Gratitud, el último libro de Oliver Sacks: cómo enfrentar una enfermedad terminal

El último libro del gran neurólogo y escritor es una inmersión agridulce en la experiencia humana, en la aventura de vivir bien y morir bien, y en la posibilidad de despedirse con la palabra gracias

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Es común que los médicos se alejen de la dimensión humana del sufrimiento que viene con la enfermedad. No fue el caso de Oliver Sacks, que entre sus muchas singularidades contó con la habilidad de permitir que el dolor del otro lo alcanzara sin por eso perder su capacidad de intervención como neurólogo. El testimonio de esa combinación extraordinaria son libros como Despertares, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte, Musicofilia.

Por eso no extrañó que cuando Sacks se convirtió en un paciente, cuando le diagnosticaron un cáncer con metástasis imposible de remitir, relatara su experiencia con una potencia y una sencillez que cortan la respiraciónn. El libro que reúne los cuatro ensayos escritos en sus meses finales, Gratitude (Gratitud), es una revisión del pasado desde la perspectiva que se abre cuando se tiene la comprensión exacta de que el tiempo que resta es poco y está contado; una exploración del último tramo del camino propio; una lección sobre cómo vivir bien y cómo aceptar el final. "Es el destino de todos los seres humanos ser un individuo único, encontrar su propio camino, vivir su propia vida y morir su propia muerte", escribió.

En enero de 2015, pocos días después de que terminara sus memorias On the Move (En movimiento), Sacks recibió el diagnóstico de un cáncer con metástasis en el hígado y cerebro derivado de un melanoma ocular por el que diez años antes había perdido la visión en un ojo. Comenzó entonces a escribir "My Own Life" ("Mi propia vida"), uno de los cuatro ensayos que componen Gratitud, junto con "Mercury" ("Mercurio"), "My Periodic Table" ("Mi tabla periódica") y "Sabbath" ("Shabat").

Es difícil que cualquiera de estos textos tenga el destino de reelaboración cultural que tuvieron Despertares (una película con tres nominaciones al Oscar, en la que trabajaron Robin Williams y Robert De Niro), At First Sight (A primera vista, otra película basada en "Ver y no ver", una de las siete historias de Un antropólogo en Marte, con Val Kilmer y Mira Sorvino), el documental de PBS Musical Minds (Mentes musicales, basado en otro del mismo nombre hecho por BBC) o la obra de teatro A Kind of Alaska (Una especie de Alaska, que escribió y montó el Premio Nobel Harold Pinter, basada en Despertares), entre muchas adaptaciones audiovisuales y dramáicas de los libros de Sacks. Pero son en sí un legado de enorme fuerza, aun en la brevedad de la extensión de Gratitud. Sacks escribe de modo sencillo que, con los altos y bajos normales de la vida, es posible vivir bien, morir bien y despedirse con la palabra "gracias".

De "Mi propia vida"

"Mi propia vida" es el segundo texto del libro, pero el primero que Sacks escribió por razones que se expresan en sus párrafos: la curiosidad y la necesidad de comprender sus últimos días. Confrontó allí la edad, la enfermedad y la mortalidad con su sentimiento de estar "intensamente vivo". Porque a diferencia de otros autores que narraron sus finales, Sacks no se concentró en la ordalía del tratamiento o la angustia de la despedida, sino que con su curiosidad científica de siempre indagó en "qué significa vivir una vida buena y que valga la pena, lograr un sentido de paz dentro de uno". Sobre todo, escribió, "he sido un ser sensible, un animal pensante, en este planeta hermoso, y eso en sí mismo ha sido un privilegio y una aventura enormes".

El ensayo elude la culpabilización ajena o la lástima, a veces presentes en el shock de un diagnóstico de muerte, y se concentra en Sacks mismo: "Ahora depende de mí elegir cómo voy a vivir los meses que me quedan. Tengo qe vivir de la forma más rica, más profunda y más productiva que pueda. Para esto me alientan las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, quien, luego de saber que estaba enfermo de muerte a los 65 años, escribió en un solo día de abril de 1776 una autobiografía corta titulada 'iMi propia vida/i'".

Las conversaciones con los médicos lo hacían contar con "una disolución veloz". Se alegraba de haber sufrido muy poco dolor físico, y algo que le resultaba más extraño: "Nunca he sufrido, a pesar de la gran decadencia de mi persona, ni un momento de caída de mi espíritu. Tengo el mismo ardor de siempre por el estudio, y la misma alegría en compañía de otros".

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Durante sus últimos días pudo ver su vida como desde una gran altitud, una panorámica de un paisaje, y observó "la conexión de todas sus partes" en toda su profundidad. "En el tiempo que queda, quiero y espero profundizar mis amistades, despedirme de aquellos que amo, escribir más, viajar si tengo la fuerza, lograr nuevos niveles de comprensión y de percepción".

