Piquetes, el choque entre dos Argentinas: una recorrida por la zona más caliente y conflictiva

Dos de las muchas Argentinas se cruzan pero no se mezclan -salvo en hitos históricos como los de diciembre de 2001- cada vez que hay una gran movilización piquetera

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Barrios de Pie fue una de las organizaciones que marchó al centro porteño (Fotos: Maximiliano Luna)
Barrios de Pie fue una de las organizaciones que marchó al centro porteño (Fotos: Maximiliano Luna)

Dos de las muchas Argentinas se cruzan pero no se mezclan -salvo en hitos históricos como los de diciembre de 2001- cada vez que hay una gran movilización piquetera. Una, llamada “el otro país” desde una perspectiva con menos carencias, confluye en CABA desde distintos sectores del conurbano bonaerense: con su euforia militante, las pecheras de encuadre en organizaciones de base, las ropas raídas, las arrugas prematuras, los contenedores plásticos con comida y un verticalismo organizativo que alimenta los prejuicios de aquellos que los miran con desprecio por las calles de Buenos Aires.

Empezamos el raid en Constitución, a pie, rumbo al Ministerio de Desarrollo Social, en plena manifestación de la Unidad Piquetera. Los colectivos se desvían de la senda del Metrobus a paso de hombre: la 9 de julio está totalmente cortada. El malestar de los pasajeros se traduce en uno de los lugares comunes del día: “Somos laburantes, queremos llegar a nuestros trabajos. Y estos, que no laburan, nos cagan la vida. Este país es cualquier cosa, una mierda”, se lamenta a los gritos una mujer que acaba de bajarse de un 17 lleno: el colectivero se limitó a gritar “Entre Ríos, Callao” y tomó Garay, con paradas inciertas. Sobre Bernardo de Irigoyen, hay una larga hilera de micros de escolares -antiguos, naranjas y blancos- y colectivos fuera de línea estacionados.

El Polo Obrero, comandado por Eduardo Belliboni, fue gran protagonista de la movilización
El Polo Obrero, comandado por Eduardo Belliboni, fue gran protagonista de la movilización

Un taxista señala la luneta trasera de un colectivo con una foto de Juan Grabois y lanza: “Éste ahora está en esta marcha. Está podrido en guita. La familia tiene campos en Santa Fe y se la da de pobre. No sé cómo estos le creen”. Parece inspirado en una composición capusottiana, pero habla en serio. Cuando le pedimos que nos resuma sus ideas políticas, explica, como si fuera un analista avezado: “Voy a votar a Bullrich. Larreta parece De la Rúa; les deja hacer cortes a estos tipos, que van a seguir haciendo quilombo hasta después de las elecciones. Milei dice locuras, no sé si hay suficientes dólares como para dolarizar. Cristina repite que no se presenta, pero con ella nunca se sabe. Tal vez mañana se da vuelta”.

Por la 9 de julio, a la altura de Av. San Juan, cruzamos la última barrera de policías (la siguiente está detrás de las rejas del Ministerio de Desarrollo Social). En esa zona empieza el humo: de los puestos callejeros de comida y de la quema de neumáticos allá arriba, en la autopista. A diferencia que en los actos peronistas, no hay manteros con merchandising: sólo puestos y más puestos de chori, paty y milanesas. Todos los productos están unificados en 700 pesos; 500 la gaseosa, aunque el mercado marcará una tendencia al descenso de los precios con el correr de las horas. El mayor éxito de venta lo logran unos helados caseros cilíndricos que vienen en envoltorios de plástico transparente; tienen forma de cannoli: 300 pesos cada uno.

Todos los productos se vendían a 700 pesos
Todos los productos se vendían a 700 pesos

Entre los manifestantes de la Unidad Piquetera, que avanzan con grandes banderas de sus organizaciones sociales, incluidas algunas oficialistas, se desplazan motoqueros a pie, empujando sus rodados. De pronto, la multitud se abre para dejar paso a una ambulancia del SAME, que se lleva a algún militante que requiere atención hospitalaria. A los bombos se les suman instrumentos de viento: Taiel, un joven del Movimiento Evita, nos dice, trompeta en mano, a la altura de Independencia: “Somos de la murga Enemigos del Silencio, de San Martín”. Sin dejar de chupar un cannoli, igual que sus amigos, agrega: “Fijate, compa, cómo en los negocios son racistas. Nos prohiben hasta ir al baño”.

Es cierto: cafés de cadena, bares e incluso una estación de servicio lucen carteles repetidos: “Baños clausurados; no hay agua caliente”. Vemos, en algunos negocios de comidas rápidas, a piqueteras que piden un café para poder usar los servicios sanitarios (¿Pero cómo, los baños no estaban clausurados?). Un comerciante se queja de que los puestos callejeros de comida, que se arman y desarman a gran velocidad, como en las canchas, carecen de permiso municipal y no pagan impuestos. Él está en contra de los impuestos, aclara. ¿Los puestos improvisados, producto de la economía en negro (ciento por ciento barrani), serán competencia desleal para los locales de baños clausurados? No lo sabemos.

Un hombre mayor, de cara chupada y gorra con visera, se nos acerca y nos habla bajito, en medio del ruido de bombos y redoblantes y gritos contra el FMI. Lo poco que le entendemos: “¿Qué está buscando? ¿Por qué da vueltas y anota cosas?”. Le explicamos que somos periodistas de Infobae y queremos saber el sentido de su lucha: no logramos el efecto distensión; lo mismo si le hubiéramos dicho que éramos policías o amigos íntimos de la ministra Victoria Tolosa Paz. “Vaya a preguntarles a los de la Corte Suprema. Pasamos hambre, miseria, y nos quitan hasta los planes sociales”. Al lado de un flete privado en el que están subiendo banderas, una mujer se suma: “Yo no tengo plan ni laburo, nada, una pensión. Necesito trabajar. Ustedes los periodistas deberían decirlo”.

Los movimientos sociales ocuparon toda la avenida 9 de Julio
Los movimientos sociales ocuparon toda la avenida 9 de Julio

En la puerta de la UADE, el choque de mundos, de mundos asimétricos, es total. La Universidad Argentina de la Empresa está cerrada. A uno y otro lado de la reja la mirada es de pocos amigos o, como mínimo, de desconfianza. Esa reja que separa a la multitud piquetera de personal bien trajeado es una de las tantas fronteras inexpugnables de la Argentina. Desde adentro sacan fotos: no sabemos si con afán pintoresquista, policial o simplemente por curiosidad antropológica, como en aquellos zoológicos humanos europeos del siglo XIX.

Algunas columnas llegan precedidas por varias hileras de activistas con palos. Los sostienen con ambas manos hacia adelante, paralelos al piso, a la altura de sus cinturas. “Por si hay provocadores infiltrados”, nos dicen por toda respuesta. Sobre un vidrio del Metrobus alguien pega un cartel que dice: “Las Malvinas son argentinas. El Fondo al carajo”. Junto a las caras de Evita y el Che, vemos carteles con Cristo y San Cayetano, patrono del trabajo. Una chica de aspecto rudo se nos acerca con una remera negra con la inscripción “Soy la puta ama” al frente y “Juntas y a la izquierda MST” en la espalda. Detrás, militantes del Polo Obrero, cargan contra el peronismo, el macrismo y los libertarios. “Tenemos que echar a todos los políticos capitalistas responsables de esta crisis”, grita uno.

Frente a la entrada del Ministerio de Desarrollo Social, también cerrado y con mucha guardia adentro, se apilan banderas y afiches de protesta a punto de ser subidos a un camión de mudanzas para su regreso al lugar de origen. Arriba, las dos Evitas; abajo, los movileros de canales de televisión haciendo su trabajo. Entre ellos encontramos a Frank, un turista holandés que nos cuenta que se acercó simplemente a hacer fotos de un acontecimiento político. “Argentina es un país apasionante”, relincha, entusiasmado. Apasionante para quién, nos preguntamos, pero no se lo decimos. Miramos la gestualidad de la multitud y nos viene a la cabeza “Sin pan y sin trabajo”, de Antonio Berni.

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