"La Armada Argentina lamenta informar el fallecimiento en acto del servicio en la Antártida, del Teniente de Fragata médico Alejandro Martín Schneiter, de 40 años y oriundo de Mendoza, a causa de un infarto no traumático. El teniente se encontraba en comisión a bordo del aviso ARA 'Suboficial Castillo', unidad que estaba realizando la XVIII Patrulla Antártica Naval Combinada (PANC). En este momento de pesar, la Armada Argentina acompaña a los familiares ante esta dolorosa pérdida", reza el comunicado oficial N° 3 del 25 de enero de 2016 de la Armada Argentina.
Martín era un médico argentino, uno de esos compatriotas que sin ser militar de profesión puso la suya al servicio de la patria. Se calzó el uniforme naval y empuñó la espada; pero solo en forma simbólica, ya que su misión en la milicia jamás sería matar a enemigo alguno sino salvar vidas. Fue más lejos, más allá, a donde muy pocos llegan, al continente blanco, a servir con su saber a hacer Patria con mayúsculas; a integrar un selecto grupo de científicos civiles y militares que enarbolan la celeste y blanca no solo en el mástil de sus bases sino además en lo más profundo de su corazón.
Martín murió. No es culpa de nadie, una muerte inesperada que lo sorprendió lejos de su familia y sus afectos, como a tantos otros soldados que mueren estando de servicio. Hasta aquí una muy triste y lamentable fatalidad.
Hoy, uno de los dos únicos aviones Hércules C130 matrícula TC 66 con los que la Fuerza Aérea Argentina cuenta emprendió viaje rumbo a la base antártica "Marambio" para traer de regreso el cuerpo del infortunado teniente de Fragata Schneiter a efectos de ser entregado a sus familiares para su inmunación. Autoridades judiciales integraban el pasaje del avión a efectos de cumplimentar formalidades reglamentarias relacionadas con el hecho.
Pero el avión no pudo llegar: un ruido y la visión de algo que se desprendía llevaron a su piloto a tomar la decisión de declararse en "emergencia" y poner proa a Río Gallegos para un aterrizaje forzado, previo a cumplimentar las medidas de seguridad para resguardar su nave, su tripulación y las vidas y bienes en las proximidades del aeropuerto.
El aterrizaje finalizó con éxito; el vuelo no. El cuerpo del teniente Schneiter sigue en la Antártida. Junto a él, un grupo de compatriotas que están haciendo patria y que merecen que la patria los cuide y los asista.
Hace ocho años que el único elemento idóneo con el que se contaba para romper las sólidas barreras de hielo que asilan las seis bases antárticas del resto de la humanidad no funciona. Nadie sabe a ciencia cierta cuándo lo volverá hacer.
Hace dos años la dotación antártica estuvo a punto de haberse quedado sin víveres ni combustible para soportar el gélido invierno polar. Hubo que arrojarles mercadería en tambores desde el aire porque tampoco se podía aterrizar debido a las condiciones climáticas que dan una ventana temporal muy corta para poder operar con aeronaves.
Este año las dilaciones administrativas y la falta de presupuestos hicieron que la nueva gestión de gobierno se tuviera que hacer cargo de una campaña antártica iniciada con atraso. El buque polar civil ruso alquilado para reemplazar al "Almirante Irizar" recién acaba de zarpar, cuando en condiciones normales ya debería estar allí.
El desperfecto del Hércules C130 es uno más de una serie de fallas de este material tan obsoleto –como casi todo el parque aéreo militar–. Ya no se trata de la posibilidad de contar con medios para interceptar aviones sospechosos en el aire: no se pudo cumplimentar el traslado del cuerpo de un fallecido en servicio. La gravedad de la situación debe ser justipreciada en forma adecuada.
Deberán las autoridades recién asumidas exigir a sus mandos subordinados terrestres, navales y aéreos un inmediato, honesto y descarnado parte de la situación operativa de los medios disponibles, como así también del estado de entrenamiento del personal. Resultará criminal mantener personal en bases antárticas si no se puede medianamente garantizar la adecuada asistencia.
Y aunque suene duro, este nuevo llamado de atención –que afortunadamente no causó víctimas fatales- debe ser lo suficientemente contundente para ordenar el inmediato cese de toda actividad militar o científica que no se pueda realizar sin alcanzar los umbrales mínimos de seguridad. Las muertes militares o civiles en tiempo de guerra son una inevitable consecuencia de los hechos; en tiempos de paz son una clara demostración de desidia, abandono y de la más absoluta falta de responsabilidad al negar una realidad que nos está golpeando en nuestra propia cara.
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