Paula Albarracín, la mamá de Sarmiento: un esposo ausente y su muerte antes del reencuentro con su hijo

Fue una mujer que siempre luchó. Primero criando a sus hermanos y luego, veinteañera, levantando el rancho en el que viviría toda su vida. Debió ingeniárselas para lograr el sustento diario cuando su esposo se iba durante largas temporadas. El recuerdo de su hijo que llegó a Presidente de la Nación

Compartir
Compartir articulo
Paula Albarracín era la mamá de Sarmiento. De niña debió criar a sus hermanos. Nació un 27 de junio de 1774
Paula Albarracín era la mamá de Sarmiento. De niña debió criar a sus hermanos. Nació un 27 de junio de 1774

La Bebida hoy forma parte del Gran San Juan, en el departamento de Rivadavia, en el oeste de la capital. Se transformó en una ciudad con una treintena de barrios y asentamientos, con cuatro escuelas públicas y una salita de primeros auxilios. Es un lugar donde todos se conocen y, a pesar de los hechos de inseguridad, como arrebatos y robos menores que los vecinos denuncian en la comisaría 34 -que abrió con toda pompa el gobernador hace ocho años- los chicos aún juegan en la calle.

Cuando todavía no se había creado el virreinato, La Bebida era un páramo polvoriento con algún que otro rancho a mitad de camino entre la ciudad de San Juan y los Baños de Zonda. Allí nació el 27 de junio de 1774 Paula Zoila Albarracín, la mamá de Domingo Faustino Sarmiento.

De “una beldad severa y modesta”, según la describió su hijo, era la de carácter en el hogar. El papá de Paula se llamaba Cornelio y había sido dueño de tierras y ganado –”la mitad de las tierras del valle del Zonda”, según su nieto Domingo. Estaba casado con Juana Irrazábal.

Su hijo Domingo dejó una descripción de su madre en "Recuerdos de Provincia". Ella fue a visitarlo en uno de sus exilios en Chile
Su hijo Domingo dejó una descripción de su madre en "Recuerdos de Provincia". Ella fue a visitarlo en uno de sus exilios en Chile

La familia terminó en la pobreza. Cornelio enfermó, estuvo mucho tiempo postrado y fue escasa la herencia que a su muerte le tocó a más de una docena de hijos.

Paula había quedado huérfana de muy joven y aprendió de golpe a lidiar en la crianza de sus hermanos. Sabía leer y escribir gracias a las lecciones del maestro, médico y cura José Castro.

Retrato de José Clemente Sarmiento, papá de Domingo. De espíritu bohemio, se ausentaba largas temporadas del hogar. Se ganaba la vida como arriero
Retrato de José Clemente Sarmiento, papá de Domingo. De espíritu bohemio, se ausentaba largas temporadas del hogar. Se ganaba la vida como arriero

Aún soltera, con 23 años, esa mujer alta, un tanto huesuda, nariz prominente, afilada y aguda y ojos claros como muchos de los Albarracín, decidió tener casa propia, y se largó a construirla en el barrio El Carrascal con dos esclavos prestados por sus hermanas Irrazábal. Sus paredes de adobe y sus techos de caña, palo y barro resistieron el devastador terremoto de 1944 que borró del mapa la mayoría de las edificaciones coloniales. Ya para entonces le habían hecho varias ampliaciones, cuando en 1820 se compró un terreno lindante y luego el ala norte, en el que su hijo instaló su despacho cuando fue gobernador de la provincia entre 1862 y 1864.

La famosa higuera, que quedaría cerca de la puerta de entrada, ya estaba en el lugar. A su sombra instaló un telar español de tipo horizontal, que aún se conserva. Y se largó a la producción del anascote, una tela de lana peinada, un tanto áspera, que solía usarse para la confección de hábitos de órdenes religiosas, en un tiempo en que escaseaba este tipo de prenda. Toribia, una mujer de sangre negra e indígena que había sido criada en la familia, era su amiga y estrecha colaboradora. Ella se encargaba de la venta de la producción.

Casa natal de Sarmiento, en San Juan. Paula tenía 23 años cuando la levantó con la ayuda de dos esclavos
Casa natal de Sarmiento, en San Juan. Paula tenía 23 años cuando la levantó con la ayuda de dos esclavos

Paula tejía 12 varas por semana, algo así como diez metros, y el ruido de la lanzadera del telar ya se escuchaba al alba. Obtenía por semana unos seis pesos que le alcanzaba para pagarle a los albañiles, cosa que hacía los sábados. Así levantó una casa con un salón, un dormitorio para los padres, algunos ambientes pequeños para los hijos y una cocina.