De pronto, los problemas del mundo desaparecieron de su cabeza; no lo quedaba tiempo para nada que no fuera esencial y se concentró en sí mismo, en su trabajo, en su pareja -el escritor y fotógrafo Bill Hayes, cuyas fotos de Sacks en sus dos últimos años complementan Gratitud- y en sus amigos. "No es indiferencia sino desapego: todavía me importan profundamente el Medio Oriente, el calentamiento global, la desigualdad creciente, pero ya no son mis asuntos, pertenecen al futuro. Me alegro cuando conozco gente joven talentosa, inclusive aquellos que hicieron las biopsias y los diagnósticos de mis metástasis". Sentía con emoción que el futuro quedaba en buenas manos, aunque alguna vez, muchos años atrás, también las suyas intervenían en esa construcción del porvenir, y ya no.

"No puedo fingir que no tengo miedo. Pero mi sentimiento predominante es la gratitud". ¿Qué es lo que Sacks agradece más? Lo que acaso muchos pueden agradecer también: "He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo en devolución".

De "Mercurio"

El primer capítulo fue escrito antes del diagnóstico, cuando Sacks tenía 79 años: una reflexión sobre la vejez. "Anoche soñé con el mercurio: glóbulos enormes, brillantes, de mercurio que subían y bajaban. El mercurio es el elemento número 80, y mi sueño es un recordatorio de que el martes cumpliré 80 años".

Desde su infancia, cuando aprendió acerca de los elementos, siempre los relacionó con sus cumpleaños. "A los 11 años podía decir 'Soy sodio' (el elemento 11) y ahora, a los 79, soy oro".

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La idea de cumplir 80 años le resulta casi inverosímil. "Con frecuencia siento que la vida está a punto de empezar, y en seguida me doy cuenta de que ya casi termina. Mi madre fue la décimosexta de 18 hijos; yo fui el menor de sus cuatro hijos y casi el menor de la enorme cantidad de primos de su lado de la familia. Siempre fui el menor en mi clase durante la escuela secundaria. He retenido este sentimiento de ser el más joven aunque ahora soy casi la persona más vieja que conozco".

Ya entonces tenía una variedad de problemas médicos, pero no les daba un gran espacio en su experiencia cotidiana: "A veces, cuando el clima es perfecto, me sale decir '¡Me alegra no estar muerto!'. (Esto en contraste con una historia que le escuché a un amigo que caminaba con Samuel Beckett en París un mañana primaveral perfecta y le dijo: 'Un día como este ¿no te alegra estar vivo?', a lo cual Beckett respondió 'No diría tanto'.) Siento gratitud por haber experimentados muchas cosas -algunas maravillosas, otras horribles- y por haber podido escribir una docena de libros".

Se definía como un viejo judío ateo: "No tengo otra creencia (ni otro deseo) en una existencia postmortem más allá de la memoria de los amigos y la esperanza de que algunos de mis libros puedan aún hablarle a la gente luego de mi muerte".

Entre sus reflexiones sobre la edad, recordó que su padre —quien vivió hasta los 94 años— decía con frecuencia que sus octava década había sido de las más había disfrutado. "Sentía, como yo comienzo a sentir, no una reducción sino una ampliación de la vida mental y la perspectiva. Uno ha tenido una larga experiencia de vida, no sólo la vida propia sino también las de los otros. Uno ha visto triunfos y tragedias, auges y caídas, revoluciones y guerras, grandes logros y ambigüedades profundas. Uno ha visto el ascenso de grandes teorías, echadas abajo por la terquedad de los hechos. Uno es más consciente de la fugacidad y, quizá, de la belleza", escribió Sacks.

De "Shabat"

El último capítulo, que Sacks corrigió dos semanas antes de morir, el 30 de agosto de 2015, recorre su infancia en una familia ortodoxa de Cricklewood, en Londres. Las mismas fuentes de su felicidad entonces fueron las de su tremendo dolor cuando la familia supo sobre su homosexualidad. Por su rechazo huyó a los Estados Unidos, y padeció problemas y adicciones antes de encontrar un ancla, que fue el trabajo en la clínica Mount Carmel cuyos pacientes describió en Despertares.

Sus padres respetaban el Shabat aunque -ambos médicos- alguna vez trabajaron para atender una urgencia o un parto. "Hacia el mediodía del viernes mi madre se quitaba su ropa y su identidad de cirugía y se dedicaba a preparar gefilte fish y otras delicadezas para el Shabat. Justo antes de que cayera la noche, encendía las velas rituales, protegiendo las llamas con sus manos ahuecadas y murmurando una oración", escribió. Con ropas limpias para la ocasión los Sacks compartían la comida y los cantos, y al día siguiente iban a la sinagoga de Walm Lane. Pero la Segunda Guerra Mundial diezmó a esa comunidad; muchos familiares de Oliver Sacks emigraron a Israel, Australia, Canadá o los Estados Unidos.

Su bar mitzvah en 1946 fue el final de su práctica religiosa. "No adopté los deberes rituales de un judío adulto -rezar a diario, ponerme los tefilines antes del rezo matinal- y gradualmente me volví más indiferente a las creencias y los hábitos de mis padres, aunque no hubo un punto de ruptura hasta mis 18 años", recordó. En aquel momento su padre le preguntó por sus sentimientos sexuales, y Sacks reconoció que le gustaban los muchachos. "No hice nada -dije-, es sólo un sentimiento, pero no le digas a mamá, no lo va a poder aceptar", le pidió al padre.

