Mueren periodistas como nunca en América

El que mata a un periodista atenta contra lo más sagrado que puede tener una democracia: le pega un balazo al corazón mismo de una comunidad, mata al ciudadano inocente que solo mira, atestigua, habla y escribe

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Mueren periodistas como nunca en América
Mueren periodistas como nunca en América

Al menos 37 periodistas perdieron la vida en nuestro continente durante este año procurando ejercer su profesión. Es la cifra más alta en los últimos 24 años. Este dato alarmante revela que el periodismo es un trabajo que -aunque existan democracias instaladas- puede conducir a tragedias. Y justo en esta semana que se conmemora el Dia Internacional Para Poner Fin a la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas en el marco de América.

La democracia, seamos francos, no siempre es sinónimo de paz. Algo está pasando que no solo en los totalitarismos se producen estas alienaciones contra periodistas sino que irrumpen en contextos legales, con votación popular legitimando el poder, pero alterando la esencia garantista del estado de derecho y erosionando la convivencia pacífica de la gente. Es que la institucionalidad democrática no siempre es lo fuerte que se requiere en estas tierras. La fragilidad del periodista es monumental en ciertas zonas del continente alejadas de cualquier escudo estatal.

Ejercer el periodismo, lo sabemos, implica ciertos riesgos, pero nada justifica el delirio que se le quite la vida a nadie por verter sus opiniones, construir las versiones de los hechos que se entiende adecuada y preguntar lo que sea. No cabe pensar en otra cosa. El periodista no es un mercenario bélico, es solo un ser humano que decide contar su verdad, la verdad que entiende pertinente y solo cabe respetar semejante menester. Su vulnerabilidad debería ser nuestra fortaleza ciudadana.

Sin embargo, algunos asesinos creen que pueden proscribir al periodismo matando a sus plumas. Error. El periodismo incomoda y esa es su función, y el que no lo entiende así se las verá con más periodismo inquisitivo porque a esa actividad no la frena ni la muerte más furiosa, ni el poder de ningún autócrata, en todo caso la amenaza de muerte reproduce denunciantes de lo infame que escribirán aún mucho más contra los ejercicios autoritarios.

Al final, siempre resplandece la verdad, inclusive dentro de los totalitarismos, la verdad de la gente se cuela entre la oscuridad de los violadores de los derechos humanos para producir un relato que se instalará como señal amenazante de que la libertad siempre se infiltra por algún lado.

No se puede contra la libertad, sencillamente no se puede. Y la historia de la civilización, aunque tarde -en muchos casos demasiadas generaciones- es siempre la historia por más libertad. Ayer fue la revuelta, luego las calles, más tarde el casette, hoy todos estamos armados con los teléfonos móviles que pueden viralizar la injusticia. Un video mostrando la barbarie moviliza más que una cadena nacional televisada del poder totalitario.

Esta mirada, es cierto, no es rápida, muchos totalitarismos han ganado terreno en décadas, pero la historia moderna es la historia por la búsqueda de libertad. El dictador y el autoritario saben que convivirán por siempre con una bomba de libertad debajo de ellos. Por eso los países democráticos saben que este compromiso es por el presente y el futuro de toda la comunidad.

El periodismo advierte y esa también es su función. Y si no gustan sus advertencias, dos platos, porque eso es también lo que hacen las plumas valientes cuando se las pretende intimidar. No habrá manta que intimide diciendo: “Vamos a matar periodistas” que alcance su objetivo. Y es curioso, es una profesión que enfrenta al individuo con la realidad y en ese viaje solo existen dos opciones: el que se compromete con los hechos tal como los aprecia y los comparte, y quien los desvirtúa dejando de ser un periodista para ser un militante de pensamiento reduccionista y menor, por decir lo menos.

En realidad, el periodismo esclarece verdades y esa, por supuesto, es su función esencial. Y no se detiene jamás, no puede hacerlo, es su propio sino el que lo encierra en ese loop de esclarecimiento perpetuo. Periodismo y verdad se retroalimentan, están espejados en eterno destino.

El que mata a un periodista atenta contra lo más sagrado que puede tener una democracia: le pega un balazo al corazón mismo de una comunidad, mata al ciudadano inocente que solo mira, atestigua, habla y escribe. Matar a un periodista es matarnos a todos.

¿Los países donde mueren periodistas -al por mayor- que garantías instruyen? ¿Cómo sucede eso ante los ojos impávidos de todos los que son demócratas? ¿Qué pasa que semejante desmesura no se detiene sino que aumenta? ¿Se levanta la voz lo suficiente ante estas infamias o las vamos rutinizando como postal urbana cotidiana? ¿Cuál es el papel del Estado en esos ámbitos? ¿Tiene un rol protectivo o abandonó esas funciones porque -en varios lados- está cooptado por actores violentos? ¿Es miedo lo que hay o existe algo que no conocemos? Pregunto, solo pregunto.

Observe el lector que no estoy hablando de nada que nuestra América no conozca, lamentablemente todo sucede delante de nuestros ojos y todo son arterias abiertas de nuestro continente que siguen explotando con las manos ensangrentadas de muertes de periodistas. Y en algunos casos esas muertes buscan intimidar, asustar y censurar. La violencia en su apogeo.

Sí, ya sabemos que vivimos en un mundo más violento y nuestra región también en esto tiene diplomas para la deshonra, o por razones de narcotráfico incremental o por exceso de armas, o por lo que sea este continente aún tiene dificultad para comprender las reglas básicas de lo que es la convivencia civilizada y en paz. Y en rankings internacionales, en estos ítems causa estupor la región.

Cuando la paz es un reclamo a gritos es que estamos en problemas. Y no lo dice nadie de manera expresa, o en rigor a la verdad algunos países asumen la palabra con duro esfuerzo. Se valora ese talante. Pero no alcanza: sin paz en América no produciremos el ambiente para que el respeto por los derechos del otro sea validado.

Deberíamos tener en cuenta que en este desafío nos va la vida como continente. Si no logramos un acuerdo civilizado como región, si no hay una cooperación real entre los países bajo una misma regla de paz y convivencia, estaremos condenados a la marginación. Y es claro que hay más conciencia de los países al respecto, pero estamos lejos de alcanzar un escenario válido. Si algo hemos demostrado es un déficit en consolidar entendimientos cuando entre nosotros -los americanos- es tanto lo que nos podríamos ayudar.

Es siempre buena hora para revertir caminos y empezar a andar.

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