Sobre la escritura de la mujer y la literatura feminista

La escritora y poeta argentina Ana Arzoumanian reflexiona sobre su última novela, Juana I, a partir de la cual realiza un viaje por la historia del rol femenino en el mundo de la letras

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Por Ana Arzoumanian

Ana Arzoumanian
Ana Arzoumanian

Una cuestión es hablar de escritura de la mujer y otra distinta de literatura feminista. Ya desde Atenas en el ágora se consagraba un espacio al mismo tiempo real y altamente simbólico dedicado a la mujer-madre. El Metroo, templo dedicado a la madre, albergaba los archivos públicos de Atenas. Así la madre monta guardia sobre la memoria escrita de la democracia, de las leyes, los decretos, los expedientes. Se concibe a la mujer madre como acarreadora de esa vocación de proteger la memoria escrita de la ciudad.

Pero, ¿cuál es considerada la madre justa? Aquella que se comporta según la diké, la que inscribe la filiación, la que reproduce al padre proporcionándole una copia exacta de él. En definitiva, la que habilita la inscripción del padre. El cuerpo femenino se convierte en tabla de escritura para uso de los varones. De ese modo se integra a la madre en el espacio cívico.

La Modernidad trae otros cuerpos de mujeres escritas en versiones escultóricas o pictóricas como la Justicia o la Marianne de la Revolución francesa, o más tarde la Madre en los países del Cáucaso Sur. El caso de la Madre Armenia, por ejemplo, es una estatua que se erigió al estilo soviético en época post soviética allí donde estaba emplazada la estatua de Stalin. Debajo de ese monumento entre combativo y tierno se encuentra el archivo militar de la nación. De manera tal que es recurrente encontrar ese lazo entre mujer y escritura de la memoria.

Sin embargo, del amici de Cicerón a la fraternidad francesa, la literatura política, la narración legal constituyente de la nación está en manos de los hermanos varones, discriminando a la mujer a su condición de misterio, de oscuridad y de sujeto no colectivo.

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Ahora bien, la literatura feminista es aquella que se edifica sobre los parámetros de igualdad. No llamo literatura feminista a aquella que porta esa denominación según el sujeto de la escritura, sea varón, mujer o transgénero. No distingo a la literatura feminista por la temática o el objeto de la escritura: sobre mujer- varón o transgénero. Llamo literatura feminista a aquella que dispone condiciones de igualdad. Una igualdad no de trato en el interior de un libro, en su domesticidad, en el apartado recluido del texto como escena antigua de mujer en la intimidad de su hogar.

Llamo literatura feminista aquella que dispone relaciones de igualdad en el exterior, entre lector y texto. Aquella que no genera relaciones jerárquicas ni autoritarias con quien lee. Aquella que no impone su saber, la luz de la razón de su conocimiento infantilizando al lector, colocándolo en una posición de inferioridad paternalista, protectora o cautelar. Llamo literatura feminista aquella que no le promete al lector un bienestar de proveedor colonizante. La que desfamiliariza la tradición canónica de las monoculturas del conocimiento. Una literatura tal abandona la concepción lineal del tiempo, conoce por intervención y no por representación. Cambia la ubicación geopolítica y corpo política del sujeto que habla, desde donde habla y hacia quien se habla.

Las tecnologías de la escritura y los circuitos de lectores proveen una clave física a la circulación de significados y de poder.

Por ello traigo a una madre–mujer- mestiza consitituida fuera del "verbum–dei", mujer que anuda la escritura con la escena erótica y generacional de tal modo que construye un pueblo y un continente de hijos guachos.

Mientras las respuestas de las mujeres de la polis griega es el crimen, el ahorcamiento o la súplica por un dictamen justo hecho por los hombres. Malinche, como sujeto del discurso descolonial es quien elige hablar, es la que traduce y negocia con el colonizador. La madre violada, la que fue calificada como traidora por la voz del padre es la que habla en nuestra lengua y , al escribir en criollo, en mestizo, en americano hacemos honor a esa traductora. Una literatura feminista es aquella que se dice en una frontera de textos infectados, nada puros (¿acaso violados?) aquella que rasga el sentido occidental completo y siempre en poder por un ritual etno-poético, fundacional, nada limpio y constituye desde allí una tecnología de lectura.

El ser textual no se edifica desde unos genitales ausentes, si la palabra nación derivada del latín natio hace referencia al nacimiento, hay una elección estética en la literatura feminista al buscar excitar la extranjería en el lector. Porque eso significa Malintzin: la noble mujer maya que formaba parte del harén de esclavas de Moctezuma. Por eso, el término "malinche" en nahuatl también se podría aplicar a Cortés, porque también él era un extranjero. Una literatura feminista se suma a todo un proceso de transmisión y adquisición de pautas culturales que cuestione la lógica de claridad, estabilidad de signos y verdad del sentido.

Juana I, de Ana Arzoumanian
Juana I, de Ana Arzoumanian

Si bien he trabajado con la voz de mujeres en mis libros, así en el libro Juana I que, justamente, se acaba de publicar en Chicago y que presentaremos en la Universidad de Nueva York y en la New Jersey College, o en el libro que estoy escribiendo ahora mismo sobre Milena Jesenská, aquella amada y traductora de Kafka al checo; no son esos elementos los que definen, a mi gusto, una literatura feminista.

En el caso de Juana, el relato que evidencia el contrato matrimonial y el amor romántico, puede entenderse como una geografía donde se dirime un poder, donde se distribuyen relaciones de potencia e impotencia. Y es en el cuerpo de la mujer donde se monta ese campo de batalla entre el padre, el amado, el hermano y el hijo. A la luz de la construcción de un habla femenina, el concepto de "locura" es revisitado. El libro se inicia con un verso que dice "lo que yo necesito es una boca" y ese verso se repite como un ritornello a lo largo de todo el poema. A medida que la voz-mujer toma espacio, ese término es re- significado, el poder se resiente y reacciona y redobla su violencia.

En el caso de Milena, el texto/poema está organizado de manera polifónica dando el tono a las voces no sólo de la periodista y escritora Milena Jesenská, sino a la de su hija, su nieta, su compañera de campo de concentración, y también la voz del devenir de la historia durante la caída del imperio austro- húngaro.

Decía que una literatura feminista es calificada así desde mi mirada, no porque trabaje voces de mujeres, sino porque establezco con el lector una relación particular. Miro al lector a la altura de sus ojos, como en el amor; ni le indico posturas o modos, ni le aliviano el decir caótico y apasionado. De manera tal que, "Del vodka hecho con moras", libro cuya voz principal es un soldado muerto en la guerra de Nagorno Karabagh, también entra dentro de estos parámetros o bien, "Mar Negro" donde una mujer decide inmolarse en el Cáucaso.

Mis elecciones sobre obras a traducir siguen el mismo esquema, el último libro traducido del francés al español Los caballos Paradjanov revela esa dispersión, esa atomización no sólo en la poética del autor Denis Donikian, sino también en el objeto en el que recae el yo poético: la obra de Serguei Paradjanov. Una iconografía hecha retazos que no da a entender nada más que la sensación de desmoronamiento, de exceso, de tumulto interior.

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