Su fondo era pequeño, con una parra, tres naranjos, el duraznero con su sombra, el rosal y, convenientemente cercada, una pequeña huerta. En una de las tantas reformas que las hermanas de Sarmiento hicieron a la casa, talaron la higuera, pero ésta volvió a brotar.

Cuando el rancho estuvo listo, el 21 de diciembre de 1802, Paula se casó, en la iglesia de San José, con José Clemente Sarmiento, un joven buen mozo, cuatro años menor, que era arriero, como su suegro. Se conocieron cuando él trabajó como peón en las tierras de La Bebida, y estuvo toda su vida con una mano atrás y otra adelante. “Le trajo en dote la cadena de privaciones y miserias en que pasó largos años de su vida”, recordaría Domingo Faustino.

El matrimonio partió de la nada. Ninguno de los dos tenía un peso y la economía familiar se sostenía con el esfuerzo de la mujer y con lo que, ocasionalmente, aportaba su marido con su oficio de arriero, ya que era un experto conocedor de la precordillera. Su espíritu bohemio lo llevó a idear proyectos que quedaban en eso, y eran prolongadas sus ausencias del hogar.

Luego de la revolución de mayo de 1810 colaboró con el Ejército del Norte de Manuel Belgrano y organizó una colecta para auxiliarlo; luego, enrolado en el Ejército de los Andes, combatió como capitán en Chacabuco y regresó a San Juan con el parte de batalla y con 300 prisioneros realistas. En la visita que Sarmiento le hizo a San Martín la tarde del 24 de mayo de 1846 en Grand Bourg, el Libertador recordaba al capitán Clemente Sarmiento.

Al marido le gustaba el trabajo de arriero y a veces hacía algún negocio poco lucrativo. Aún se conserva un rancho de dos ambientes en el departamento Zonda, en tierras de la Estancia Maradona, en el puesto Agua Pinto. Se cree que tiene cerca de 400 años de antigüedad. Ubicado a 2.200 metros en la precordillera, tiene gruesas paredes de piedra de sesenta centímetros de ancho. Por siglos fue un refugio para arrieros, y fue levantado en el punto obligado de paso entre San Juan y Chile, en un camino trazado por los incas para comunicarse con sus dominios.

El sanjuanino Juan José Robles se ocupa de conservarlo “por un mandato familiar”. Está convencido de que José Clemente y su hijo Domingo usaron esta vivienda, ya que asegura que cuando el niño contaba con 11 o 12 años, ya acompañaba al padre.

El primer vástago del matrimonio fue una niña, Francisca Paula, nacida en 1803. Apodada en la familia “la santa”, se casó, tuvo cuatro hijos y falleció un par de meses después que su hermano. Al año siguiente llegó Vicenta Bienvenida, docente y artista de tejidos y bordados. Acompañó a su hermano en su exilio en Chile donde trabajó de maestra. Murió a los 96 años. En 1812 nació María del Rosario, la más apegada a la madre. Cuando su hermano fue presidente, vivió con él. En 1818 nació Procesa del Carmen, que se transformaría en las primeras pintoras argentinas.

Tomadas de la mano. Paula con su hija Procesa Sarmiento de Lenoir, en un daguerrotipo de alrededor de 1860. Archivo General de la Nación
Tomadas de la mano. Paula con su hija Procesa Sarmiento de Lenoir, en un daguerrotipo de alrededor de 1860. Archivo General de la Nación

De los varones Manuel y Juan fallecieron al mes; Honorio vivió hasta los 8 años; también estaban Jesús, Antonino, Juan Crisóstomo y Manuel. Las únicas que llegaron a la ancianidad fueron sus hermanas.

Domingo Valentín es el quinto, nació el 14 de febrero de 1811. Su papá y el hermano el cura José Eufrasio Quiroga fueron los que le enseñaron las primeras letras.

Siempre recordaba los cuatro volúmenes de La historia crítica de España que había en la casa y que le obligaron a leer, “y otros librotes abominables que no he vuelto a ver y que me han dejado en el espíritu ideas confusas de historia, alegorías, fábulas, países y nombres propios”.

A los 76 años, doña Paula se animó a cruzar la cordillera con el propósito de despedirse de su hijo exiliado, tal cual se describe en “Recuerdos de Provincia”.

En 1861 le pidió que fuera a visitarla, porque se sentía morir. Sarmiento emprendió el viaje y en San Luis se encontró con un sacerdote amigo de la familia que venía de San Juan. Le preguntó por su madre. El religioso le contó que ya era demasiado tarde, le había ayudado a bien morir el 21 de noviembre. Tenía 87 años. “Me encargó decirle que no había podido esperarlo más” le dijo el cura. Tal vez doña Paula fue lo único que no cumplió, ella que todo lo pudo.

Seguir leyendo: