En 2012, Mali estaba bajo un intenso caos social. Separatistas marginados por el gobierno habían unido fuerzas con los extremistas islámicos vinculados a Al Qaeda y tomaron el control de las ciudades del norte, lo que obligó a decenas de miles de malienses a huir de sus lugares de origen en las antiguas ciudades de Gao y Tombuctú.
La música, una de las formas más antiguas de la narración en Mali, fue prohibida; y los que se quedaron fueron objeto de una dura versión de la ley sharia. Las estaciones de radio fueron incendiadas, los instrumentos fueron destruidos, y los músicos se vieron obligados a huir o enfrentarse a la persecución e incluso la muerte.
Los músicos se vieron obligados a huir o enfrentarse a la persecución e incluso la muerte
Pero en Bamako, la capital, los que escaparon de la violencia en el norte vieron en la música la forma de luchar contra los yihadistas. Songhoy Blues, un grupo de cuatro jóvenes que comenzó a tocar música juntos una vez en el exilio en la capital, vieron a sus guitarras como herramientas para la paz.
Un artículo publicado en el sitio Foreignpolicy da cuenta de un documental que refleja la vida de estos músicos que huyeron del conflicto: "Para nosotros nuestras guitarras son nuestras Kalashnikov (las armas usadas por los terroristas)".
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