Como actos de campaña, las inauguraciones de obra pública suelen generar una imagen positiva en el electorado que se beneficia. La provisión de un nuevo servicio muestra "gestión" y preocupación por resolver necesidades de un determinado público. A contramano de la norma, las aperturas, obras, y "cortes de cintas" encabezados por el gobierno de la Ciudad dificilmente logran escapar de conflictos que, muchas veces, escalan hacia la violencia.
Fue el caso de la reciente inauguración del Metrobús de la 9 de Julio y de las estaciones de la línea B de Subte, Echeverría y Juan Manuel de Rosas. Protestas, cortes, litigios judiciales, acusaciones, entre otros cortocircuitos, marcaron la tónica de las iniciativas y pusieron de manifiesto el costo político de impulsar políticas sin los acuerdos necesarios.
El Metrobús de la polémica
En lo que respecta al Metrobús de la avenida 9 de Julio, el primer embate contra la propuesta fue protagonizado por grupos ecologistas y opositores debido al impacto ambiental y urbano que generaría el proyecto. A ello le siguieron las críticas y cuestionamientos, incluyendo la opinión de especialistas e ingenieros, sobre utilidad de construir un carril exclusivo de colectivos en una zona donde, según argumentan, debería potenciarse el subterráneo. Hubo pedidos de amparo para frenar las obras, que finalmente se desestimaron. El caos de tránsito fue moneda corriente en la zona durante los trabajos de construcción.
El último episodio sucedió este jueves, antes de cumplirse las 24 horas desde su inauguración. El Metrobús que une Retiro con Constitución sufrió su primer piquete, esta vez, protagonizado por la federación de empleados municipales de la Provincia, que exigían la reapertura de las paritarias. Terminó de la peor manera: desalojo por parte de la Policía Federal, con un saldo de heridos y siete detenidos. La política, como en otros conflictos recientes, se vio sustituída por la fuerza.
Línea B, demoras y mal estado
Las dificultades con las estaciones Echeverría y Juan Manuel de Rosas arrancaron desde la prehistoria. La firma del contrato de extensión de la línea B hasta Villa Urquiza se realizó el 5 de noviembre de 2004. Desde la oposición al macrismo, aseguran que las obras estaban avanzadas en un 80% al finalizar la gestión del ex jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, que fue destituido en 2006. Lo que faltaba, explican, era continuar ese tramo, emplazar nuevas cocheras-taller, y disponer de nuevos trenes.
El derrotero de las decisiones tomadas al interior de la burocracia del Estado, ya con Mauricio Macri a cargo de la conducción de la Ciudad, complicó el proyecto. En primer lugar, la licitación en curso se anuló. Por otra parte, el ritmo de las obras en 2009 se ralentizó con la reducción de un 75% de presupuesto de la empresas subterráneos de Buenos Aires (Sbase), compañía a cargo de la red de subtes.
También conspiró en la demora la compra en 2011 de seis formaciones de trenes a la empresa Renfe, que gestiona el metro de Madrid. Según una denuncia realizada por entonces por el diario El País de España, los vagones en cuestión salieron de servicio en 2006 e iban a ser destinados a chatarrería. Los coches CAF llegados desde Europa estaban en pésimo estado, y debieron ser reparados y adecuados para su operación.
Después de más de 6 años de promesas, este viernes se inauguraron Echeverría y Juan Manuel de Rosas. Pero, fiel a su historia, la apertura fue con turbulencia. Los delegados de la línea B se negaron a conducir las formaciones en ambas estaciones ya que, detallaron en dos informes que presentaron "serias irregularidades" en las obras.
"Presentamos fotos y filmaciones en Metrovías y Sbase, pero los problemas siguen presentes. No está listo el sistema de comunicación, hay zonas con peligro de derrumbe o electrocución, filtraciones, partes inundadas", enumeró Claudio Dellecarbonara, delegado de la línea B y candidato a diputado por el Frente de Izquierda.
Pese a las denuncias y las cautelares presentadas en la Justicia, el servicio las terminales inauguradas terminó siendo operado por supervisores y personal jerárquico de Metrovías. Tras los anuncios, queda un ruido producido por tanto conflicto que sólo el paso del tiempo podrá silenciar.