve polifónica, en clara correspondencia con este movimiento existencial que estoy señalando.

"Wittgenstein" (Galerna), de Federico Penelas
"Wittgenstein" (Galerna), de Federico Penelas

Esa deriva hacia la conversación se refleja en lo que señalamos al inicio de este libro como el pasaje de una concepción semántica determinista hacia una indeterminista, entendiendo a cada concepción como contracara la una de la otra en lo que hace a la caracterización de las relaciones entre los significados y las prácticas lingüísticas históricas, sociales, concretas. Donde el determinismo toma a los primeros como limitando a las segundas, el indeterminismo ve a las segundas como constituyendo a los primeros. El peso en los acuerdos sociales imbricados en formas de vida, que el Wittgenstein maduro defiende frente a la precedencia conceptual de los conceptos, refuerza la prevalencia del aspecto conversacional que se fue forjando tras el retorno a Cambridge.

Es revelador para comprender estas dos grandes aproximaciones al lenguaje prestar atención a cuál es la acusación principal que podemos identificar que se formulan deterministas e indeterministas entre sí. A mi juicio, la acusación principal que realizan los indeterministas a los deterministas es la denuncia que apela al concepto de “fetichismo”. Como es sabido, Karl Marx lo utiliza en forma explícita en el primer tomo de El Capital (1867) al aludir al fetichismo de la mercancía; el fetichismo involucra un olvido de la base social del valor atribuido a la mercancía. Un movimiento similar se encuentra en la obra de Friedrich Nietzsche y su genealogía de los conceptos morales; en Principios de psicología (1890), William James denuncia que la psicología usual piensa las emociones de manera fetichista porque las piensa como desligadas de lo corporal (para James el cuerpo es la base del fenómeno emotivo). En mi opinión, el modo en que usualmente el indeterminista despliega su acusación contra el determinista es heredero de ese recurso decimonónico de identificar compromisos teóricos fetichistas. Esto es, el indeterminista acusa al determinista de fetichista por olvidar que los significados son fruto de la práctica lingüística comunitaria. El indeterminista denuncia al determinista de, al afrontar una caracterización de la significatividad, poner por delante lo que es un producto de la praxis lingüística.

Por su parte, la gran imputación que hacen los deterministas a los indeterministas es siempre la misma: relativismo. La crítica señala que adoptar una concepción indeterminista del significado implica inexorablemente caer en una versión de relativismo, dado que no parece quedar espacio para enfrentar las divergencias entre diversos acuerdos semánticos comunitarios, dando pie así a la legitimación de la vigencia en términos de puro poder.

Tal como vimos, es claro que el segundo Wittgenstein avanzó hacia una concepción comunitaria del significado, adoptando una forma de relativismo incompatible con el relativismo del “todo vale”. Su relativismo, en función de la aceptación de la inexorabilidad de la situacionalidad de los hablantes, impide presentar a los participantes en una forma de vida como condenados a una posición acrítica frente a la divergencia. La persuasión como vía falible y sin garantía de éxito es el dispositivo lingüístico que queda para la contienda intercomunitaria.

Así, la filosofía de Wittgenstein se presenta como una historia de disolución del sujeto trascendental en pos del despliegue de los sujetos empíricos en permanente desplazamiento del acuerdo al conflicto, con regreso al acuerdo. Una historia de la sequedad del soliloquio trágico hacia la fiesta cómica. Una historia de reconocimiento del otro como insoslayable para que haya un mundo.

Una vida, filosófica, maravillosa.

*Federico Penelas es Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, y Profesor de Filosofía del lenguaje en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Mar del Plata.

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