A la mañana siguiente la madre le echó encima el Levítico 20:13: "Si un hombre se acuesta con otro hombre como si fuera una mujer, los dos cometen una cosa abominable; por eso serán castigados con la muerte y su sangre caerá sobre ellos". Pero lo hizo de modo personalizado: "Eres una abominación. Ojalá nunca hubieras nacido". Sacks se alejó para siempre de la religión.

En 1960, ya médico, "me extirpé abruptamente de Inglaterra y de toda la familia y la comunidad que teía ahí, y marché al Mundo Nuevo, donde no conocía a nadie".

Casi sesenta años después de haber estado en Israel para hacer su experiencia en un kibbutz, Sacks regresó para el cumpleños número 100 de una de sus primas, Marjorie. Era el verano de 2014 y Sacks llegó con Bill Hayes. "Tenía un poco de temor de visitar a mi familia ortodoxa con mi amante, Billy -las palabras de mi madre todavía resonaban en mi cabeza- pero también Billy fue recibido con mucha calidez". Cuando otros parientes los invitaron a compartir la primera comida del Shabat, Sacks pensó "cuán profundamente habían cambiado las actitudes, aún entre los ortodoxos". Y disfrutó de la paz de ese Shabat, "de un mundo detenido, de un tiempo fuera del tiempo".

El ensayo termina con —una vez más— la gratitud de haber acabado On the Move antes de recibir su diagnóstico. "Me alegra que haya podido completar mi memoria sin saberlo, y que haya podido, por primera vez en mi vida, hacer una declaración completa y franca de mi sexualidad, enfrentando al mundo abiertamente, sin más secretos culposos encerrados en mi interior", escribió.

De "Mi tabla periódica"

El tercer ensayo del libro contiene, acaso, la descripción de las pequeñas cosas de la vida cotidiana que iluminaban la vida de este hombre tan especial. Su pasión más fuerte, que se inició en la infancia: la ciencia. Así como un enamorado espera que en alguna de sus pantallas aparezca el nombre de su objeto de deseo, Sacks esperaba con ansiedad que el cartero le llevara revistas como Nature o Science, contó en "Mi tabla periódica".

"En un número reciente de Nature había un artículo electrizante -un adjetivo que asombró a algunos de los lectores de Sacks- del físico ganador del Premio Nobel Frarn Wilczek sobre una nueva forma de calcular las masas ligeramente diferentes de neutrones y protones. El nuevo cálculo confirmaba que los neutrones era muy ligeramente más pesados que los protones, con una razón de masa de 939,56563 contra 938,27231". Agregaba: "Una diferencia trivial, pensaría uno". Y luego: "Pero si fuera de otra menara, el universo tal como lo conocemos nunca se habría desarrollado".

En sus últimos días, una interpretación particular alcanzó ese detalle: el trabajo de Wilczek, escribió Sacks, anuncia un futuro en el cual la física nuclear alcanza un nivel de precisión y versatilidad extraordinarios: "una revolución que, caramba, nunca veré". Agregó: "Me entristece no ver las nueva física nuclear que vislumbra el doctor Wilczek, ni mil otros descubrimientos en las ciencias físicas y biológicas".

En este ensayo se refirió a un viaje al campo durante el cual vio "el cielo entero granulado de estrellas". Se imaginó que esa visión sólo se presentaba en geografías determinadas, pero lo que le importó fue otra cosa. "Ese esplendor celestial me hizo comprender de pronto qué poquito tiempo, qué poquita vida, me quedaban. Mi percepción de la belleza del paraíso, de la eternidad, quedó mezclada para mí con una idea de al fugacidad, y la muerte".

Estaba en la casa de unos amigos, Kate y Allen. Les comentó: "Me gustaría volver a ver este cielo cuando esté muriendo". Le prometieron que lo sacarían al campo para que así fuera.

Desde que lo enviaron a la escuela como pupilo a los seis años, por la Segunda Guerra Mundial, Sacks se hizo amgo de los números. Y cuando regresó a su casa en Londres cuatro años más tarde, se hizo amigo de los elementos de la tabla periódica. "A lo largo de mi vida, en los momentos de tensión me he vuelto hacia, o he retornado a, las ciencias físicas, un mundo donde no hay vida, pero tampoco hay muerte", escribió.

"Y ahora, en este punto crítico, donde la muerte no es ya un concepto abstracto sino una presencia -una precencia demasiado cercana, imposible de negar- me rodeo, como cuando era un niño, de metales y minerales, pequeños emblemas de la eternidad. En un extremo de mi mesa de trabajo tengo el elemento 81 en una caja encantadora, que me enviaron mis amistades en los elementos desde Inglaterra: Dice 'Feliz cumpleaños de talio'", detalló. Para su cumpleaños 82, en julio de 2015, el souvenir fue el plomo.

Cansado por el deterioro de la enfermedad,

pensó que no llegaría al año/elemento 83. No obstante, ver en su escritorio el

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